La mayéutica de Jaime Garzón

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Valentina Coccia
30 de agosto de 2019 - 05:00 a. m.
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Por estos días se cumplen veinte años del asesinato de Jaime Garzón, el humorista colombiano recordado por algunos como el Sócrates de la patria. Garzón era espontáneo, auténtico, mordaz, y la prueba fehaciente de que la educación es la herramienta más revolucionaria que existe. Las efemérides como esta, generalmente, nos llevan a recordar con tristeza, nos encienden la nostalgia, y en el caso de Garzón, es justo que así sea. Sin embargo, pocas veces se hace verdadera memoria: ¿cómo el recuerdo de la vida del personaje cuya muerte conmemoramos puede ayudarnos a tener un mejor porvenir? Además de deprimirnos por las condiciones de nuestro país y por el hecho de que en Colombia la vida no vale nada, ¿qué podemos aprender de la vida de Garzón? ¿Cómo podemos rescatar lo que hizo por nosotros? ¿Cómo podemos reformularlo y aplicarlo a nuestra vida cotidiana?

La experiencia de haber tenido a Jaime Garzón con nosotros nos demostró, en primer lugar, que la práctica política está fuera del congreso, del senado, de las urnas o de las armas. La práctica política está en el pensamiento y en la unión. Como decía Descartes, para que algo exista en la práctica, debe existir primero en el pensamiento. Foucault también nombraba que el discurso es aquello que transforma la realidad: como agua de un manantial, el discurso cala profundo en cada uno de nuestros vacíos y siembra árboles cuyas ramas brotan en todo su esplendor. Jaime Garzón discutía, hablaba y hacía reír: se paseaba por programas de televisión y de radio, y le gustaba mucho el público universitario. Jaime Garzón era un educador no formal: no explicaba contenidos rígidos o parámetros inquebrantables, sino que decía lo suficiente para que su público se fuera a casa pensando, con la cabeza preñada de ideas.

Jaime Garzón me recuerda mucho a Sócrates: su vida, como la del filósofo griego, nos enseña el verdadero significado de ser un revolucionario, o en palabras de la contraparte, un “provocador”. Como Sócrates, Garzón murió justiciado por sus enemigos, y también como Sócrates, rechazó la posibilidad de salvarse en defensa de la justicia y del verdadero conocimiento. Pero sobretodo, el humorista colombiano se parecía a Sócrates en su manera de cuestionar a sus oyentes: Garzón ponía en tela de juicio cada creencia y nos ayudaba a salir de nuestras fronteras cognitivas. La mayéutica de Jaime Garzón hizo mella en nuestra colombianidad, tanto que aún hoy seguimos rumiando su discurso. Su muerte no debe dejarnos miedo: su muerte nos liberó de ser asesinados por las mismas razones. Garzón nos abrió el campo para ser revolucionarios desde el conocimiento: todos podemos cuestionar nuestra verdad y también la de los otros.

En resumen, podemos decir que las grandes lecciones de Garzón fueron dos: el discurso es el agente de cambios más poderoso, y todos podemos, como Sócrates, practicar la mayéutica sobre nosotros mismos y sobre los demás. No honremos la vida de Garzón con efemérides o actos conmemorativos: honremos su memoria con la práctica de sus lecciones y trabajando por el país que él nos enseñó a soñar.

@valentinacocci4valentinacoccia.elespectador@gmail.com

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