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La paz del silencio

Valentina Coccia
07 de mayo de 2021 - 03:00 a. m.

“La culpa es de los manifestantes, que van a tirarle al policía”, he escuchado una y mil veces estos días en boca de varias personas que no apoyan las marchas. “No es justo que la gente no pueda llegar a sus casas”, “¡cómo rayan las paredes y los postes!”, “¡nos rompieron los vidrios del negocio!”. Estas y otras pronunciaciones forman parte del verbolario de estas personas, escándalos pequeños que ponen como protagonistas a las propiedades privadas, a los medios de transporte y que ponen a la policía como víctima de las manifestaciones.

Estas personas, mujeres ya mayores, enruanadas, con arete de perla y cabello tinturado, estos hombres, de grandes barrigas, corbatas y canas en las sienes, pertenecen a la generación del miedo. “Al menos tenemos una casa”, “al menos tenemos un trabajo”, “trabajamos 12 horas al día, pero al menos tenemos un sueldo y algo de comida sobre la mesa”. Una paz comprada con unos pocos y míseros beneficios, una vida construida con las migajas que les ha botado la opresión.

Durante toda esta semana me he enfrascado en discusiones inútiles con varias de estas personas que han pertenecido a le generación del miedo y que están ahora temerosas de perder los pocos beneficios que les ha otorgado el silencio. Para ellas es peor que se atente contra la autoridad a que la autoridad atente contra la vida, porque se tiene una falsa idea de justicia: la justicia es oprimir al rebelde, la justicia no es que el oprimido sea respaldado. Así mismo, se tiene una falsa concepción de paz: paz es tener poco, tener la posibilidad de trabajar, así sea en ínfimas condiciones y guardarse de que la autoridad atente contra la población civil, no importa qué haya que aceptar o qué precio haya que pagar.

Al inicio de la semana de manifestaciones sentía una profunda indignación y sentía que por más que se hiciera nada iba a cambiar, pues en Colombia esta generación del miedo es la que ha llevado la delantera en las urnas y en todo pronunciamiento político. Durante tanto tiempo se han conformado con la falsa paz que les ha traído el silencio, que ya la volvieron propia y se abanderan con ella.

A pesar de esto, veo en las nuevas generaciones una chispa de júbilo, un pronunciamiento que como historiadora me recuerda a la generación del 68, que se opuso de manera explícita a aceptar aquello a lo que sus padres y abuelos habían cedido con conformismo e incluso con orgullo. En los años 40 aquellos que fueron llamados a combatir en la Segunda Guerra Mundial fueron llenos de entusiasmo, pero pronto padecieron las consecuencias de lo que el gran conflicto armado representó. Después de la guerra se acomodaron con los pocos beneficios que trajo la finalización del conflicto. No obstante, sus hijos se opusieron de manera feroz ante aquello a lo que sus padres habían cedido. Las manifestaciones del 68, junto al movimiento que se opuso a la guerra de Vietnam, no aceptaron la opresión del pueblo ni la guerra como una alternativa. Gracias a la tenacidad de esos movimientos políticos juveniles pasamos a otra etapa de la historia, en la que la paz fue vista y valorada con otros ojos.

Hoy nos encontramos ante una coyuntura que nos invita, como entonces, en el contexto europeo y estadounidense, a revalorar el concepto de paz, a restablecerlo, a resignificarlo. Paz no puede ser únicamente la ausencia de conflicto. Paz no puede ser obedecerle al poderoso. Paz no puede ser conformarse con unas condiciones ínfimas y precarias de vida, unas condiciones que nos piden transar nuestra dignidad con tal de tener lo mínimo para sobrevivir. La paz no vive, no existe en el silencio. La paz existe cuando compartimos nuestras desavenencias con otros y cuando formamos una comunidad para poder combatirlas. La paz existe cuando no debo entregar mi dignidad por unas migajas, por un trabajo precario y unas condiciones mínimas de vida. La paz existe cuando tengo la libertad de no aceptar la opresión, y los jóvenes que hoy nos pronunciamos ante el Gobierno no aceptamos las condiciones de vida impuestas a nuestros padres y abuelos. Aspiramos a una vida mejor y a una paz más real. No perdamos la fe.

@valentinacocci4, valentinacr424@gmail.com

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GERMÁN(69124)08 de mayo de 2021 - 01:09 a. m.
Respeto su opinion aunque su análisis es pobre y cargado deresentimiento talvez por muchas privaciones, de acuerdo a su columna el derecho a la protesta habilita para destruir y violentar el bien ajeno pasando por encima de los demás. Creo que nadie incluyendola quisiera que violentara la puerta de su casa destruyera y robara lo que ha logrado con esfuerzo. Pero según su columna el fin justifica
David(70623)07 de mayo de 2021 - 09:00 p. m.
En ciertos puntos esta columna coincide con lo que se dice en esta otra: https://www.dliterarias.com/post/reflexión-sobre-colombia-desde-la-distancia-hay-que-equilibrar-las-cargas
Ernesto(88004)08 de mayo de 2021 - 01:39 a. m.
El lema debe ser: vivir. Vivir bien. Morir NO debe ser una alternativa. may.7/21.
Jose(46118)07 de mayo de 2021 - 05:22 p. m.
Doña Valentina lo dijeron en Cocina. Es cierto y verídico que al Señor Iván Duque Márquez Le quedo grande la Presidencia de Colombia y nos resulto todo un Paquete Chileno. Pero será que uno de sus Parceros y copartidarios Gabino, Iván Márquez, Jesús Sanrich o Romaña. Podrían ser los salvadores de este Debacle en que estamos.
  • Duncan Darn(84992)07 de mayo de 2021 - 09:01 p. m.
    ¿Por el hecho de no estar con el matarife, tiene que matricular a todo el mundo de guerrillo? Lo solía hacer el expresi diario 82 con muchos, asesinados poco tiempo después.
hector(30389)07 de mayo de 2021 - 04:29 p. m.
Que tristeza, si creen que en aras de la protesta es valido el vandalismo ahí si, mejor apague y vámonos
  • Mar(60274)08 de mayo de 2021 - 03:41 a. m.
    El que cree eso es el gobierno de matarife.
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