Maestro libro

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Valentina Coccia
11 de mayo de 2018 - 05:05 a. m.
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El acto de leer transforma nuestro ser. La lectura nos quita los velos engañosos a través de los cuales percibimos la realidad, y nos acerca, cada vez más, a quienes somos espiritualmente. No en vano las grandes religiones buscan el acercamiento al ser supremo a través de la lectura y el conocimiento de los textos sagrados. No en vano en muchos momentos de la historia la lectura se ha visto como un acto prohibitivo, que despierta e ilumina los ojos en demasía, y que por lo tanto, pone en peligro los estamentos y reglas bajo las cuales se rige la sociedad.

La semana pasada mi querido amigo Andrés Rivera escribió un brillante artículo en el periódico El Nuevo Siglo, titulado “Lo que la lectura me ha ayudado a abandonar”. Andrés, en medio de la coyuntura de la Feria del Libro, reflexiona sobre cómo la lectura es un camino de encuentro con nosotros mismos, una forma de abrir nuestra mente a las múltiples posibilidades que existen, y sobre cómo, más que nada, la lectura es un acto de expiación de las creencias que veíamos inmutables y perpetuas. En este artículo me gustaría seguir ahondando en el tema, reconociendo al libro como mi maestro de vida, como ese talismán que en todo momento ha estado ahí para hablarme sobre mis erradas percepciones del mundo.

Viviendo vidas múltiples

La lectura es un acto de extensión. Si imagino mi vida sin los libros, me doy cuenta que viviría una única vida: la mía. Cada mañana me levantaría con una única perspectiva de mis problemas, y cada día lucharía contra ellos con un conocimiento limitado. Leer, contrariamente, me ha regalado la tranquilidad de poder explorar otras posibilidades. ¿Qué hizo Raskólinkov, de Crimen y Castigo, con su culpa? ¿De qué manera Horacio Oliveira enfrentó su alejamiento de La Maga? ¿Cómo es posible que Don Quijote haya percibido el universo de La Mancha con tanta inocencia?

La lectura sin duda es una herramienta de empatía, que de una manera o de otra, me ayuda a ponerme en los zapatos del otro y a vislumbrar alternativas de comportamiento y sentimiento que no son las mías. Al conocer otros puntos de vista, otras formas de obrar, llega la luz a mis problemas, que si pudieran solucionarse únicamente con la solución que yo les doy, nunca tendrían fin.

Amando al prójimo como a sí mismo

Esta herramienta arrolladora que solo viene de los libros encuentra su descanso también en la empatía. Muchas veces nos negamos a reconocer la humanidad en el otro, dejándonos arrastrar por la ira y sus caminos inciertos. El agravio, la ofensa, la rabia, el sentirnos perseguidos, se disipan con una lectura llena de iluminación. La empatía que los libros nos regalan es asombrosa. ¿Cómo comprendería la posible infidelidad de mi pareja si nunca hubiera leído Anna Karenina? ¿Cómo comprendería la futilidad de la guerra y de los enemigos colectivos si nunca hubiera leído Soldados de Salamina de Javier Cercas? ¿Cómo entendería la sensación de orfandad y destierro que otros sienten si nunca hubiera leído El jardín de los cerezos de Anton Chéjov?

La lectura, sin sombra de duda, nos ayuda a comprender el punto de vista del otro, y a acoger su sufrimiento, comprendiendo que el agravio que nos hace no es más que la consecuencia de una carencia interna y de su desafortunada pero inevitable humanidad.

Una revelación

Como lectora ferviente, creo que los libros caen en nuestras manos justo cuando necesitamos encontrarlos. Muchas veces en esta columna he relatado cómo me he encontrado con los libros que necesitaba leer justo cuando necesitaba leerlos. Incluso la necesidad de buscarlos y encontrarlos se corresponde con el deseo ardiente de escuchar su mensaje.

Hace poco me encontré enfrentando una gran decepción. Comencé a leer el libro 4321 de Paul Auster, que desde hacía algunas semanas me llamaba desde los estantes como un niño abandonado. En una de sus páginas encontré la clara respuesta al por qué de mi decepción, iluminando el hecho de que no tenía por qué seguirla prolongando. En ese momento sentí cómo las páginas se llenaban de luz, y cómo esa luz que existía para apaciguar mi alma penetraba mis ojos y transformaba mi visión.

Sin duda, leer me ha dejado iluminada, y como dice mi querido amigo Andrés, me ha ayudado a abandonar; a soltar falsas creencias sobre mí misma, sobre el mundo y sobre los otros. Leyendo la verdad se extiende, y llega poco a poco a tocarnos a todos y cada uno de nosotros. No permanezcamos en la sombra: leamos para hacer de esta vida una vida mejor.

@valentinacocci4valentinacoccia.elespectador@gmail.com

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