Mujeres bíblicas

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Valentina Coccia
16 de marzo de 2018 - 06:35 a. m.
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El mito de Eva y el mito de María: la tentación hecha carne y la vigilancia maternal. Somos mujeres hechas tierra: la tierra fértil que nos da la vida y que nos alimenta, y la tenebrosa tierra que nos reabsorbe al momento de morir. Cubiertas de velos y de espejos, somos el resultado de un enjambre de mitos, leyendas y creencias, de un montón de discursos dichos en boca de los hombres que no dejan aclarar nuestro misterio ni dejan vislumbrar nuestro verdadero semblante.

El bello libro de la Biblia teje miles de versículos y palabras sobre nosotras. En muchas ocasiones somos presentadas como modelo de sumisión, abnegación y subordinación; en muchas otras somos las culpables de la ignominia de los hombres y de su ruina; pero en algunas circunstancias especiales, las mujeres somos las escogidas para cumplir la voluntad de Dios sobre la tierra y para conseguir la salvación del pueblo de Israel.

En el libro del Génesis, cuando Rebeca avista a Isaac la primera vez, se enamora profundamente, y en señal de sumisión cubre su cabeza frente a su futuro marido. “Ella entonces tomó el velo y se cubrió” (Génesis 24:65), dice el libro, mostrando cómo nuestra subordinación está sujeta a recubrir nuestra identidad y a ocultar nuestro verdadero rostro. En  la Biblia, y en especial en el Antiguo Testamento, la rebeldía de algunas de las mujeres se hace evidente precisamente cuando rasgan su manto de su sumisión y dejan ver su rostro frente a los enemigos. Generalmente son ellas las escogidas por Dios como mediadoras y como instrumentos para salvaguardar la paz en la tierra.

En este sentido, una de mis heroínas favoritas es la reina Ester. Su nombre, de origen asirio-babilónico, significa estrella, y como los astros en el cielo que indican el camino o el fin del recorrido, Ester fue la guía para la salvación del pueblo de Israel. Esposa del rey persa Asuero, y llamada para reemplazar a Vasti, su previa esposa destronada por desobediencia, Ester intercedió por salvar al pueblo judío (su pueblo) de las garras de Amán, que en calidad de mano derecha del rey, pensaba exterminar a todos los judíos de las 127 provincias del reino.

La historia de Ester culmina con un verdadero cambio y una real transformación en su contexto, pues en un principio, en sus albores del matrimonio con el rey, su origen, su verdadera identidad y proveniencia eran un secreto para Asuero y los seguidores de su corte. “Ester no había revelado ni su origen ni su familia, porque Mardoqueo se lo había prohibido” (Esther 2:10), dice el libro, revelándonos que la relación de Ester con la corte comienza con un silencio abismal, con un velo que cubre sus verdaderos orígenes y su real identidad.

Pero el manto de Ester no está solo en su silencio, también está en su atavío. Recubierta de joyas, perfumados ungüentos y hermosas vestiduras Ester se prepara para ser la esposa de Asuero (Ester 2:1-18), pero como lo afirma en la oración que le dirige a Dios, en el fondo ella desprecia su atuendo, que no es más que símbolo enfermizo de una grandeza desmentida. “(Tu) sabes también que detesto el símbolo de mi grandeza que ciñe mi cabeza cuando aparezco en público”, dice Ester orando a Dios, revelando que su naturaleza es mucho más escueta y su identidad mucho más espiritual que la que ella le muestra al rey a su corte.

En pocas palabras, Ester encarna el conflicto habitual entre la mujer real y la mujer social, pero el brillo de su poder se muestra justamente cuando utiliza su máscara a su favor. En el capítulo 15 del libro, Ester se presenta ataviada ante su rey, y mediante su bellísimo atuendo y su “delicada” naturaleza, logra despertar la compasión de Asuero. Alabando a su rey, Ester dice: “Te vi señor como un ángel de Dios, y mi corazón se turbó por el miedo de tu majestad. Eres maravilloso, señor y tu rostro es fascinante” (Ester 15:16-17). Con estas palabras, Ester marca un sello de piedad, pues Asuero, al mostrarse amoroso y compasivo frente a su esposa, también se mostrará benevolente con su pueblo.

El final del libro de Ester muestra cómo su poder pudo revertir el orden de las cosas, pues el comienzo de su reinado se dio gracias al desacato de Vasti ante su rey, pero Ester, justamente, logra “desobedecer” la voluntad de la corte. Ella, rasgando su velo, no solo consigue imponer sus deseos sobre los de Amán y Asuero, sino que además, logra que su rey le muestre sumisión y obediencia. “Dime ahora qué quieres y te lo daré, dime qué más deseas y se hará” (Ester 9:12), dice el rey postrándose ante su reina, reconociendo no solo la valía de sus orígenes sino la importancia de sus deseos más genuinos.

En este mes de la mujer, Ester nos recuerda que como mujeres podemos reinventar nuestra realidad. Basta un pequeño cambio en nuestro comportamiento para hacer toda una revolución, y esa transformación consiste justamente en despojarnos de nuestros mantos y atavíos, y en quebrantar las enormes vasijas que guardan nuestro silencio.

@valentinacocci4 valentinacoccia.elespectador@gmail.com

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