Sobre la necesidad de las artes

Sigue a El Espectador en Discover: los temas que te gustan, directo y al instante.
Valentina Coccia
11 de mayo de 2019 - 05:00 a. m.
Resume e infórmame rápido

Escucha este artículo

Audio generado con IA de Google

0:00

/

0:00

En el pálido otoño del año 1902 un joven poeta le escribe a Rainer Maria Rilke para pedirle una opinión al maestro sobre su poesía incipiente. Rilke, afectado por sus molestias pulmonares y por una situación económica no muy favorecedora, le contesta al joven poeta que debería sacar la fama y la aprobación de la ecuación de sus actividades artísticas para llegar a conectarse con su verdadera voz poética. Si bien el joven poeta esbozaba en sus versos una calidad y un trabajo permanentes, su poesía aún no parecía sincera; aún no llegaba a conectarse con la verdadera expresión del ser. Puede ser que el poeta, de no haber seguido el consejo de Rilke, se hubiera vuelto un autor famoso y aclamado en esa Alemania de principios de siglo, pero de haber sido así, a lo mejor nunca hubiera trabajado las profundidades, las enormes honduras y controversiales grietas de su alma.

En Cartas a un joven poeta, obra que me llegó gracias a la recomendación de un amigo muy querido, Rilke nos da a entender que el arte no puede ir de la mano del deseo de conseguir la fama o la aprobación externa: el arte no tiene por qué ser un producto comercial. De ser así, la calidad artística perdería su esencia y el artista nunca llegaría a explorar los atributos de su alma y su particular manera de expresarse. Muchos artistas, sobre todo a partir del siglo XVIII, buscaron explorar el virtuosismo y elaborar sus productos a través del trabajo de una técnica impecable y del academicismo puro. Estos productos generaron asombro en todo tipo de público, y lograron impactar a través de la belleza y de su irreprochable perfección. El arte llegó a comercializarse en las altas esferas de la sociedad, dejando de lado las expresiones más auténticas, a veces desconocidas, del arte que se engendraba lejos de los círculos académicos.

Si bien hoy el arte ha tocado puntos más cercanos a la subjetividad, aún seguimos encerrándolo en las altas esferas de lo inalcanzable: el arte dejó de ser democrático, dejó de estar a la mano de todos, para convertirse en un elaborado producto académico que solo aquellos que tienen acceso a dichos estudios pueden realizar. En los últimos años la valoración de la sociedad diversa ha logrado rescatar el arte que se produce fuera de los círculos académicos, pero más que nada ha quedado como un producto patrimonial y auténtico de comunidades étnicas.

A mi modo de ver, el arte debe ser rescatado de las profundidades de cada uno de nosotros. En Cartas a un joven poeta Rilke afirma que cada quien tiene una verdadera voz individual, que es capaz de sacar productos tan auténticos que no podrían entrar dentro de ninguna clasificación artística. Pero, si dicho ejercicio no va a servir para obtener ganancias, para que sea aprobado socialmente o para que alcance a un gran número de personas, ¿para qué sirve el arte, esa poesía que nos habita y que dejamos callada y silenciada durante gran parte de nuestras vidas o a veces para siempre? Rilke me ha hecho reflexionar mucho a este respecto, y creo que he llegado a unas sencillas conclusiones.

En primera instancia, Rilke le recomienda al poeta que se adentre en sí mismo, y que confiese ante su propia conciencia si el verdadero motor de su vida es la escritura. He ahí una primera respuesta: la exploración artística nos conduce a una verdadera introspección. De acuerdo a lo que nos dice Rilke el arte nos ayuda a tener las habilidades para preguntarnos por los verdaderos deseos de nuestra alma: esta habilidad no solo nos llevaría a una originalidad suprema, sino que también podría ser transferida a todos los ámbitos de nuestra vida, ayudándonos a tomar importantes decisiones en cada aspecto.

Rilke también le recalca al joven poeta que el arte es una actividad que surge de la consonancia con la naturaleza y con todo lo que nos rodea. La habilidad de ahondar en nosotros mismos también nos permite conocer de qué manera el mundo exterior reside en nuestra alma. De acuerdo a la teoría rilkeana el arte nos une a todo lo que nos rodea, descubriendo la belleza del otro porque sabemos que forma parte de nosotros mismos. En estos términos, el arte nos ayudaría a desarrollar la cualidad de la empatía, tan necesaria en nuestro mundo, lleno de seres solitarios y egoístas.

De esta misma cualidad de la empatía surge la virtud de observar el mundo exterior en todo su esplendor, transformándolo con nuestra mirada subjetiva. En la lluvia cayendo el que abriga cualidades musicales escuchará los ritmos particulares y secretos de la naturaleza. El que ama la danza verá el movimiento intempestivo de cada una de las gotas de agua. El que tiene propensión a la pintura verá en la lluvia imágenes, luces y sonidos que se inmovilizan ante sus ojos. De acuerdo a lo que dice Rilke, el desarrollo de esta mirada subjetiva es muy particular: dos personas no ven el mundo de la misma manera.

Aunque este tema amerita amplios estudios y difusión, creo que Rilke logró desenterrar las raíces de la expresión artística: el arte no es algo que debe surgir desde el consenso común, sino de la interioridad de cada quien. Viéndolo de esta forma, la elaboración de una conciencia artística, si bien no nos llevará a la fama, sí desarrolla cualidades empáticas, la posibilidad de observar nuestro interior y la creatividad necesaria, no solo para volcarla sobre la creación misma, sino para extenderla al mejoramiento de las condiciones en las cuales la humanidad vive en estas décadas de miedo, desastre y destrucción.

@valentinacocci4, valentinacoccia.elespectador@gmail.com

Conoce más

 

Sin comentarios aún. Suscríbete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.