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Transcurría el año 1858. Era una noche oscura; una de esas noches de primavera durante las cuales se oyen los grillos cantar, los cascos de los animales por las calles citadinas, la bruma que se entremezcla con el perfume tardío de las flores. Edgardo Mortara, un niño de seis años, compartía la noche con su familia. Su madre tejía junto a la chimenea, y su padre se ocupaba de afilar un cuchillo para cortar la carne. De repente, se escucharon estruendosos golpes en la puerta. El padre, con pesados pasos, fue a abrir, y la policía entró tumbando todo alrededor para apresar a Edgardo, que iba a ser legalmente arrestado por orden de la Santa Inquisición. ¿Cuál era el crimen del pequeño? Haber nacido en una familia judía. Abandonando la noche fresca de la pequeña ciudad de Bolonia, Edgardo debía trasladarse a los catecúmenos en Roma para ser adoctrinado y educado en la fe cristiana, arrancándolo para siempre de los brazos anhelantes de su madre, que arrodillada suplicaba llorando que no se llevaran a su niño.
El caso de Edgardo Mortara fue solo uno de entre los muchos secuestros realizados por la Iglesia para adoctrinar a los niños en la fe católica, y aunque tales atrocidades no se han vuelto a cometer recientemente, un hálito de esos tiempos en los que los niños eran secuestrados, adoctrinados y maltratados de distintas formas aún sopla en la realidad de nuestro siglo XXI. El escándalo de los más de 1.000 casos de menores abusados sexualmente por 300 sacerdotes pederastas en el estado de Pensilvania juntándose por coincidencia con la discusión política del aborto en Argentina me ha hecho pensar en la ironía del movimiento PRO-VIDA. Muchas personas que favorecen la penalización del aborto representan a las iglesias de raíz judeo-cristiana, promoviendo el hecho de que la vida, concedida por Dios, es sagrada, y que debe respetarse más allá de cualquier cosa. Sin entrar en la discusión de si un embrión puede considerarse un ser humano o no, el hecho de que los que hemos nacido estamos vivos es indiscutible e irreprochable. Realmente, ser PRO-VIDA representaría la solidaridad, la compasión y el apoyo hacia los niños que han nacido, hacia aquellos niños que están vivos y que caminan de la mano con nosotros. ¿Cómo es posible que las mismas personas que hacen tanto escándalo por el aborto no sean capaces de protestar por el abuso que se comete hacia los menores en las iglesias? ¿Sabiendo además que las iglesias son lugares a los que las personas se dirigen para encontrar un consuelo y un camino espiritual, una verdad y una guía para vivir mejor?
La infancia sin duda es la edad en la que una persona está mayormente expuesta a la manipulación: un niño cree cualquier cosa que le digan y su mente está continuamente expuesta a los peligros de la literalidad. Si a un niño le dicen que la sexualidad es, por ejemplo, un instrumento de satán para llevarnos a la perdición, de seguro lo creerá. Si a un niño le dicen que hay que mantenerse casto hasta el matrimonio o de lo contrario se irá al infierno, de seguro lo creerá. El abuso de los sacerdotes solo es un apoyo más para que el niño, próximo a convertirse en adulto, evite a toda costa las relaciones sexuales: habiendo sido víctimas de un abuso, ¿cómo podrán tener una vida sexual sana y feliz en la adultez? Aunque espero que la Iglesia no haya ideado semejante retorcimiento, tendría toda la lógica como herramienta de manipulación.
¿Y qué se puede decir de los múltiples maltratos que los niños padecieron en escuelas católicas o religiosas? Una vez, en una tarde de té, escuché a una persona hablar de su infancia transcurrida en un internado de monjas en Boyacá: las religiosas se aseguraban de que las niñas miraran hacia arriba mientras se estaban duchando, pues mirarse el cuerpo durante el baño era pecado. No solo les generaban un trauma referente a la sexualidad compartida, sino que además se encargaban de que su propio cuerpo les generara intimidación y hasta repulsión. Ni qué hablar de muchos casos en lo que los niños eran educados con correas, palos y bastones por los religiosos del colegio. ¿Si Cristo soportó tantos maltratos, qué son unos cuantos azotes para purgarse del pecado? Es increíble cómo tantas veces el martirio de Jesús ha sido utilizado como un argumento para el maltrato en las escuelas, y es aún más increíble que Jesús, que a lo mejor fue un hombre revolucionario por su solidaridad, su compasión y su misericordia, sea recordado únicamente por su escabrosa muerte (ya que las imágenes del Cristo Resucitado o Misericordioso no son aquellas que los cristianos se prenden al cuello). Aunque dichas herramientas educativas ya no son tan frecuentes, sí lo fueron, y es algo que debe tenerse en cuenta igualmente en los anales de los abusos a los menores.
Los abusos físicos no son más que una manifestación del abuso psicológico y emocional que a lo largo de la historia se ha cometido con los niños. El miedo al infierno y el temor al castigo han sido los protagonistas del catequismo durante mucho tiempo, lo que hace de la religión una imposición y no una convicción plena y feliz. Por ejemplo, el pastor Keenan Roberts del estado de Colorado es famoso por hacer del infierno el centro de su predicación con los niños de su feligresía. A él se le debe el famoso invento de las casas infernales, que de acuerdo a lo que él mismo dice son de una especie de simulación del infierno, al que los niños van para vivir en carne propia lo que les pasaría si no son buenos cristianos y devotos creyentes. Ante las contestaciones que se le han hecho al pastor por esta práctica abusiva él ha objetado con vehemencia: “Prefiero que comprendan que el infierno es un lugar al que no desearían ir por nada del mundo. Prefiero hacerles llegar ese mensaje a los doce años, que no llegar a ellos en absoluto y permitir que vivan una vida de pecado y que no encuentren nunca al Señor Jesucristo”. En otras palabras, se le ha aplaudido por muchos años una práctica por la que debería ser condenado a décadas de prisión. Manipular la mente de los niños e infundirles la idea de la culpa para que vengan a la iglesia es una de las tergiversaciones y manipulaciones más crueles que he oído en mi vida.
Aunque el papa Francisco se disculpó con la comunidad de creyentes y afirma que va a apoyar todos los procesos judiciales, no me parece que esto sea suficiente. Las iglesias de raíz judeocristiana deben replantearse sus ideas sobre la sexualidad para evitar tales perversiones dentro de sus círculos, y deben dejar de utilizar la culpa como una herramienta de manipulación para los niños: la religión debe ser una elección libre y no una imposición que viene desde la infancia. Creo que esta causa no debe ser solo asunto de agnósticos, ateos y laicos, sino debe ser causa de los feligreses de las iglesias, e incluso de los mismos religiosos, demostrando así (tal vez por primera vez) que no están encubriendo crímenes sino que representan una Iglesia que quiere ser completamente distinta de lo que ha sido hasta ahora; una Iglesia que abogue por los derechos, una Iglesia realmente PRO-VIDA.
