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Las familias italianas son familias llenas de recuerdos. Muchas veces se trata de recuerdos simples, de cuando el abuelo cultivaba la huerta, de cuando mamá amasaba el pan hecho en casa, de cuando la abuela hacía los ravioli para el año nuevo o los buñuelos para el día del carnaval
Los mejores recuerdos se asocian a la mesa, a la familia reunida consumiendo los alimentos o a todo el proceso asociado a la preparación y a la cocción de esos manjares: desde que crecían a la luz del sol del Mediterráneo, hasta que el plato llegaba a decorar la mesa el día de pascua o navidad.
En Italia comer es más que un acto cotidiano, pues tal vez es la costumbre más arraigada a la cultura. Por un lado, en Italia la comida se inscribe a los estamentos de la memoria, enlazándola con los recuerdos más recónditos del árbol genealógico. Su consumo también se relaciona de manera profunda con el placer, con el gusto de comer en compañía y de ver caer la tarde todos juntos con la luz del sol difuminando las copas de vino. Finalmente, las grandes cenas también son cómplices de los valores de la familia y de su permanencia a lo largo del tiempo y de las generaciones. De esta forma pasado, presente y futuro encuentran su perfecta simbiosis en una mesa abundante, que más que una excusa para reunir a los familiares, es un tributo a una cultura que lleva labrándose desde siglos atrás.
Llevo años compartiendo la mesa con mi familia, y si algo he aprendido de esas madres, tías, abuelas y hermanas que me han alimentado en los días de fiesta, es que la comida es una forma de recordar. Recetas intactas llevan décadas adornando los almuerzos familiares; tanto como que los buñuelos de carnaval que hace mi madre hoy en día son los mismos que preparaba mi tatarabuela. Pero lo más importante es que el consumo de esos alimentos es un recuerdo de que años atrás, en los campos remotos donde crecieron mis abuelos, no había mucho que comer. La abundancia en la mesa es una forma de recordar otros tiempos de carestía, de hacerle honor a esos antepasados que sufrieron la hambruna, de agradecer lo que hoy en día tenemos y de recordar cómo lo que nosotros consumimos hoy, ellos no se lo podían permitir sino con muchos esfuerzos para celebrar las festividades.
Por eso mismo, la reunión de la familia alrededor de la mesa es también una manera de honrar el presente. Comer durante el verano en una bonita mesa en la pérgola de la casa, llenar la mesa de quesos y carnes maduradas, de panes de todo tipo, de ríos de aceite de oliva y vinagre balsámico, de frescos tomates recién recogidos, de aceitunas negras y redondas, todo acompañado de un buen vino rojo hecho en casa o comprado donde un productor local. Ver la tarde caer y sentir el calor del sol mientras se habla todos juntos, se ríe, se disfruta… hasta que el atardecer, con todos sus colores, llega a apaciguar los corazones. Comemos hoy; no sabremos si comeremos mañana, si pasados unos días volveremos a estar todos juntos, si alguno morirá por el camino o si el día de mañana seamos tan pobres que no podremos volver a ver una mesa decorada con tantos alimentos. Lo que sabemos es que el verano no se quedará para siempre.
Lo único que podemos hacer es enseñarles a las generaciones más jóvenes qué es importante conservar; que no es solo la receta milenaria del tiramisú o el secreto para que la lasaña de carne quede suave y jugosa. Asistir a las cenas y almuerzos familiares no es solo una costumbre, o una obligación: es un hábito sagrado. Llegar a tiempo a los consumos familiares de alimentos significa aprender que comer en familia es honrar la historia de nuestros antepasados; significa aprender que padre y madre tienen roles particulares dentro de nuestro círculo; significa entender que pasar tiempo juntos es más importante que salir a cenar con amigos o que pasar la tarde en el cine; porque solo nos tenemos entre nosotros y ese es un vínculo que debemos honrar.
Comer en Italia es un placer, un “dolce far niente” que con el pasar de las horas, rindiéndonos a la discreta ebriedad del vino, a la exuberancia de los platos y a la deliciosa compañía, se convierte en un disfrute que nos hace agradecer que estamos vivos.
@valentinacocci4
valentinacoccia.elespectador@gmail.com
