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Universidad de Los Andes: de cara al prestigio y de espaldas al egresado

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Valentina Coccia
01 de abril de 2016 - 03:06 a. m.
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Todos los bogotanos conocemos el famoso dicho que reza: “Universidad de los Andes: de cara a Monserrate y de espaldas al mundo”.

Este dicho con ínfulas de proverbio hace una indiscutible referencia al microcosmos de la Universidad de los Andes, a ese oasis de cultura y de saber refrescante que surge en medio al desierto del barrio Las Aguas, en la localidad de la Candelaria. La pequeña isla de Los Andes es un asentamiento aparte, con sus edificaciones ultramodernas, sus instalaciones cómodas para estudiantes, profesores e incluso minusválidos, que campantes podrían circular de un lado al otro del campus sin problema alguno.

Este asentamiento también cuenta con innumerables restaurantes, que mal que bien, ofrecen alternativas gastronómicas a la moda: desde parrillas tipo “Andrés Carne de Res” a restaurantes que proporcionan amplios menús veganos y de calidad orgánica. Caminar por la Universidad de los Andes es como caminar por un mall lleno de comodidades y alternativas al público: a nivel gastronómico, de instalaciones, y por su puesto, lleno de alternativas a nivel académico. Todo esto, que por todos sus poros nos vende una educación de calidad, no es más que un síntoma del aislamiento de la universidad, que forma profesionales en apariencia excelentes, pero que se encuentran en absoluto desconocimiento de la realidad que los rodea.

Aunque debo decir que la preparación que Los Andes me brindó fue la mejor alternativa que pude escoger a nivel académico, también es imperante que mencione el completo desinterés de la universidad por el futuro de sus egresados. Esa apariencia de prestigio y de calidad, ese nombre intachable que la universidad debe mantener ante Colombia y el mundo, esa filosofía de élite que encubre cada una de las asignaturas dictadas, es la pantalla incólume de una universidad que quiere que sus egresados sean solo elementos valiosos para el sistema.

Los Andes no es una universidad que les enseña a sus estudiantes a cuestionarse, a ser creativos, a buscar alternativas a las ya existentes, sino que por el contrario, solo busca que se reafirmen en el aparato estatal colombiano, ocupando puestos importantes para la permanencia de las estructuras políticas y sociales. Esto no es preocuparse por el futuro del egresado; esto no es brindarle la oportunidad de que surja como individuo, de que se forme su propia idea sobre las cosas del mundo. Esto es solo una herramienta más para que la sociedad “divinamente” siga sosteniendo la sartén por el mango.

Recuerdo una ocasión especial que como estudiante me llenó de indignación. Para ese momento, alguien había pintarrajeado una especie de graffiti en una de las paredes externas de la universidad. El rector convocó a una reunión extraordinaria a toda la comunidad y pontificó sobre por qué ese tipo de manifestaciones eran vandálicas e indignas de los estudiantes uniandinos. Sin embargo, reconoció que los estudiantes merecían un espacio para la libre expresión. Ante esto, el rector del momento abrió un espacio en una pared en blanco para que los estudiantes pudieran “expresarse”, pero la triste pared quedó intacta sin una mancha de librepensamiento. La anécdota sólo quiere demostrar que esa apariencia impecable no permite digresiones, y que cualquier uniandino, estudiante o egresado que sea, no puede atacar la solidez de ese sistema educativo. Protesto, y con creces, escribo y pintarrajeo sobre todo lo que la Universidad de los Andes nunca me enseñó.

 

 

 

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