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El arrogante desacierto de Daniel Samper Pizano

Vanessa Rosales A.

21 de febrero de 2022 - 12:00 a. m.

Hablar sobre personas y no sobre ideas suele parecerme un gran despropósito. Sin embargo, a veces, dado el caso, el contexto, se hace ineludible no situar el debate en torno a alguien. Lo hago aquí con la intención de gravitar justamente alrededor de las ideas que, esta vez, quedaron selladas alrededor de un personaje. Lo hago sin dejar de anotar que la personalización del debate, en Colombia, me parece que debilita de manera constante cualquier esfuerzo por mirar más allá de lo simplista y lo inmediato. Es lo que incentiva esa pereza que tanto nos llama para mirarnos con complejidad. Así que convoco la bondad de quien lee, para que pueda incomodarse un poco con esta simultaneidad: la de poder usar las ideas recientemente expresadas por un individuo específico para echar una mirada a algo más estructural.

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Hace unos días, el renombrado periodista Daniel Samper Pizano publicó una columna llamada “Machismo feminista”. Días antes había buscado interpelar críticamente a Ingrid Betancourt, y en sus líneas la retrata a través de un arquetipo maniqueo: bruja mala, hada buena. En la columna se lanza a señalar una “militancia social ultrafeminista”. Nos recuerda que su condición de patriarca añejo, demasiado importante, no puede ceder a estar enterado de lo que se dice en los foros virtuales. Desmiente haber tenido algún dejo racista con la candidata presidencial Francia Márquez. Y confirma, a toda costa, que tenía razón en la forma en que articuló sus reservas contra Betancourt. “La bruja mala desplazó al hada buena”, insiste. Dice, además, que hay un “extremismo de género” que “acalla”.

La columna es una gema. Despliega, de verdad, de modo espectacular, de manera ejemplar, lo que es un documento encumbrado de misoginia y arrogancia patriarcal. Lo patriarcal se caracteriza también por un sello inamovible de arrogancia. Por la convicción, confiada, de saberlo todo. Por la creencia de no errar. Samper Pizano llega, desde su atril, a pontificar qué es el feminismo, qué le falta y por qué es temible. Inventa, además, un término ficticio y acomodaticio.

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Entre otras cosas, la misoginia deshumaniza a las mujeres. Por eso, las reduce. Las transforma en arquetipos chatos y binarios como los que emplea el columnista. El problema no está, como quiere argumentar él, en la posibilidad de interpelar críticamente a alguien como Betancourt. El problema está en que él quiere hacerlo desde la misoginia y que se le deje pasar. Él, gran patriarca, puede interpelar, ¡hasta con humor! Pero, si se encuentra él como el sujeto interpelado, pobrecito, ha caído bajo las garras de un feminismo “sin humor”, “intolerante”. El machismo ha sido también, una ley del embudo extraña.

Misoginia es recurrir a esas caricaturas deshumanizantes. Es concebir a las mujeres de modos que les despojen de su complejidad. Las mujeres no se reparten en arquetipos binarios. No son buenas hadas ni brujas malas. No son putas ni madres vírgenes. Esa es una forma de ver a las mujeres como objetos sin densidad.

Ahora, hay varios elementos que el texto de la columna nos permite desglosar. Está, por ejemplo, la falta de novedad en sus recursos falaces. La ansiedad patriarcal, nerviosa e incómoda, recurre a las caricaturas ramplonas desde tan atrás como el siglo XIX para insistir en que el feminismo es algo “antinatural”. Por eso, además, recurre a otra argucia común: toma partes por el todo, toma los aspectos que le conviene para definir lo que, se supone, es “el feminismo”. Es un recurso de legitimación frecuente y predecible. En el caso de Samper Pizano, que todo lo sabe, el “feminismo” es una expresión sectaria “como de machos”. Hay algo de ironía en la manera en que un patriarca, entrado en años, elige señalar en una proyección suya mucho de lo que él mismo hace.

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Las personas que han estudiado algo medianamente profundo sobre los feminismos saben perfectamente que se trata de un terreno incómodo por su multiplicidad. No hay un solo feminismo. No hay una categoría monolítica ni estática. Son muchos y son plurales. Les une, eso sí, una frontera común: luchar contra toda forma de opresión posible. De allí que sea un campo tan fértil en dimensiones y posibilidades. Es, por supuesto, más cómodo y más fácil avasallar lo que incomoda a una categoría fija, que por su “falta de humor” resulte risible e indignante.

Porque lo patriarcal no oye. Subsiste por las franjas empecinadas que traza. Insiste en aleccionar y en afirmar que acapara todavía la verdad. Insiste, además, con pasmosa soberbia en creer que sí sabe “de verdad” lo que son las cosas. De allí que Samper Pizano dibuje, con insólita obtusidad, un concepto semejante como “machifeminismo”.

Allí queda expuesta la ignorancia histórica de Samper. Los sesgos que proporciona su altivez. Primero, su propio desconocimiento no le permite ver que sus retóricas, que caricaturizan, reducen y se burlan de lo que él ha decidido es el feminismo, no son nuevas. Son viejísimas y predecibles. Segundo, es curiosa esa manía que muestra, de señalar machismo en todos, en Germán Arciniégas, en Colombia, en las “feministas”, pero ¿y en él? No, bendito sea, ¡si este sí que es el verdadero defensor de la igualdad femenina! Si se fijan, a los patriarcas de su talante les es mucho más cómodo señalar, en su paranoia (con frecuencia no-reconocida), que detenerse un instante a considerar si, efectivamente, de manera inconsciente, incluso sin mala fe, pueden estar incurriendo en algún tipo de impulso o lectura machista. Lo patriarcal no oye. Es arrogante. Se fija en recordar que la autoridad del conocimiento sigue siendo suya. Ese texto es una demostración nítida de eso también.

Toda la columna brilla por sus falacias argumentativas. Nos sirve, una vez más, como signo. De esa ansiedad fundamental que atraviesa a todas las estructuras patriarcales. ¿Por qué no hemos visto ni vemos a los patriarcas como él detenerse un poco, oír, considerar, ponderar lo que se dice desde múltiples voces femeninas? ¿Por qué un patriarca de su tipo elige amontonar el feminismo en algo que le convenga para demostrar que él sí sabe, que él sí tiene humor, que él sí que no es machista? Porque lo patriarcal es un tipo de apego feroz; un aferrarse con obstinación a seguir predicando que, hasta la autoridad del conocimiento, la voz, la palabra, sigue siendo sólo de ellos. No olvidemos que el gran, todopoderoso, Samper, como él mismo nos recuerda, “profetiza”.

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No existe una cosa semejante al machifeminismo. Allí está una de las falacias y los delirios soberbios del columnista. Tampoco existe algo tan pasmosamente obtuso como una feminazi. (El nazismo fue una visión política basada en el totalitarismo, que concibió la exterminación de pueblos enteros, una retórica del odio y de la otredad; los feminismos, so pena de la ignorancia de muchos, forjan una búsqueda por liberar a todas las personas de formas de opresión e históricamente está ligado a las mujeres).

Este tipo de términos, frutos de una extraña y nerviosa mescolanza, con halo a teoría de conspiración, nos revelan cuantiosa precariedad intelectual. Nos recuerdan lo atrevida que es la ignorancia. Nos reafirman la facultad que ésta tiene para hablar, obnubilada por el desconocimiento, pero con confianza. En últimas, la columna y la postura de Samper encarnan esa soberbia que no oye y que, además, de manera frontal, explica que no lo hará. Mantenerse en su línea, en la altivez desconsiderada es otra de las advertencias que hace.

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Vale la pena desmenuzar algo más. Lo que sí existe, lo que se ha señalado múltiples veces en esta orilla, es que la misoginia puede ser un prejuicio en todo tipo de personas. Los varones pueden ser misóginos y las mujeres pueden haber asimilado formas de misoginia por igual. Así también sucede con los machismos. Hay mujeres que ven el mundo desde sus aprendizajes machistas. Ni lo misógino ni lo patriarcal escapan a los seres humanos. Estamos llamados a verificarlo, a tener la humildad de considerar los sesgos con los que podemos estar mirando.

Unos días después de la columna, algo por esta línea quedó demostrado en el radar público. La misma Ingrid Betancourt lanzó unas insólitas afirmaciones. En un evento público, llegó a decir “las mujeres que se hacen violar, las mujeres que se hacen perseguir”. Esa proclama pone el foco sobre la agencia de las mujeres y no en los hombres, quienes son los que suelen violar. Esa proclama recurre a la culpabilización de las mujeres en asuntos que no son perpetuados por ellas mismas. Rápidamente, Betancourt aireó excusas públicas, escudándose en las formas en que opera, supuestamente, el francés en sus razonamientos mentales. Eran afirmaciones misóginas hechas por una mujer. Como bien puede suceder.

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También, como pasa en muchas posturas políticas, sí pueden existir segmentos reaccionarios. En los feminismos, por ejemplo, sí pasa que segmentos que proclaman radicalidad pueden reproducir fórmulas y violencias patriarcales. Claro. La variedad es un síntoma de lo multidimensional. Sin embargo, el asunto es que Samper Pizano está obnubilado por una altivez ignorante. Está pontificando sobre un tema que en conocimiento se le escapa. Esto es signo de algo que sucede todo el tiempo también: para ningunear y acallar a los feminismos, se usan las expresiones más confrontacionales para reducirlo a algo temible, algo risible, algo que debe ser detenido, ¡de inmediato! Esto sería cómico si no propiciara tanto daño.

Cuando sucedió lo de Betancourt, todo tipo de voces feministas fueron ágiles en problematizar y señalar la violencia de las afirmaciones que hizo. Muchas feministas y voces femeninas interpelaron y rechazaron las declaraciones con contundencia reflexiva. Samper Pizano pretende, en cambio, legitimar la misoginia como una forma de interpelar a una mujer críticamente. No es igual. Los feminismos también interpelan críticamente a otras voces femeninas, pero evaden, con consciencia y autocrítica, hacerlo recurriendo a violencias patriarcales.

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Una de esas grandes violencias está justamente en la actitud que encarna Samper Pizano: esa de enarbolar sobradamente la incapacidad para asumir un margen de error posible. La reticencia a efectuar esa humildad que hay en hablar, escribir, sobre lo que sí se sabe.

@vanessarosales_

vanessarosales.a@gmail.com

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