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El error en el razonamiento de Carla Giraldo

Vanessa Rosales A.

07 de noviembre de 2021 - 11:00 p. m.

Hace unos días circularon apartes de una entrevista realizada a la actriz Carla Giraldo (reciente ganadora del programa MasterChef colombiano). La revista Semana, por ejemplo, publicó una imagen suya en Instagram donde recogía algunas de las palabras de sus recientes declaraciones. En ellas, Giraldo decía:

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“Yo soy feminista y machista, tengo las dos. Soy muy machista en muchas cosas. Pienso que si eres buena mujer, también tienes que atender a tu esposo. No quiere decir que le tengas que hacer todo y que seas sumisa, por eso es que se confunden las cosas”.

Añadió también: “Me encanta que me piropeen y me abran la puerta del carro. Mi marido es el hombre más caballeroso que existe en este mundo. Yo no me he mirado al espejo y quiero que me halaguen”.

Hay muchas falacias en la lógica de esta argumentación. Muchos de los errores –señalados, por lo demás, por incontables personas en las redes – se deben a la equívoca lectura que sucede cuando se mira algo desde la distorsión. Distorsionar algo es una forma de incurrir justamente en la desinformación.

Así que pretendo aquí despejar algunas de estas concepciones, todavía comunes, pero profundamente erradas. Para algunas personas, curtidas y conocedoras en estos temas, estas explicaciones pueden resultar evidentes, demasiado obvias y conocidas. Esto nos recuerda que son diversos los niveles de conciencia y de conocimiento. El esclarecimiento va entonces dirigido a quienes no tienen claridad de percepción. A quienes, como Giraldo, erran con este tipo de raciocinio.

A pesar de lo mucho que se ha renovado la fuerza del movimiento de las mujeres en América Latina, el afán de tergiversar lo que es y no es, supuestamente, el feminismo, también ha ganado vigor. Es intenso el afán de deslegitimación.

Entonces, voy por partes. En primer lugar, lo más obvio. Feminismo y machismo no son caras de una misma moneda, por así decirlo. Lo que les une es la semejanza en los términos, tal vez la similitud de las palabras. El machismo es un sistema añejo, de siglos, hecho de estructuras históricas, donde se instaló, de incontables maneras, que la mujer era un sujeto secundario, un otro que había que controlar, y cuyo destino único era ineludiblemente ser esposa, ser madre, existir contenida en la esfera de lo doméstico. El machismo entiende una diferencia entre hombres y mujeres donde éstos pueden ser libres, ejercer poder, sexualidad, libertad, autonomía e incluso el derecho mismo a ser humanos, a ser complejos. Por eso, el machismo también es un sistema de códigos inconscientes que nos guían en los momentos más mundanos. Los aprendemos de formas diversas. Nos enseña a despreciar lo asociado a lo “femenino”. Nos adoctrina de manera eficaz a creer que lo masculino debe ser de cierta manera y lo femenino de otra.

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El feminismo, en cambio, es el nombre que se le da a una realidad histórica. Una donde las mujeres no tenían las mismas oportunidades y derechos que los hombres. Así, es una forma de darle nombre a esa asimetría. También es un movimiento que busca diluir toda forma de opresión; que problematiza justamente cómo se construyó tanto lo masculino como lo femenino; y que busca liberar a todas las personas de las cárceles que nos imponen las codificaciones de género. Es un movimiento político. Una lucha. Lo que busca es la igualdad de derechos y condiciones políticas, sociales, culturales, económicas y humanas para todos los sexos. Pero, también una forma de mirar el mundo. Una perspectiva. El feminismo busca libertad e igualdad; el machismo se aferra a modos limitados de ser, a la represión. No son equiparables.

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En segundo lugar, históricamente, el feminismo ha producido gran ansiedad social. El prospecto de la libertad y la igualdad de las mujeres ha generado la ofuscada y ansiosa noción de que se trata de algo “anti-natural”. Por eso, las caricaturas y los estereotipos que buscan ningunear a las feministas son siempre, y en el tiempo, tan parecidas. Las de comienzos del siglo XX y las de ahora suelen parecerse bastante entre sí. Se advierte esa posibilidad, -la de que las mujeres sean libres-, como una fuerza que desestabiliza. Entonces, se tejen imaginaciones tórridas para soportar ese miedo. Se dice que las feministas son mujeres histéricas, risibles, iracundas, que “quieren ser como los hombres”, que les odian, y así. Caricaturas. Formas reducidas. Simplismos.

El razonamiento de Carla Giraldo revela, además, otros síntomas comunes. Por un lado, la creencia de que la cortesía común, el buen trato, la bondad, la amabilidad, son contrarias a lo que las supuestas feministas conciben. Es parte del mismo reduccionismo. Es parte de la misma distorsión. Es más fácil caricaturizar lo que se teme o lo que genera ansiedad. Que un varón abra la puerta del carro o elogie a una mujer cambia si viene desde un lugar de dominio o si viene desde un lugar de bondad. Ser feminista no es rechazar el trato bondadoso, considerado, solidario, noble, amable de los hombres: es no aceptar tener que ser de cierta manera por ser mujer u hombre por igual. Es no aceptar violencia. Es añorar un mundo donde sea posible existir en libertad.

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Ponerse el rótulo feminista, en círculos donde imperan la convención y el afán de conservar un estado inerme resulta indeseable porque no se aconseja ser mujer e incomodar. Por eso el sensacionalismo con las afirmaciones de la actriz. Porque está ese otro aspecto. Los medios adoran afirmaciones de este tipo, sensacionales, reduccionistas. “Carla Giraldo confiesa que es machista”, decían. Con un tufillo de triunfo. Como una alegría. Como una satisfacción ganada por desinformar.

Uno de los argumentos más comunes – y sosos – de quienes se enardecen en su antifeminismo está en decir que ya se han logrado muchas de las cosas que reclamaba el feminismo en materia de derechos y condiciones. Es verdad. Muchas leguas se han recorrido. Muchas conquistas se han logrado. Muchos derechos se han adquirido y muchos cambios se han dado. Pero el asunto requiere el ánimo inteligente que permite la complejidad. Son siglos de misoginia. Siglos de mundos machistas. Los cambios que ha habido en el último siglo – y que en Colombia y en América Latina son mucho más recientes y siguen en proceso – no diluyen, ni borran la dimensión más estructural. El machismo no se percibe sólo en leyes o superficies. Son creencias añejas. Son prejuicios perceptivos. Es un proceso en el que seguimos. Es un proceso histórico que sigue en construcción.

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No es posible ser machista y feminista. Es ese un argumento desinformado y falaz. Es posible tener una perspectiva feminista y seguir deshaciendo, problematizando, cuestionando e incomodando los propios aprendizajes machistas.

El error de Carla Giraldo está en reproducir la idea que dicta que las mujeres están obligadas a determinadas cosas para ser buenas, complacientes, correctas, apropiadas. El error está en equiparar dos cosas que son radicalmente distintas. El error está en una cultura mediática que adora simplificar. El error está en seguir demonizando el feminismo como esa cosa antinatural que desestabiliza porque pide igualdad y libertad. El error está en caer en lugares comunes que reproducen una mirada demasiado simple, que se basa en tergiversar. Un poco más de sustancia informada se espera en estos tiempos ya.

@Vanessarosales_

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