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Escandaloso machismo (y clasismo)

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Vanessa Rosales A.
31 de agosto de 2021 - 05:00 a. m.
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De su tierra, la escritora barranquillera Marvel Moreno fue una fuerza oracular. Su obra es prueba del poder que puede haber en mirar. Su punzante radiografía de El Prado y de su respectiva burguesía es un espejo en el que todavía nos podemos contemplar. Mirar es el arma de los débiles, decía, y en el caso de Moreno es muestra de lo que permite ese posicionamiento escindido que es escribir, observar, nombrar.

En su novela En diciembre llegaban las brisas, está la hermosa Catalina, hija de Divina Arriaga, una mujer cuyas subversiones le ganan una severa excomunión social. La casta que rige la ciudad, aturdida ante una mujer de su estirpe, impone como consecuencia a sus audacias la exclusión de su hija como forma de castigo. Cuando Catalina decide participar en un reinado local, su belleza y encanto se imponen por encima de la contendora, una muchacha sin la misma gracia que es, no obstante, apoyada por la élite local. En una escena en el Country Club de la ciudad, la aparición de Catalina, con su vestido blanco, sus hileras de perlas, su parentesco indiscutible con la madre aborrecida, suscita tan arisca incomodidad, que hay tomates lanzados contra su vestido, uñas que atraviesan su piel con ferocidad, una violencia inaudita que confirma que su existencia, marginada como está por su linaje, no es bienvenida en aquella encumbrada esfera social.

Las reflexiones sobre esos mecanismos que legitiman o no la posibilidad de pertenencia a la burguesía de Barranquilla proliferan con brillantez en aquel libro. La misma Moreno fue, en 1959, reina del Carnaval de la ciudad. Y aunque ese aspecto de su biografía se engrandezca muchas veces de una manera innecesaria y en aras de alimentar los arquetipos de lo que implicó, supuestamente, su belleza física, la personificación de un rol tan emblemático en aquella geografía sirve comprender justamente que vivir un mundo permite subvertirlo. De no haber sido su habitante, su conocedora, de no haber experimentado en la propia piel los resortes y mecanismos de aquel mundillo, Moreno no habría podido nombrar todo aquello que registra en una novela que es, además, un retrato de clasismo y aversión hacia lo femenino.

Hace unos días, con la elección de la nueva reina del Carnaval de Barranquilla, esos resortes hilvanados en la ficción parecen haberse agitado de manera vívida. Luego de más de un año de no realizarse lo que es corazón de aquella ciudad del Caribe, la elección de Valeria Charris se hizo con base a una lógica que desafiaba la que durante años la habían precedido. Una joven sin el lustro de los apellidos tradicionales participó en una convocatoria abierta para convertirse en la elegida. Y como es probable que pocas cosas sean tan incómodas en Colombia como la movilidad social o la mínima perturbación de un orden inerme determinado por añejas jerarquías, los comentarios de escozor no tardaron en llegar.

Una “aparecida” parecía “destronar” a otra candidata, favorita, secundada por los resortes de la confiada burguesía. Socios del reputado club que auspicia bailes indisolubles al Carnaval y que hace parte de la arquitectura esencial de la obra de Moreno mostraron, en los cotilleos habituales, subrepticios, el descontento ante la elegida.

Un entendimiento del mundo dictado por la perspectiva clasista está enquistado en la psique colectiva que vivimos. La experiencia de la clase social, tan arisca, es ubicua en el panorama de la cotidianidad. Está en los comentarios que se deslizan ante la apariencia de determinado individuo, está en la forma cómo hemos sido enseñados a percibir ciertas muestras de consumo conspicuo, está en la geopolítica de las ciudades más distintas. Y está en la incomodidad que suscita que sean otros perfiles los que alcancen determinado lugar.

Además de los descontentos que hubo entre la venerable cohorte de miembros del club social, se tejió una extraña narrativa en torno a la nueva reina que da cuenta justamente de la asimilación tan profunda de ese clasismo. Se dijo, entonces, que se trataba de una reina “del pueblo”, es decir, una mujer de origen “popular”. Esa condescendencia habla de una mentalidad tosca que al parecer comprende que todo aquello que no es élite o burguesía, debe ser, necesariamente, por default, por binario, de proveniencia popular. Aun cuando la clase media colombiana exhiba formas peculiares y complejas si se le compara, por ejemplo, con procesos históricos y sociales como los de Chile y Argentina, semejante narrativa es, francamente, de una cualidad pasmosamente retrógrada que no se sostiene en la época que vivimos. La amalgama de mezclas en términos de posibilidad social no puede llevar un sello tan simplista.

Ante el escozor y los comentarios ariscos, los medios nacionales intervinieron para dilucidar qué significaba “en realidad” la elección. Algunas figuras explicaron los mecanismos financieros que, efectivamente, implica ser reina del Carnaval de Barranquilla. Tener los recursos para el esplendor requerido permite comprender, además, por qué el músculo financiero está tan conectado con la posibilidad de ejercer ese rol en la ciudad. Pero en las explicaciones que surgieron y en el afán de demostrar un apoyo “incondicional” a la reina, se termina por minimizar y enmascarar un innegable clasismo. Clasismo que hay que nombrar.

Me disculpará la excelsa sociedad de Barranquilla –ciudad de mi propio linaje femenino, mi segunda ciudad en el Caribe–, pero mi conjetura es que el mecanismo de enmascaramiento que supone el Carnaval sobrepasa la teatralidad lúdica de su festividad. El Carnaval expresa, tal vez, una capacidad para diluir de manera momentánea e ilusoria las jerarquías de su sociedad. Durante esos días, de fiesta febril, de borrada aparente de límites, durante esos días en los que, además, la propia reina se mueve a lo largo y ancho de la ciudad, danzando con toda la gente que le sea posible, la desigualdad social parece entrar en una especie de hechizante mímesis. Como, además, el Carnaval es una pasión ampliamente compartida, como es una fuente vital para tantas comunidades de la ciudad, también parece actuar como un frente común que no conoce de jerarquías. Pero una vez se rompe el hechizo, los segmentos se reintegran a sus sitios, el Country permanece ocupando su lugar, la jerarquía se restituye de manera nítida.

El clasismo del que ha sido objeto la nueva reina del Carnaval de Barranquilla no puede desligarse, como nos enseña también la obra de Moreno, del machismo. Olvidamos con frecuencia que las formas de desigualdad de nuestro contexto se conectan profundamente entre sí, desde la raíz. Los comentarios sobre la nueva reina del Carnaval, la incomodidad disimulada o expresada de manera explícita, nos hablan sobre el malestar que se genera cuando se mueven las piezas en los esquemas de la clase social.

Pero, además, está el machismo, igualmente soterrado en determinadas dinámicas de Barranquilla. Si en las redes o en los cuchicheos de la ciudad se pone el foco en las andanzas extramaritales del alcalde, el rumbo de la efervescencia suele ponerse en las mujeres involucradas. Se habla de la esposa. Se habla de las amantes. Se habla de las supuestas envidias y rencillas. Y, sin embargo, nadie parece cuestionar, interpelar o escandalizarse con las hipocresías o las formas solapadas del líder político de la ciudad. Nadie se escandaliza con el machismo rampante que palpita allí. ¿Por qué la mirada suele estar sobre la parte femenina de lo sucedido? ¿Por qué no se cuestiona, con fervor escandalizado, el machismo descarado que ya no puede camuflarse con la complacencia que en los tiempos de Moreno se esperaba y exigía? En estos tiempos, no hay mascarada que deba contener el machismo y el clasismo. La mirada debería estar allí.

@vanessarosales_, vanessarosales.a@gmail.com

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Guillermo(10826)03 de septiembre de 2021 - 11:03 a. m.
Muy importantes reflexiones sobre un monstruo que llevamos dentro ese machismo que ejercido por los dirigentes políticos hace mucho más daño a toda la sociedad.
Ernesto(6087)01 de septiembre de 2021 - 04:20 a. m.
Siempre da en el clavo con ideas y conceptos contundentes. Y es terrible que ese Club de Barranquilla no solo maneja el Carnaval sino toda la ciudad, sus contratos y su corrupción, su burocracia y su corrupción su forma de vender la ciudad.
Atenas(06773)31 de agosto de 2021 - 11:53 p. m.
Me reitero, expone muy interesantes asuntos, mas persiste en su luengo estilo de comentar, lo inapropiado del periodismo moderno. Ahhh, q' es su libre albedrío, supongo q' piensa, pero lo mismo el mío en cuestionar dado este abierto foro.
Esteban(36704)31 de agosto de 2021 - 10:32 p. m.
Otra buenísima columna de Vanessa. Pone al descubierto el clasismo y el machismo de los ricos de Barranquilla. ¡Bravo! Esteban Carlos Mejía, alias Bancho.
Hernan(7821)31 de agosto de 2021 - 10:09 p. m.
Excelente su columna, lo que usted expone en ella, nos muestra el porque el país no sale de esta violenta crisis en que estamos, la división de clases, el clasicismo no nos permite que esto cambie.
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