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Escritura femenina

Vanessa Rosales A.
28 de marzo de 2022 - 05:02 a. m.

Ser mujer y escribir es un acto de insurrección. Sigue siéndolo. Entre las muchas normas que se impuso a las mujeres desde el comienzo de los tiempos estuvo el silencio. Para explicar esto, basta con mirar la arquitectura histórica. Hay escenas de la literatura europea y occidental que lo demuestran con fuerza. Como lo indica, por ejemplo, la académica Mary Beard cuando usa el ejemplo de Telémaco, el hijo de Penélope, silenciando a su madre en La Odisea. En esa viñeta se cifra algo aparentemente ínfimo y no obstante altamente oracular y diciente. Hay algo simbólico, pero también literal, en el silenciamiento histórico de las mujeres.

La misma Beard, con su análisis, nos permite ver cómo los andamios del habla pública, de la autoridad del conocimiento y del poder político, se forjaron para y con la voz masculina. Y aunque atrás, supuestamente, hayan quedado los tiempos en que las mujeres no existían en la esfera visible, hablando, usando su voz de múltiples maneras, siempre hay algo sobre una estructura que permanece de manera terca. Miles de años de ciertas creencias hacen que hoy, todavía, se sienta incómoda la voz femenina en sitios donde antes no podía ser. La escritura es una de ellas.

En un ensayo llamado “Hacia la definición de una sensibilidad femenina”, la escritora estadounidense Vivian Gornick plantea el debate que se ha tenido sobre si existe o no una mente “femenina”. Si existe una sensibilidad de esa línea. “¿Qué es? ¿Dónde está? ¿En realidad existe? ¿Cuáles –si existe– son sus componentes? ¿Cómo opera?”. Nos encontramos, dice, en medio de una marejada de novelas, poemas y obras de teatro escritas sobre mujeres, por mujeres. Estas obras, tanto la manera en que las abordamos, escribe también, funcionan como un paralelo al crecimiento del movimiento de las mujeres. Y si este movimiento representa, como lo hace, algo más grande que sí mismo, es “el lento y difícil viaje de una sociedad que va de un defensivo cierre mental hacia la contemplación abierta de ideas recibidas que ya no nos sirven de manera adecuada”.

Gornick habla sobre algo que encuentra vital: que las mujeres sean sujetos con consciencia de su propia experiencia. Recrear en las mujeres al yo que experimenta es, escribe, uno de los temas centrales del feminismo de nuestros tiempos. “Vastos cambios internos deben ocurrir en las mujeres para que viejas respuestas, viejos hábitos, viejas convicciones emocionales sean examinadas bajo una nueva luz: la luz de la consciencia”. Se trata, explica también, de un viaje inédito al interior. Un viaje tan histórico como individual. Y se trata de una travesía dolorosa y solitaria. Un trayecto en el que los terrenos emocionales se recorren, una y otra vez, buscando lo que se encuentra al otro lado: libertad y auto-posesión. Ser mujer y escribir puede ser justamente eso. Penetrar, ir hacia el centro de la propia experiencia. Emprender ese viaje. Liberarse. Poseerse.

Durante siglos, dice Gornick, el registro cultural ha sido el registro de la experiencia masculina. “Es la sensibilidad masculina la que ha aprehendido y descrito nuestra vida. Es la masculinidad de la experiencia la que ha sido una metáfora para la existencia humana”. Y la literatura, particularmente, ha sido un reservorio en el que han sido descritos, con exuberantes detalles, los apetitos y temores humanos que los hombres han experimentado. Lo que significa ser mujer, en cambio, no ha sido tan utilizado para reflejar la vida metafóricamente. A eso se suma que la “superioridad” que han querido desplegar los hombres históricamente se base en gran medida en sus relaciones con las mujeres. Y afirma Gornick: la masculinidad de la experiencia, que ha sido símbolo de la consciencia humana, depende, curiosamente, de purgar espiritualmente a las mujeres.

También yo me pregunto, con frecuencia, si existe, de hecho, una escritura femenina. La pregunta empuja y florece en las clases que dicto también. De qué va esa pregunta. Consiste también en rastrear o ubicar a un sujeto femenino que narra el mundo y la vida en sus propios términos. Y cómo es la estética del lenguaje allí. Qué obsesiones fomenta Qué preguntas recurren. Qué singularidades arroja la individualidad, pero también, el contexto.

En su texto de 1975, La risa de la medusa: ensayos sobre la escritura, la pensadora Héléne Cixous propone algunas ideas sobre el elemento femenino en ese ejercicio escritural. Nos habla, por ejemplo, sobre cómo lo patriarcal ha ordenado el pensamiento de manera oposicional; en binomios que se organizan en jerarquías. Nos habla sobre lo patriarcal también como un esquema que se basa en un banco de carencias. Una lógica construye a la mujer –el gran “otro”– como una presencia que hay que anular. En ese sentido, lo patriarcal construye la otredad como una amenaza, no como una posibilidad. Tal vez esa sea una de las pistas que da Cixous y que quiero rescatar: lo femenino puede ser la manera en la que se contempla la otredad, la forma cómo se mira lo otro. No como amenaza sino como posibilidad. Y Cixous dice también algo fundamental: que la mujer escriba es insurrección porque escribir es oponerse al mandato de silencio que históricamente le fue impuesto.

¿Es correcto o provechoso hablar de una escritura femenina? Comprendo cuando algunas escritoras procuran distancia del debate o del término. Están en el oficio sin querer, justamente, que se les condicione por ser mujeres o por relacionarlas con asuntos que se han construido de cierto modo por vérselos como “femeninos” justamente. Algunas de ellas explican, comprensiblemente, que a los escritores varones hay preguntas que no se les hace. Pero esas preguntas, singulares, son nuestro patrimonio también. Es decir, es cierto; hay preguntas que no se les hace a los varones porque no hacen parte de su experiencia. Pero el asunto es cómo evaluamos esas preguntas también. Si las entendemos como cuestiones que hacen parte de las singularidades todavía en formación, en que las mujeres usan la escritura para ir hacia el centro de su propia experiencia, volvemos al potencial insurrecto.

Porque lo femenino es una construcción también. Una suma de códigos. Se ha asociado, por ejemplo, al cuerpo. Entendiendo el cuerpo como algo “inferior” a la mente (asociada, por supuesto, a lo masculino). Allí está la potencia también. El problema no es lo “femenino” como un abanico de códigos en sí, el problema es la connotación despectiva que se la ha asignado continuamente.

Nombrar es luchar, dice el activista Armando Muyolema. Hay algo rotundamente político en nombrar, efectivamente. Más aun cuando el mundo ha sido narrado por una sensibilidad masculina justamente. Y eso me lleva de nuevo a Gornick. A una noción en la que las mujeres sean sujetos con su propia experiencia. Allí, la escritura femenina es potencia.

Subvertir la mirada masculina también es insurrección. Porque lo cierto es que también venimos de una estructura histórica donde las representaciones pictóricas fueron hechas largamente por miradas masculinas. En ese sentido, la insurrección de las mujeres también ha sido para ser sujetos activos, sujetos que narran, que miran, que escriben, que nombran el mundo, la vida, la experiencia, desde los términos de su consciencia. Unos términos, una consciencia que se está haciendo, porque aun falta mucho para que la experiencia de ser mujer sea metáfora de la condición humana.

Hay una tensión inevitable en esto, en situarse en lo “femenino”. Se recurre al binario, pero se busca reclamar, subvertir y resignificar los sentidos negativos que se han usado para definirlo. Por mi parte, sí creo en la escritura femenina. No porque haya que segmentar la literatura en “masculina” y “femenina”. Me parece que mirarlo de esa manera es incurrir justamente en un impulso inconscientemente patriarcal. Creo que lo “femenino” también es el potencial incómodo de la simultaneidad. Lo que desafía la oposición jerárquica. Sí creo que hay algo revolucionario en una escritura femenina, porque, como decía una de mis alumnas, la escritura de las mujeres también es la lucha por ocupar espacios. Y porque nombrar el mundo, en los propios términos, es revolución también.

¿Qué cualidades podríamos darle a esa escritura femenina? La multiplicidad de la mirada y de la consciencia. La simultaneidad entre la mente y el cuerpo. Como escribía una académica, una “pluralidad hiperbólica que se resiste a toda clasificación”. Visiones ambiguas y zigzagueantes que desafían, justamente, la linealidad “progresiva” de lo patriarcal. Lo femenino es el intersticio, no el binario que genera antítesis y anula la síntesis. Lo incierto. Lo femenino es la potencia constante de la subversión. La escritura femenina es un terreno que refleja justo esto. Es rebelarse contra el silencio impuesto. Es insistir en nombrar el mundo, la vida y la experiencia en términos propios, que se siguen descubriendo. Es incomodar a quienes insisten en domar, amoldar o determinar cómo “debe” escribir una mujer. Escribir a mi manera es atravesar ese viaje del que habla Gornick también. Escribir en aras de descubrirse implica una asimilación constante de auto-posesión. Escribir con esta estética, que tanto incomoda y tantas violencias y venenos suscita en los foristas que aquí participan, es también el susurro de mi revolución. Mi insistencia en sublevarme contra el silencio que impone la misoginia todavía en nuestros tiempos. Escribir es mi propio acto de insurrección. Lo será hasta que la vida abandone mi yo consciente. Porque hay potencial político en escribir el mundo femeninamente.

Vanessarosales.a@gmail.com

@vanessarosales_

 

Chirri(rv2v4)29 de marzo de 2022 - 08:32 a. m.
Los sumerios son los culpables de pordebajear a la mujer. Si no es por los vikingos....! Carajo!!! Que no hubiera progresado la humanidad.
Usuario(21687)29 de marzo de 2022 - 04:14 a. m.
Excelente columna que al parecer hace que muchos misóginos se atrevan a intentar escribir comentarios para evitar la insurrección de Vanesa... Si no pueden leer textos extensos, no pierdan el tiempo y sigan en Twitter...
Álamo(88990)29 de marzo de 2022 - 03:14 a. m.
Hummm...
Igor(19369)28 de marzo de 2022 - 07:15 p. m.
Vanessa no creo que haya escritura femenina o masculina, hay buena o mala escritura. Y no importa el género de quien escribe, en ocasiones hay mujeres que captan mejor la visión del hombre y al contrario.
Eduardo(05924)28 de marzo de 2022 - 03:07 p. m.
¿Por qué la dirección del periódico no le sugiere a la columnista escribir más corto? Les aseguro que ella ganaría lectores. Algunos de sus escritos son verdaderamente interesantes, pero su extensión los hace pesado; hasta el punto de que algunos lectores terminan confesando que tiraron la toalla y no acabaron de leerlos. Si uno escribe bien, hacerlo corto es enriquecer lo que se escribe.
  • Bancho(36704)28 de marzo de 2022 - 08:08 p. m.
    Eduardo: ¿eres eyaculador precoz? No te gusta lo largo? ¡Pobre machorro? Bancho, alias Esteban Carlos Mejía
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