Qué es el poder. Si lo evocamos, cuál es su apariencia. Qué imágenes detona. En estos instantes, qué visiones surgen rápidamente. Al conjurar su idea, quiero recurrir al adjetivo patriarcal. Un término avasallante. Un asunto transversal. Ubicuo. Mas sigo aprendiendo que, ante el adjetivo, puede ser más amistoso el verbo. El ejercicio descriptivo.
Las imágenes que desfilan en sus imaginaciones. Cómo luce el poder. El poder patriarcal. Varones en podios liderando masas. Autoridad enardecida. Largos lustros en el mando. Despliegue de fuerza. Ejercicio de control. Lógicas de dominio. Es el poder que no sólo opera en sus encarnaciones piramidales, en sus muestras jerárquicas, en sus expresiones institucionales sino también como ideologías, imaginarios, modos de percepción. Como formas de habitar el mundo, fórmulas para entenderlo.
Entonces, conceptos. Símbolos. Ese poder es el padre infalible, el inequívoco, la figura viril incuestionable, el varón líder, la presencia certera. Es, por ejemplo, la concepción del Dios todopoderoso y castigador. Es el péndulo entre esa fabricación divina y sus versiones terrenales. En el hogar, es el padre, la figura viril, temible. Es la forma en que el hombre se construyó a sí mismo a imagen y semejanza de esa divinidad irrefutable. La versión de esa deidad largamente imaginada. Omnisciente. Indudable. El que todo controla y todo ve. La “verdad” absoluta es su sello. La autoridad intocable su gran marca.
Como escribió Marvel Moreno, “(…) el hombre, quien lleno de frustración se las había amañado para ignorar su insignificancia presentándose a sí mismo como creado a imagen y semejanza de Dios (cosa que debía de hacer estremecer de risa al universo) y valiéndose de su fuerza física se había vengado de la fecundidad femenina en todos los estadios de eso que llamaban la cultura y que en fin de cuentas se reducía a disfraces de una misma barbarie (…)”.
Lo patriarcal, que no puede desligarse de esa concepción del mundo y de la autoridad que describe la escritora barranquillera. Que ha asumido que la palabra pertenece únicamente a sus propias custodias. Que no puede separarse de otros procesos históricos (el ascenso del capitalismo occidental, la instalación predominante de una mirada cristiana). El tipo de poder que se ha diseñado sobre el absolutismo, la violencia, la mirada deshumanizada. Algo sobre ese Dios omnisciente y autoritario se fragua en las expresiones humanas de ese poder. Forja una ordenación donde sus formas más mundanas se inscriben en instituciones como la familia, la educación, la iglesia, el Estado.
No se puede desligar el poder como lo conocemos de los resquebrajamientos que atestiguamos. El levantamiento actual, en tantas dimensiones, en tantos lugares del mundo, es hacia ese tipo de poder, marcado por las relaciones desproporcionadamente asimétricas y jerárquicas. Obstinadamente patriarcal; absolutista. Persuadido de su infalibilidad, convencido de que su virulencia es la forma legítima de su mandato. Exasperado, resquebrajado, aferrándose con fiereza a sí mismo.
Es la soberbia que no admite campo, ni permite dejar entrar la incomodidad que le asola. Es el poder aferrado a sus moldes, a toda costa, reacio a incomodarse a sí, reticente a hacerse preguntas sobre las lógicas que le empujan a sostenerse “verdadero”, incuestionable.
¿Y en Colombia? Qué es el poder. Las familias, los apellidos tradicionales enquistados en las órbitas de las instituciones y los dineros. Es la arrogancia que insiste en su incapacidad de reconocer lo tangible, un mes de protesta por una herida tan ancha, tan honda, tan grande, que empezó a correr, hacia todos lados, de todas las formas, incontenible. Aún formándose. Buscando las formas de ser nombrada. Lo patriarcal es eso también: una forma absoluta de negar, de adueñarse de los relatos. Esa forma de asimilar sus versiones parciales. La desconcertante capacidad de ceñirse a sus verdades, sus conveniencias.
En Colombia, qué es el poder. Es un cineasta reputado y célebre capaz de desmentir, sin pudor ni reservas, nueve testimonios que le exigen asumir algo de agencia en comportamientos que en él eran regulares. Patrones que violentan a mujeres. Es su respuesta, recurrir a un descomunal recurso económico y legal para amedrentar a las periodistas que lo señalan; es esa pasmosa y mezquina incapacidad de interpelarse, de plantearse sus aprendizajes varoniles, sus ejercicios de poder sobre las mujeres.
Son las élites, nerviosas, prestas a reproducir teorías simplificadoras, explicaciones fáciles, indispuestas a discernir, o al menos a esforzarse por comprender, por qué tanta herida de un pueblo levantado. Es esa perniciosa fórmula de desdibujar la complejidad que exige el momento histórico, endosándolo todo a un solo sujeto, un “enemigo público” trazable, en quien se pueda gestar la persecución como espectáculo. Es la incapacidad de ver matices y relieves. De leer, entonces, por inferencia fácil, que al ser crítico ante el reduccionismo se está, por default, defendiendo al sujeto señalado.
Es la figura uniformada, como negra noche, contenida por cascos y armaduras, desatando su ferocidad sobre cuerpos jóvenes desarmados. Es la tanqueta aterradora que arremete contra los cuerpos frágiles en las calles. Es el patriarca persuadido de que su guerra es democracia. Es una institucionalidad que se aferra, exasperada, ofuscada, a un turbio autoritarismo que desconoce lo más humano. El reconocimiento del dolor. La defensa de la vida. El poder patriarcal es ágil también en endosar a todo aquello afuera de sí mismo las explicaciones de todos los males. No asume. No acepta incomodidades. No admite autocrítica. Se impone.
En Colombia, la marejada apabullante que atravesamos lleva en su corazón sangrante eso, es hacia el poder que conocemos, está allí para incomodarlo, reconfigurarlo. Pese a toda la fiereza –con frecuencia desconcertante– con la que quienes lo sostienen se aferran a sus moldes, es irrevocable, aunque incierta, esa incomodidad a los andamios patriarcales del poder. Incómodo, se resquebraja. Incómodo, se adhiere a sus métodos familiares. Incómodo, daña. Incómodo, está llamado a rehacerse.