Lo que Slash, ―el guitarrista de la banda estadounidense Guns N’ Roses― hacía con la guitarra y la manera cómo se vestía fueron dos de mis cosas favoritas en la temprana adolescencia. Era esa figura larga y espigada, con medio cuerpo cubierto en cuero; era ese andar despreocupado, todo crespos negros y alborozados bajo un sombrero, saliendo de una iglesia y, de pronto, arribando a un campo abierto para desencadenar el alarido de las cuerdas. Amaba ese sonido. Esa escena. Y la otra, Slash subiéndose al piano. Toda la cadencia. Los instantes en las canciones cuando era él, con su maestría, quién ocupaba el campo sonoro.

Esa...

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