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Violencia racista en Barranquilla

Vanessa Rosales A.
06 de diciembre de 2021 - 05:00 a. m.

El presidente Iván Duque recibió hace unos días al rey Felipe de España en la ciudad de Barranquilla. La alcaldía local orquestó toda una parafernalia de bienvenida para los flashes y clics que propiciaría el encuentro entre los mandatarios. El motivo: la inauguración en la ciudad del World Law Congress, un evento que en teoría se centra en discusiones relevantes sobre derechos humanos, desarrollos nacionales y toda forma de progreso que permite la justicia legal. Había entusiasmo y sentido de orgullo ante la elección de la ciudad como escenario. Y, sin embargo, el encuentro generó una escena imposible de esquivar.

Las cámaras capturaron a los dos líderes ingresando al recinto para un almuerzo inaugural. Ambos varones aparecen con las respectivas mascarillas, guayaberas blancas, ojos solemnes y actitudes protocolarias. Se hacen paso entre una comitiva de mujeres que forman una especie de corredor, todas vestidas de blanco, con esas vestimentas que suelen lucir los séquitos de baile que “amenizan” encuentros de este tipo. Las mujeres tienen pieles oscuras, morenas, llevan turbantes, se mueven ligeramente para dar paso a los dos hombres, alzan sus faldas, lucen sonrientes. En sus gestos se denota un sentido de reverencia que despierta incomodidad. El escozor es inevitable también porque son todas mujeres.

Las ropas tienen aire de cumbia, sí, pero el más mínimo esfuerzo de consciencia reconocerá en ellas la iconografía que tienen tantas representaciones pictóricas que capturaron escenas entre amos y cuerpos esclavizados. Que la comitiva organizadora de esta ceremonia haya decidido que era una idea acertada presentar (nada más ni nada menos que) ante al rey de España a un grupo de mujeres, de pieles oscuras, vestidas de ese modo, es una decisión que cuesta mucho discernir. Nuestra historia, la colombiana, la del Caribe, es una de colonialismo y esclavización. Hay signos que no son inocentes. Menos todavía cuando la parafernalia ceremoniosa se centra en dinámicas de poder político internacional y en el marco de un encuentro que exalta la ley como fuente de equidad.

Los símbolos son importantes. La estética no es mera superficie. Y menos cuando el contexto así lo indica. Quienes consideraron que era una acertada movida presentar, como forma de bienvenida, un séquito de mujeres ataviadas con aire esclavista, ¿en qué mundo habitan? Se alebrestarán, claro, quienes insisten en minimizar este tipo de imágenes. Se molestarán quienes adoran la complacencia del estereotipo. Quienes se rehúsan a incomodarse ante los resquebrajamientos jerárquicos que marca la época que vivimos.

La puesta en escena que se usó para esta bienvenida se ha hecho altamente frecuente. Se ha instalado, por ejemplo, en el paisaje ubicuo de Cartagena de Indias, una ciudad (la mía) que reluce como destino de bodas, terreno de festines. Una ciudad que hoy es una especie de backyard o patio trasero para el dólar y el euro. En Cartagena, es común ver a una pareja norteamericana saliendo de haber pactado amor eterno en una de sus iglesias antiguas, seguida de su propia comitiva, engalanada, alegre, enmarcados todos por una de estas compañías de baile.

Suelen ser personas jóvenes, de pieles oscuras o morenas, vestidas de blanco, con atavíos que apelan a un sentido del “folclor”, del sello “tradicional”. Las mujeres pueden llevar pestañas larguísimas, turbantes magníficos, collares también blancos. Las comparsas de este tipo buscan apelar a un sentido de esplendor Caribe, la ligereza de una vestimenta que es materia de mestizaje, jolgorio, dulzor, sabor, algarabía. Las empresas que organizan bodas y fiestas para complacer, justamente, a quienes pagan por estos festines, han hecho de esta modalidad una constante en el paisaje de la ciudad.

Pero lo cierto es que esto es una escenificación velada de la esclavización. Están vestidos de eso. Convocan, ante la mirada pública, el pasado de una horrenda e hiriente vivencia esclavista. Sus presencias pretenden la estampa de una problemática alegría. Verles una tarde apacible, transitando las calles, bailando con tambores, agitando sus cuerpos para las fotografías de quienes están de paso, casándose, haciendo de esta tierra su fastuoso comodín, es revivir un fantasma, una herida. Porque no es sólo que esta actuación sea un disfraz contemporáneo de un pasado esclavista, es que pareciera evocar la llaga del racismo sistemático en el que vivimos. Especialmente en ciudades como Cartagena de Indias. Pone a ese racismo allí, como si nada, como una cosa bonita, una aparición de postal, como si aquello no fuese un dolor vivo en la ciudad.

Es que es una manera “digna” de ganarse la vida, me han rebatido. Es que se trata de una orquestación pensada para la belleza, para untar una celebración de alegría. Es que es nuestra herencia y nuestra tradición cultural. Argumentos que han llegado cuando se pretende disminuir o relativizar la espina que hay en algo así. Que personas jóvenes tengan trabajos de estos tipos refleja justamente ese sistema racista que vivimos.

No sé quién ideó esta modalidad. Me ha incomodado desde hace años, la recuerdo bien en festivales culturales, arañando la mirada, en fiestas de casas en el centro, de repente se ha hecho un tropo en las calles. Segmentos enteros de una sociedad que adora permanecer enquistada en inercias fáciles adoran negar la gravedad de este tipo de expresiones. Se cree que, al aligerarla, al hacerla un gesto cosmético, “entretenida”, bella, espléndida, se despoja el peso de una herida que se conserva viva. Una que refleja la blanquitud como un ordenamiento que persiste. Una que nos habla sobre el racismo sistemático en el que vivimos. Esas personas, con sus ropas blancas, su esplendor lúdico, su teatralidad magnífica, están vivificando la herida de un pasado esclavista. Se les disfraza de personas esclavizadas. ¿Cómo no observar el grado de obtusidad que hay en haber creído que presentar a un grupo de mujeres con ese cariz ante el mismísimo rey del lugar que convoca nuestra propia herida colonial?

No es correcto hacer de la esclavización un gesto cosmético que simula ligereza entretenida. La autoexotización, como vehículo de la identidad, es común en lugares que tienen una genealogía colonial. El binario entre modernidad/tradición, centro/periferia es común en la narrativa que tiene a Europa como ombligo. En los proyectos de formación de Estado-nación latinoamericanos, las élites o las personas legitimadas por el poder y el capital social, solían reproducir esa misma dinámica en sus territorios nacionales. Esto pasa, por ejemplo, hasta en la moda, cuando diseñadores latinoamericanos apelan a su propio “exotismo” para narrarse ante los paradigmas de Europa y los Estados Unidos.

Hay algo de subordinación indigna en esa imagen del presidente Duque y el rey Felipe. Hay mucha complacencia acrítica. Hay mucha espina. Hay mucha inmoralidad. Vergonzosa esa manera en la que Barranquilla eligió vivificar una escena con connotaciones de esclavismo. Vergonzosa la imagen, vergonzosa la manera de esquivar un esquema hondamente racista, vergonzosa la misoginia que denota también la forma en que se hizo.

Un evento gubernamental, un ritual que pretende celebrar, con orgullo, que una ciudad del Caribe colombiano haya sido elegida para un evento significativo, tendría que tener la facultad para leer mejor el clima cultural y social que le rodea. Ya no son tiempos para una consciencia histórica obtusa. Vergonzosa la irreflexiva e indigna elección en Barranquilla.

 

JOSE(41505)07 de diciembre de 2021 - 01:47 p. m.
Excelente columna Vanessa. Tienes toda la razón en lo que escribes.
Igor(19369)07 de diciembre de 2021 - 03:30 a. m.
No, Cartagena es una tierra morena, como B/quilla, los bailarines por ende son morenos. Es más los comensales invitados al agasajo, buena parte eran mestizos y morenos, porque esa es nuestra raza. Pasa algo similar con las canciones de reggueton, muchas de ellas misóginas y las chicas las bailan felices, eso sí, vaya alguien a darle un trato desobligante a una de ellas y tendrá su merecido.
  • Francisco(dstd3)07 de diciembre de 2021 - 05:39 a. m.
    El problema no es que contraten bailarinas negras o blancas o mestizas, el problema es que el show sea disfrazarse de esclavas para hacerle venia a estos dos símbolos del patriarcado colonialista, Iván y Felipe. Que el trabajo de un hombre blanco sea ser el presidente de Colombia, y el de una mujer negra sea disfrazarse de esclava para recibir a un rey facho, eso es lo que hay que reflexionar.
horacio(76762)07 de diciembre de 2021 - 12:38 a. m.
No creo que esas jóvenes estén de acuerdo en que les supriman su trabajo por el hecho de ser negras y estar bailando para blancos.Serían ellas las primeras perjudicadas. Ni vislumbran que haya racismo en su trabajo.Tienen una aptitud para el baile que no la tienen las blancas.Que hacemos?que no las contraten?la esclavitud fue una aberración pero ya está superada.
  • Francisco(dstd3)07 de diciembre de 2021 - 05:29 a. m.
    Si la esclavitud fue una aberración, ¿por qué es buena idea disfrazarse de esclavas para recibir a un rey? La columna no está diciendo que se "supriman trabajos" si no que no sigamos perpetuando la estética esclavista y la sumisión como forma de entretenimiento para los poderosos, sean reyes o ricos... Pero esas ideas nuevas no van a venir de los fascistas Duque y Felipe VI.
Helga66(40077)06 de diciembre de 2021 - 10:02 p. m.
Felicitaciones
horacio(76762)07 de diciembre de 2021 - 12:40 a. m.
" A veces con las mejores intenciones se causan los mayores males".
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