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La belleza de los días

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Vanessa Rosales A.
28 de agosto de 2020 - 05:00 a. m.
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Qué es la belleza en estos días. En este tiempo desértico, dónde se ubica. Cómo considerarla siquiera en medio de la aspereza adolorida. ¿Cabe concebirla? Para un hombre con quien converso sobre la vida, la belleza fue el silencio inicial. La quietud repentina. El mundo extinguiéndose en ese sonido depurado, sin gentes ni automóviles, las calles se despoblaron y, agudo, emergió el silencio con su posibilidad. Se hizo notorio el cantar de los pájaros, brotaron los ínfimos sonidos. Mientras la pátina de extrañeza empezaba a embadurnar los días, fue con silencio también que el mundo anunció su súbita detención.

Para uno de mis interlocutores más queridos, la belleza fue la habitación de su propia soledad. Conforme la insularidad se imponía, los contornos del espacio, - un apartamento para sí, la existencia en soltería- se hicieron nítidos. Entonces le llenó la contentura de un tiempo más resguardado. El giro de una temporalidad llevada en el interior solitario propició consciencias y cuidados. Procurar rincones limpios, animar una casa segura, bella, ornamentada para ser habitada a su medida. Pero la belleza también se hizo para él escasa.

Contemplarla, me escribía otro ser querido, requiere un esquema mental que ha sido atrofiado por la desilusión ante la catástrofe que presenciamos. Lo bello vuelve a ser el silencio, pero aquí surge como una forma de vivirlo, virando la relación con él, haciéndolo un modo de acallar la estática, el ruido – aquietar como una forma de contemplar. Y sin embargo, cómo despojarse de la aflicción que tiñe el aire. Cómo desterrar la sordidez de la muerte. Las balas en cuerpos jóvenes con incisiva e incomprensible insistencia. La indolencia de un estado inerte. Afuera los cuerpos enfermos, el aire acabándose en las habitaciones hospitalarias, la desolación en las personas médicas, asistentes, los valientes. El miedo a contraer el virus, a observar el cuerpo enfermar, al prospecto de secuelas imborrables. Los espacios despoblados y arruinados, la corriente de vacío al ver desvanecerse los lugares acostumbrados.

Para una amiga importante, la belleza ha sido asumirse, confrontarse con el andamiaje de su propio florecimiento. Adentrarse, observarse bien, navegarse, adquirir formas más auténticas, parecerse enteramente a ella misma. Para otra de ellas, de las amigas importantes, la belleza ha sido el resplandor del entendimiento. Dimensionar el vínculo arraigado con la persona a quien ama cotidianamente. Vislumbrar que la separación de otros tiempos hoy la atraviesa como una ficción, porque ha sido posible advertir la proximidad de sus afectos, las búsquedas y sinergias, el milagro de la comprensión conversada, el interés por conocer con profundidad los estados de quienes componen ese círculo de sentido y protección. También para mí.

Para mi hermana, que se ha sumergido en el insólito letargo desolado de Nueva York, que ha transitado ese aire de verano apocalíptico como la materialización de una fantasía fílmica, Soho sin cuerpos que lo caminan, Times Square desierto un sábado al ocaso -, la belleza ha sido escurridiza. Un impensable silencio neoyorquino. Un desamparo nunca antes visto. Para ella lo bello asumió forma cuando un asesinato vil, ejecutado por la policía, disparó una marejada de protestas que lucían como caminatas pacíficas y rostros con mascarillas. En Port of Oakland, la belleza fue la activista Ángela Davis fotografiada, también con mascarilla, el alboroce de su afro emblemático salpicado por la blancura de los años y el puño arriba.

Cómo asumir lo bello en medio del desasosiego político, de la barbarie. Los meses confinados nos recuerdan nuestras propias inercias humanas. Ni la vanidad, ni la ira, ni la interacción irascible se han diluido. Pese a todo, la capacidad para solidarizar con lo desconocido se reanuda también huidiza.

Querría inventariar las bellezas que han sido para mí. La gata color plomo de una casa vecina que estupenda y altiva se desplaza por los tejados que desde mi escritorio miro. Esa constancia tan precisa de la vida. El vértigo de imaginarse animal. El mundo externo como amenaza, la audacia de sus excursiones felinas, el espacio para sus anchas, la agilidad de sus saltos, la gracia de su estado siempre instintivo. Mientras que yo me sorprendo al observar que mi silueta, desde el sexto piso, no podrá nunca recorrer los techos y las vistas a las que ella accede a su antojo y apetito. Mientras camino, hacerme amiga de los ventanales que bordean el parque, donde viven desconocidos, mi intención de mirar, de adivinar las formas de sus existencias precisas, el por qué de esa planta y esa leve posibilidad que asoma desde lo perceptible, lo que pretendo adivinar.

La complicidad de los seres amigos, ese involucramiento que merma la lejanía física, la gracia iluminadora de la conversación que dota al mundo de forma y de sentido. La solidaridad afectiva de una vecina, la floración de la amistad. El milagro aterciopelado, eléctrico, disonante, suculento y estremecedor de Miles Davis, de Dizzy Gillespie, del jazz. La jocosa intimidad doméstica de Natalia Ginzburg en Léxico familiar, donde vivimos el transcurrir prosaico de su familia, resueltamente anti-fascistas, su casa frecuentada por un ingeniero que inventó en Italia las más célebres máquinas de escribir, por poetas y escritores subversivos, ensayistas rebeldes, editores visionarios, directores de medios y participantes en partidos que se resistían a la ideología opresiva. Y ese cuento extenso de Marvel Moreno, en Barranquilla, en un festín de club social, donde se fraguan las subjetividades de los muchachos que llenos de ira terminarán como misioneros en las guerrillas, las organizaciones clandestinas que entonces prometían el fulgor de una vida más igual. Esa manera de mirar a la burguesía criolla, en una ciudad del Caribe, y también trazar los peligros y vicios que entraña rebelarse ante ella desde la sombría reactividad. Confundir una chispa, que oscurecerá, con luminosidad.

Nos han poblado fantasmas en estos días. Los seres amados, distantes, invisibles. Cómo ubicar la belleza allí. Para qué si la dureza atraviesa las cosas dejándonos ligeramente atosigados, aturdidos, en una espera culmina pero que no disipa el prospecto de un demoledor virus.

En su libro sobre la belleza y la justicia, Elaine Scarry escribe sobre cómo la primera ha sido fabricada por muchos discursos políticos como una especie de distracción del deber. También, en muchas corrientes se le ha concebido como un índice desdeñable de lo burgués, como un artilugio del privilegio. En otros momentos, la belleza se ha visto como una mera posibilidad de cosificación y por ende, de subordinación, de ser poseída, de la asimetría que hay en todo modo de colonización. (Como se teorizó, por ejemplo, en el fervor feminista de los setenta y en sus ponderaciones sobre lo que implicaba ver y ser visto). Sin embargo, Scarry afirma, la belleza se ha disgregado en las discusiones humanistas y académicas, se ha excluido de la consideración intelectual porque se ha asumido que ella enmascara lo políticamente importante. No obstante, argumenta, si estamos precisamente atentos a la brillantez eléctrica que trae la belleza como experiencia perceptiva, notaremos en esa contemplación las injusticias del mundo que nos rodea. Así, la observación de lo bello, cree, nos conduce a un sentido más ético, nos impulsa a preocuparnos por un sentido de justicia.

En su crítica filosófica la belleza tiene ese poder. Aquí, en los estragos, esa que se escurre entre las cifras y las heridas. No nos arranca del vértigo que se levanta cuando reconocemos, fulminantemente, que hemos de morir. La habremos sentido menguar en estos meses, la habremos de reconocer en la minuciosa inspección que hay en contemplar qué y cómo ha sido. Quería convocar lo bello en medio de la opacidad que nos habita. Una ocurrencia que bien puede no ser más que un ingenuo espejismo. Tal vez la belleza sea esa exaltación aparentemente ínfima, la consciencia nítida, súbita y milagrosa también. Una simpleza. La abundancia de estar vivos.

Vanessarosales.a@gmail.com

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