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Twitter, el enjambre de los irascibles

Vanessa Rosales A.

02 de julio de 2020 - 12:00 a. m.

La pantalla de un computador o de un teléfono móvil. Clic. El ícono azul que se ha instalado en los imaginarios reconocibles para usuarios y practicantes digitales. Es de mañana. Entrar. Un cúmulo de palabras. Descender en la pantalla es colisionar los ojos con encuadres atravesados por frases que alcanzan un máximo de unas cuarenta palabras. Con frecuencia, entrar es de súbito comprender que el mundo está aparentemente comprimido en un manojo de asuntos relevantes. Tópicos en tendencia, temas populares.

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Con frecuencia, entrar es también advertir una tensa estática, el prospecto de torbellino, el barrunto de una convulsión viable, la insistencia ante un tema en particular, la velocidad, la reacción sin margen, esa posibilidad de asirse a responder y replicar, de sumarse a un coro amplio que desde sus distancias reincide en un tema, un tumulto sincronizado. Es posible observar en sí una cascada potencial. El pecho alebrestado. Un ánimo peculiar. Pulsantes y en borbotones, las posibilidades de nuestra propia inmediatez cargada de respuesta, ese chispazo que es el roce rápido, una depurada reactividad. “El enjambre digital consta de individuos aislados”, escribe el filósofo Byung- Chul Han. Una concentración casual, dice, no forma una masa. Los habitantes del mundo digital podría pensarse que son como una especie de masa. Y sin embargo, en ese enjambre no hay coherencia, no hay una voz: por ende, se percibe como ruido su frenética expresividad.

A diferencia de Instagram, que se ha encargado de succionar todas las formas de una subjetividad estetizada y revuelta de manera constante por la sustitución de imágenes, en Twitter el régimen lo tiene la palabra. De allí que en los últimos años haya sido un recurso ineludible para métodos informativos que se alimentan de la actualización constante. Es el formato de la noticia que se propaga. De allí que las hileras de palabras y encuadres estén cada vez más politizados. Su naturaleza sucinta e inmediata puede ayudar a explicar las formas de la subjetividad que incentiva. Se requiere ser concretamente ágil, se requiere enarbolar frases que atrapen – así sea efímeramente – todo ese parpadeo simultáneo que es la vórtice hiperconectada. Se requiere la gracia del axioma. De las palabras fulminantes. De los verbos que constelados provoquen repetición, el acto de retuitear.

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Describir esta dinámica es inútil para quienes sus irises, dedos, prácticas verbales y expresiones transcurren con frecuencia en esta esfera. Y sin embargo, a Twitter le envuelve también un halo ilusorio de ubicuidad. ¿Qué porcentaje verídico lo usa en la población colombiana? ¿Quiénes son las figuras que han exacerbado sus presencias precisamente en esta constelación de irascibles voluntades? Los que parecen apegados, sin reserva, al brete permanente, consumidos en ese apetito que alimenta la posibilidad de replicar, impugnar, refutar – encandilados. Un fervor que sobrevive también del pensamiento unánime, enquistando falacias como verdades, proclamando que la veracidad de una postura subsiste por su inamovilidad. Voces amplificadas por las gracias de la instantaneidad, ágiles en sus adherencias coyunturales, ávidas de participar en ese enjambre afiebrado. Qué representan, qué encarnan. Qué sustancias componen sus voces álgidas y rápidas.

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Twitter contiene las lógicas de un paradigma más amplio. Nos habla sobre las tensiones y ambivalencias de la opinión efervescente, la posibilidad de sujetos opinadores, sus connotaciones democráticas, habilitadas por las tecnologías digitales de los últimos años y las obnubilaciones que pueden acarrear. Nos revela la inquietud politizada que con sus descargas recientes ha reavivado la movilización y la protesta social. Las tecnologías suelen acarrear transformaciones de paradigma. Modelos de entendimiento. Los medios esculpen nuestra percepción y nuestra subjetividad. Las formas de sentir, pensar, razonar, verbalizar, debatir, dialogar, conversar. En ese sentido, además, Twitter nos revela otros síntomas propiciados y exacerbados por la naturaleza de un debate que se da sobre la abstracta pantalla. Y sobre el consumo fácil. Sobre trinos que puedan replicarse por su absolutismo.

Aquí se celebra el axioma rimbombante. Las posturas rígidas son adoradas. Se castiga todo modo de maleabilidad. Las fluctuaciones de las posturas son inadmisibles. En cambio se esperan posturas soterradas, ancladas estáticas en un bando. Se celebra en el bando escogido lo que se condena en el contrario. Ese sesgo es habitual. Se invita a pensarlo todo desde el binario. No cabe la contrariedad. No cabe lo más profundamente humano. Los trinos más celebrados son pequeñas cápsulas dogmáticas. Se defienden posturas rígidas, no argumentos matizados. El intersticio y la complejización escasamente tienen lugar. El dogmatismo tiñe las ideologías más celebradas. Se deshumaniza al ser que deviene del encuadre que replicamos. Y Twitter invoca otras preguntas, no siempre claras. Quiénes son las voces necesarias en el encandilamiento de un debate. Una voz que decide acaparar el fogonazo de turno no es necesariamente un faro iluminador en la circunstancia.

Las shitstorms son una modalidad que suele propagarse en este terreno. La palabra remite literalmente a una “tormenta de mierda”. En jerga digital, sin embargo, y como explica Han, es una tormenta de indignación en un medio de internet. Estas marejadas crecen, adquieren fuerza, porque las redes, contradictoriamente, nos separan pero colapsan los límites también. El respeto es ejercer un modo de distancia. “Las shitstorms tampoco son capaces de cuestionar las dominantes relaciones de poder. Se precipitan solo sobre personas particulares, por cuanto las comprometen o convierten en motivos de escándalo”.

Ah sí, la personalización del debate. En un país adoctrinado por los códigos del catolicismo, impera también el pensamiento mesiánico y la idolatría como fórmula de análisis. En un país lacerado por procesos bélicos, discrepar con menos violencia tendría que ser un propósito político cotidiano. Defender posturas rancias implica acomodarse en la rigidez incuestionada. La postura crítica exige incomodidad constante. Nos jala a la maleabilidad, a sustraerse del debate personal, a observar los propios sesgos, a las acomodaciones que suele impulsar el hacerse preguntas sobre la postura asumida con vehemencia.

En una conversación con la politóloga y activista feminista Lorena Aristizábal sobre las marejadas de debates coyunturales y recientes, dialogamos sobre la necesidad de discernir entre los momentos y los niveles del debate. Los fogonazos que propicia Twitter diluyen con demasiada regularidad los debates estructurales. Las iras, los alaridos, las indignaciones, las rabias, las heridas, todas componen una configuración de comportamientos y enunciaciones politizadas que requieren en ciertos momentos la colisión del chispazo. La protesta puede generar una medida rápida. Pero sin la desconfiguración de la composición más soterrada, el fervor no fragua. Ese difícil péndulo entre los fogonazos que exigen cambios rápidos y los lemas cuyas raíces y fondos permitirán revoluciones longevas es el ritmo tenso que Twitter simboliza y señala. Lo estructural, con toda su sustancia revolucionaria, va quedando relegado en las humaradas irascibles y el paisaje escarpado de reactividades.

@vanessarosales_, vanessarosales.a@gmail.com

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