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EN LA PÁGINA WEB DE LA FISCA-lía General de la Nación, en el portal de Justicia y Paz, existe una galería fotográfica que muestra varias exhumaciones. En las fotos se encuentran dos mundos: el de los vivos y el de los muertos. El de los técnicos que realizan las excavaciones y el de los hallazgos. ¿Qué pueden tener en común semejantes mundos tan distintos? Las botas de caucho.
Las fotografías advierten sobre el difícil trabajo que implican las exhumaciones. Usualmente creemos que en una fosa descansa un cadáver sin ataúd, pero no imaginamos cómo la geografía y el clima interfieren en la disposición de los cuerpos y cómo los “métodos” o formas de proceder de los victimarios han obstaculizado el trabajo de recolección de restos humanos. Apenas nos cuesta creer que haya fosas ubicadas en las laderas, en las raíces de los árboles y las más numerosas en los ríos. Para localizar fosas comunes los miembros del CTI, el DAS y la Policía Judicial utilizan perros, abren pozos de sondeo, usan trajes especiales, tapabocas, guantes de látex y, siempre, las botas de caucho que solemos relacionar con los actores armados.
En efecto, estas botas son las mismas que visten los guerrilleros y los paramilitares en su día a día por la geografía colombiana (aunque el paramilitarismo se ha servido en gran medida de automóviles). Pero también son las botas que utiliza el inmenso país rural que constituyen los trabajadores campesinos, los agricultores, los corteros, los indígenas, entre otros. Por eso, aunque de muchos de los cadáveres que se encuentran sólo quedan restos óseos, otros tantos conservan sus botas puestas.
El uso obligado de las botas de caucho precisamente por la exigente geografía colombiana une en un denominador común a los agentes de la Fiscalía y a las víctimas que se encuentran en las fosas comunes, sólo que para el caso de las víctimas las botas están gastadas, descompuestas como quienes las portaron, y las de los agentes son nuevas, con el ánimo de no contaminar la escena. Las víctimas, los victimarios y los agentes del Estado, sin saberlo, se ponen cita en un mismo espacio que causa perplejidad por la disposición de los cuerpos y además refleja los esfuerzos científicos, técnicos y humanos que han tenido que desarrollarse para buscar restos humanos en apartados lugares de nuestro país.
También sorprende que nos hayamos dedicado a construir grandes ideologizaciones y conceptualizaciones sobre las dinámicas de la guerra, las lógicas de los actores armados y ahora, la sociología de las víctimas, y no hayamos estado más atentos a ese transcurrir diario por la geografía accidentada y disputada a sangre y fuego durante tantos años. No hemos estimado suficientemente el día a día, los hábitos, las costumbres y las necesidades de un país que se transporta en botas “machas”, sea para recoger la cosecha, para alzar las armas o para desenterrar a los muertos.
