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Acerca de las cosas

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Weildler Guerra
17 de octubre de 2022 - 05:00 a. m.
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Una experimentada alfarera indígena me contaba que el material que emplea en la elaboración de artefactos de cerámica es un ser sintiente: la arcilla. A través de los sueños se le indicaba el momento de recogerla y solo acopia la cantidad de arcilla necesaria para fabricar los elementos requeridos. El material que necesita no debe ser tomado sin seguir un protocolo establecido como el de pedir permiso a la tierra y ofrecerle café y otros alimentos para que conceda el acceso. La condición pacífica y bien intencionada de la persona que participa en su elaboración es un requisito ineludible. La cerámica se resquebraja si quien la moldea es un ser de carácter violento. Surge entonces la pregunta: ¿tienen vida las cosas?

En uno de sus emblemáticos poemas, Borges escribe: “¡Cuántas cosas, / limas, umbrales, atlas, copas, clavos, / nos sirven como tácitos esclavos, / ciegas y sigilosas! / Durarán más allá de nuestro olvido; / no sabrán nunca que nos hemos ido”. Para el poeta, la duración de las cosas será mayor a la de la vida humana y no son conscientes de nuestra presencia en la tierra ni de nuestra partida. Todas las cosas del mundo, sin embargo, apuntan a un sujeto creador: el carpintero que talla una silla, el herrero que forja un objeto de acero o la joven alfarera que moldea una arcilla rojiza. Algunos autores ven a las cosas como la materialización de una intencionalidad no material. Una intención que perdura en el tiempo más allá de la vida de su creador.

El arqueólogo británico Ian Hodder, en un libro cautivador sobre las relaciones entre humanos y cosas, se pregunta por la naturaleza de los artefactos. Las cosas, afirma, no tienen una existencia aislada porque dependen siempre de los humanos, aunque también necesitan de otras cosas, de sustancias y seres. Como lo afirma Hannah Arendt, las cosas sirven para darle estabilidad al mundo. A pesar de ello, las cosas no son fijas ni inmutables. Los objetos de hierro pueden prontamente oxidarse y los de madera cambiar de forma o pudrirse. Contra lo que nos parece, las cosas no son inertes y pueden tener diferentes temporalidades.

Empleando una sugerente metáfora, el antropólogo inglés Tim Ingold, nos habla de la capacidad de agencia de las cometas. Estas se componen de madera, hilos, goma, cuerdas, papel o plástico. Cuando las terminamos, son objetos aparentemente inanimados, pero cuando las ponemos a interactuar con el viento las cometas adquieren vida propia y tendrán que ser guiadas contra su voluntad por su creador. Dentro del término cosas incluimos relojes, bastones, brújulas, martillos, instituciones e incluso pensamientos. De alguna manera las cosas son entidades definidas que fluyen en el mundo en diversas formas. Algunos grupos indígenas les atribuyen la capacidad de vivir y morir a ciertas joyas y esto tiene que ver con el grado de interacción que mantienen con los cuerpos de los humanos que las lucen. Las mujeres wayuu consideran que algunas cuentas de sus collares se opacan gradualmente, pierden lentamente su vida y, por tanto, pueden morir. También los artefactos de madera, como los bastones, tienen rasgos sintientes y atributos sociales que se derivan del carácter de los árboles de donde fueron moldeados.

Las cosas tienen una notoria ambigüedad ontológica. Participan de flujos y reflujos que les permiten circular en el mundo y tener una creatividad hacia adelante. En ocasiones, como ocurre con las armas de fuego o las olvidadas minas antipersonales de una guerra antigua, las cosas conservan una alta capacidad de hacer daño llamada agencia secundaria. Las cosas están dotadas de emotivas historias particulares y temporalidades íntimas, de allí la sorpresa que Borges plasma en su poema Las cosas, cuando al abrir las amarillas páginas de un viejo libro encuentra en ellas una flor marchita, una “ajada violeta, monumento de una tarde sin duda inolvidable y ya olvidada”.

wilderguerra@gmail.com

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