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Café en Aruba

Weildler Guerra

12 de febrero de 2022 - 12:30 a. m.

El país tiene poca conciencia de lo que han sido sus nexos históricos con el Caribe holandés. Uno de esos capítulos poco conocidos ocurrió en la segunda mitad del siglo XX, cuando Aruba, una hermosa y pequeña isla semidesértica, se convirtió en una reconocida exportadora de café, aunque ni la calidad de sus suelos, ni la altura de sus pequeñas elevaciones, ni el nivel de sus precipitaciones pluviales harían posible este cultivo en su territorio. No obstante, su cercanía a nuestras costas hizo posible que el café que Aruba exportaba a otros países proviniese enteramente de Colombia.

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Este aparentemente insólito capítulo de nuestras relaciones comerciales está plasmado en un libro bien documentado y grato de leer llamado The Coffee Trade in Aruba, del veterano periodista Benjamín Romero. El autor está bien posicionado para escribir esta historia pues nació en Aruba, pero mantiene estrechos nexos familiares en la península de La Guajira. Romero entrevistó a hombres de negocios que participaron en esta actividad comercial, consultó archivos privados y de carácter público, y siguió la vida de los grandes capitanes de barco. Algunos de estos, como Tomás Redondo, eran guajiros mientras que otros, reconocidos por su destreza como el capitán Abel Archbold, provenían del archipiélago de San Andrés y Providencia, y ayudaron a formar a una nueva generación de navegantes.

El café provenía principalmente del interior de Colombia y se enviaba al puerto de Oranjestad, en donde era limpiado de impurezas y empacado en sacos de 70 kilos para enviarlo a Estados Unidos. La calidad del grano era dispar, lo que implicó la formación de los empresarios en el conocimiento de las variedades de café colombiano. Hombres de negocios como Nel Harms y David Sybul, de origen judío, se destacaron en esta actividad. Todo ello se encuentra escrito con una sensibilidad etnográfica que permite comprender los valores que guiaban estas transacciones comerciales basadas no en las garantías bancarias, sino en la confianza mutua entre guajiros y arubeños, y en el valor de la palabra.

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El café salía clandestinamente de los puertos colombianos, pero entraba formalmente al puerto de Oranjestad, cuyas autoridades lo registraban en sus libros mientras veían con complacencia el aumento de los puestos de trabajo para los estibadores y un incremento en las utilidades de diversos negocios. Una confluencia de distintos factores —como las regulaciones más rígidas de la Organización Internacional del Café, los cambios en el transporte marítimo hacia Estados Unidos, un mayor control de las autoridades colombianas y la condición irrefutable de Aruba como región no productora del grano— llevaron a que hoy los papeles se hayan invertido y la isla de Aruba importe café desde distintos países.

Ello corrobora lo expresado por la historiadora Muriel Laurent, al decir que cuando grupos humanos poseen bienes intercambiables con amplia demanda en el exterior y disponen también de una posición geográfica propicia pueden, gracias al intercambio, obtener la satisfacción recíproca de sus necesidades de consumo. “Si la legislación impide el intercambio, pero tiene limitaciones para ser cumplida, la ilegalidad se desarrolla inevitablemente”.

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wilderguerra@gmail.com

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