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Ecologías del corazón

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Weildler Guerra
18 de junio de 2022 - 05:00 a. m.
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Durante el año 2007 guiado por un grupo de autoridades tradicionales del pueblo indígena wiwa de la Sierra Nevada de Santa Marta recorrí varios lugares ceremoniales situados en las riberas del río Ranchería. Dichos sitios pertenecen a la llamada linea negra o de origen. Estos puntos o hitos son considerados sagrados y los pagamentos celebrados allí garantizan el flujo de fuerzas espirituales entre ellos y el centro de la Sierra. Cada punto de la Línea negra puede albergar otros lugares sagrados, de manera que en realidad son conjuntos de puntos. Esta creciente complejidad sirve para responder a las funciones específicas que tiene cada uno de ellos, como el matrimonio, el conocimiento y los cultivos. A cada punto de dicha línea le corresponden entidades y fórmulas rituales específicas.

El acercamiento a estos puntos se hacía en ayunas cada día y estaba lleno de variadas emociones, curiosidad y una especie de respetuoso recogimiento. Mama José Manuel Loperena contaba que había visitado esos lugares cuando era un niño en compañía de su padre. En uno de esos sitios se encontraba oculto por el denso matorral un nicho de piedra. Al llegar a otro, de carácter femenino, llamado Shemke Ukueta, el Mama Antonio Pinto empezó a describir los caracoles que estaban en el lugar. Solo bajo su paciente dirección pude ver pasado un rato los centenares de animales diminutos aglomerados en los tallos y hojas de los árboles.

En los días siguientes fuimos hasta un sitio llamado Ade Guma Rueku, sitio masculino y negativo. Su nombre se deriva de ade: padre y guma: culebra, el sitio es el padre de las culebras. En tiempos pasados se afirma que existía en este lugar una piedra azulada en forma de serpiente. En la cosmología Wiwa se le considera un sitio negativo porque las acciones de las culebras causan daño a las personas, aunque estas no son malvadas en sí mismas. Al morder a una persona ellas solo cobran la ausencia de pagamentos o las malas acciones que realizan los humanos pues estas constituyen su alimento. Para que quedara más claro, Mama Antonio Pinto, gran amigo de las metáforas, declaró que las serpientes eran una especie de recolectoras de impuestos de la naturaleza.

Al evocar ese revelador viaje pienso en E.N. Anderson, un ecologista cultural que publicó un libro llamado Ecologías del corazón que trata sobre las relaciones entre emociones, creencias y el medio ambiente. Según este autor las sociedades deben considerar la gestión ambiental como algo que implica necesariamente un código ético y moral respaldado por valores emocionales. Los académicos y los tecnócratas son criaturas de la razón que esperan que la gente actúe siempre sobre la base de un interés propio, ilustrado y cuidadosamente planificado. Debido a ello se sienten recurrentemente decepcionados por la actuación de las personas en relación con el medio ambiente.

Anderson ve con extremo sospecha cualquier forma de “ecoradicalismo” y es escéptico frente a actitudes como el filosofar sobre la “unidad (o armonía) con la naturaleza”, “volver a la tierra” o cualquier tipo de “biorregionalismo”. Sin embargo, cree que muchos sistemas de creencias actúan como dispositivos eficaces para la conservación como parte de un código ético sancionado religiosamente. Ellos sirven para concientizar a la gente de que el mal uso de los recursos tiene efectos devastadores. No se trata de una brumosa “unión con la naturaleza”, sino de comprender, como en el caso de los rituales de los wiwa, el fundamento de las cosmologías de estas sociedades, su relación con el entorno y sus instituciones sociales específicas.

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