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Como la de millones de niños en el mundo, mi infancia estuvo poblada de una felicidad recurrente con la llegada de la Navidad. El padre Tarcisio di Meo oficiaba las novenas infantiles alrededor de un hermoso pesebre, mientras decenas de niños esperábamos las piñatas llenas de dulces y los juegos que vendrían después: las carreras de sacos y las varas ensebadas, donde competíamos con variada destreza. Este misionero italiano fue el ser humano más cercano a la santidad que haya conocido a lo largo de mi vida. Él era parte del grupo de hermanos capuchinos de L’Aquila, en los Abruzos, que arribaron hacia 1951 a Colombia, específicamente a la península de La Guajira, para continuar una labor iniciada el 17 de enero de 1888, cuando los primeros capuchinos españoles, provenientes de Valencia, desembarcaron en Riohacha.
Estos misioneros eran austeros, pragmáticos y poseedores de una sólida formación humanística. El padre Hilario de Pescosólido tocaba el acordeón con melodías europeas y sonreía con paciencia cuando los jóvenes guajiros le pedían que interpretara una canción de Luis Enrique Martínez o de Alejo Durán. Máximo Bozzi y el padre Urbano de Leonisa habían sido soldados en la Segunda Guerra Mundial. El padre Pío de Mosciano participó de manera decisiva en las obras de construcción de la capilla de la Divina Pastora, inaugurada en 1960, mientras que Marcelo Graziozi dirigió el internado de Aremasain con dedicación ejemplar. Monseñor Eusebio Septimio Mari, primer vicario apostólico de Riohacha tras la división del vicariato en 1952, participó en las cuatro sesiones del Concilio Vaticano II antes de su muerte en 1965.
El legado que dejaron transformó profundamente a La Guajira. Establecieron una sólida red educativa que cubría el extenso territorio. Las obras de la biblioteca de la Divina Pastora eran cuidadosamente escogidas: aunque ha pasado medio siglo, todavía puedo recordar el estante donde se encontraba La vida de los doce césares de Suetonio y, muy cerca, la novela Ivanhoe de Walter Scott. Monseñor Livio Reginaldo Fischione, quien había sido obispo, me recordó pocos meses antes de su muerte aquella lección que nos había enseñado desde niños: ser siempre “forte e gentile”, como también lo eran las gentes de los Abruzos. Estos colegios y los libros que contenían hicieron posible que centenares de estudiantes fuéramos habitantes de La Guajira y, al mismo tiempo, ciudadanos del mundo.
Lo que aquellos misioneros trajeron fue una forma particular y respetuosa de comprender el universo. Las concepciones de San Francisco de Asís sobre astros, animales y plantas —considerados por él como hermanos— no chocaban con la ontología indígena, que también les atribuía agencia y reflexividad. Este ideario franciscano ha permanecido vivo: los misioneros colombianos que eventualmente tomaron el relevo han sido igualmente fieles a esta visión de fraternidad universal.
Fue San Francisco quien creó el primer pesebre de la historia en la víspera de Navidad de 1223, en Greccio, Italia, transformando para siempre la manera de celebrar esta festividad. El pesebre franciscano era la expresión viva de una espiritualidad que encontraba lo sagrado en lo humilde. Esta Navidad nos recuerda aquel pesebre creado hace más de ocho siglos y los 137 años de presencia capuchina en La Guajira. Con profunda tristeza sabemos que la misión se irá en pocas semanas. En todos estos años no dejaron una sola queja ni una nota discordante en la población. Nos legaron laboriosidad, fraternidad y compromiso con la justicia y la paz. Hacia ellos, gratitud y respeto.
Tal vez por eso, cada vez que contemplamos un pesebre no vemos solo un establo remoto en Belén, sino la representación de un cristianismo sobrio, sencillo y accesible a todos los seres humanos. Aunque los capuchinos partan, la llama que encendieron en las aulas y en nuestra memoria seguirá ardiendo, como una vela pequeña y obstinada frente al viento. Ella dará sentido a la Navidad cuando ya no quede nadie con ese hábito, pero sí muchos con el corazón marcado por su paso, pues la humildad y la fraternidad como el fuego también pueden iluminar.
wilderguerra@gmail.com
