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Una pequeña Alejandría

Weildler Guerra
21 de mayo de 2022 - 05:00 a. m.

Una respuesta fácil para encontrar la causa de los problemas sociales de vastos territorios nacionales es recurrir siempre a la historia del abandono histórico por parte del Estado. Sin embargo, el Estado siempre ha estado presente en esas zonas alejadas del centro del país, solo que lo ha hecho con el peor de sus rostros. Es posible que en muchas zonas de las fronteras no existan bibliotecas ni hospitales ni acueductos ni escuelas, pero nunca han faltado en ellas hombres armados para hacer cumplir injustas decisiones oficiales.

Uno de eso rostros es el del ESMAD, esa especie de Freddy Krueger de la seguridad policial colombiana. Este semblante fue el que vieron mujeres y niños indígenas en Riohacha el pasado 17 de mayo cuando fueron objeto de un desalojo por orden de la Sociedad de Activos Especiales. Esta es una entidad de economía mixta que tiene por objeto administrar bienes especiales que se encuentran en proceso de extinción o se les haya decretado extinción de dominio. En dicho sitio no habitaban ni personas violentas ni se desarrollaban actividades ilícitas. La única amenaza que representaba el lugar era contra la ignorancia, pues allí funcionaba con unos cinco mil volúmenes, la única biblioteca independiente en todo el territorio guajiro.

La historia de esa singular biblioteca no puede entenderse sin el empeño y la visión de Alexandra Ardila una comunicadora social egresada del Externado de Colombia. Ella y su marido, un ingeniero eléctrico, vinieron hace varias décadas a la península pese a las advertencias de algunas personas que les hablaban del peligro de irse a vivir entre indios bravos y brujos que podrían hacerles daño. Esos indios, dice Alexandra, son hoy una verdadera familia para mí.

Al llegar desde Bogotá tenía dos sueños: crear una biblioteca para los niños y levantar una casa frente al mar. Todo esto lo encontró en el delta del río Ranchería frente al insomne mar Caribe. La comunidad le señalo un lote deshabitado que se encontraba sobre un promontorio arenoso. Allí erigió una modesta y pequeña construcción para albergar a los miles de libros que gestionó y recibió de todo el país. Novelas, enciclopedias y libros infantiles conformaban su original colección. No había restricciones de horario y los libros podían ser llevados por los niños wayúu a sus vecindarios indígenas. Diariamente ella misma los repartía montada en su emblemática e inseparable bicicleta por los vericuetos más incognitos del desierto.

Pronto rodeó a la biblioteca de una huerta con plantas medicinales, con cultivos de pan coger y sembró con una abuela indígena lo que sería después un pequeño bosque nativo.

Muchos de sus lectores tenían en común la devoción por los libros y las marcas de sus tragedias. Entre sus habituales usuarios se encontraban un pescador triste cuya vida estuvo signada por la infelicidad y que se refugiaba al terminar su faena en los libros de poesía; un joven indígena que se enamoró de la protagonista de un cuento que conservaba siempre bajo su almohada; y una niña wayuu a la que le gustaban las flores y las cometas. Esta última falleció en el mes de enero a causa de la negligencia y el dengue. En su honor se sembraron plantas de cayenas que constituían sus flores predilectas. Algunos visitantes que acompañaban a los niños examinaban extasiados las reveladoras y coloridas láminas de los libros. La biblioteca de Alexandra era en la playa un faro pequeño y esperanzador.

Pasados quince años el lote resultó inmerso en un proceso de extinción de dominio. No importaron las suplicas de Alexandra la respuesta implacable del Estado colombiano fue el cruel e inapelable desalojo. Hoy libros, lectores y anaqueles están dispersos y su destino e incierto. Alexandra tendrá que alcanzar en otra playa ignota su incesante sueño de promover la lectura. Al pensar en los libros y lectores perdidos de Alexandra podemos concluir que su nombre es más que una casualidad pues a ellos, como en el Poema de los dones de Borges, “En vano el día les prodiga sus libros infinitos, arduos como los arduos manuscritos que perecieron en Alejandría”.

wilderguerra@gmail.com

 

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