¿Por qué para darles a los que necesitan hay que quitarles a los que producen, en vez de quitarles a los que se roban sin descanso lo que es de todos?
El nuestro es un país lleno de necesidades. Tiene hambre, pobreza, marginalidad; está plagado de grupos criminales (dicen que otra vez hay en nuestra tierra 20.000 hombres en armas contra la ley); tiene una frontera inmensa absurdamente abandonada por la estupidez en manos de las mafias, del contrabando, de la delincuencia; tiene miles de jóvenes viviendo del rebusque y del peligro, sin oportunidades, sin futuro, pero si uno intenta resolver cada uno de esos problemas por aparte le será muy difícil, porque gobernar consiste en tomar grandes decisiones y en cumplir las tareas prioritarias.
Colombia puede convertirse en un país asombrosamente productivo y necesita hacerlo porque hasta ahora el Estado consume en su propio funcionamiento todo lo que la sociedad le tributa, y es un sector muy pequeño el que está produciendo y tributando. Puede ser cómodo para los políticos decidir que la responsabilidad del país sólo está en el sector productivo, porque son los empresarios los que han tenido oportunidades y privilegios para desarrollar sus negocios. Pero la verdad es que ese sector es aquí tan pequeño, que lo que hay que desatar es la posibilidad de que mucha más gente tenga oportunidades, que se abran grandes espacios de emprendimiento, porque seguir exprimiendo al pequeño sector productivo podrá dar frutos momentáneos pero no producirá nunca las soluciones que la sociedad espera.
Por eso es verdad que hay que pensar en grande, construir con este país lleno de posibilidades, con estas tierras y con esta inmensa capacidad de trabajo, una dinámica productiva que verdaderamente genere ingresos no solo para los particulares sino para el Estado mismo, que tiene que invertir urgentemente en vías que integren el país, en salud, en educación, en procesos culturales y ecológicos, en proyectos científicos y tecnológicos.
Si en América Latina 400 millones de personas hablan castellano, ¿por qué tenemos que dejar a España la responsabilidad de nuestra industria editorial? ¿Por qué no tenemos un instituto continental que se alíe con el Cervantes para divulgar nuestro idioma por el mundo? ¿Por qué no avanzamos en el mercado compartido, en la red de transportes continental, en la moneda común? Un país como Colombia, en su tarea urgente de integrarse al mundo y de enfrentar los males de la época, tiene que asumir temas como el de la industrialización en tiempos de cambio climático, la producción de alimentos orgánicos, el fortalecimiento del mercado interno, la creación de poderosas alianzas continentales. Colombia tiene que integrar sus regiones, y no solo hacerlas dialogar entre ellas, sino hacerlas resonar en el ámbito continental al que pertenecen.
Tenemos que dialogar con el Caribe, con el Pacífico y con la extensa región del Orinoco y sus llanuras: diálogos que tendrán que ser dinámicas creativas en términos económicos, sociales y culturales; tenemos que integrarnos de verdad a la cordillera de los Andes; y tenemos inmensos desafíos ante la depredación que vive el mundo amazónico, diseñando para el planeta alternativas audaces en la protección de la selva equinoccial que absorbe buena parte del CO2 de la atmósfera.
Gobernar no es resolver millones de pequeños asuntos, pues para eso está la sociedad para que los resuelva, sino marcar las grandes directrices y tomar decisiones audaces. Y esas decisiones en este momento tienen que ver con detener la corrupción y el despilfarro, el mal que se devora todo el esfuerzo que la sociedad está tributando. Si un Estado como el que tenemos, gigantesco, corrupto, parasitario, consume buena parte del presupuesto, si la deuda externa devora la otra parte; si todo se nos va en el servicio de la deuda y en el funcionamiento del Estado, y está además el sumidero de la corrupción que vacía las arcas, ¿cuándo tendremos recursos para invertir en vías, para dignificar los litorales, para proyectar la educación, para mejorar la salud, para la construcción de esos espacios públicos que generan convivencia y orgullo de pertenecer a una tradición y a una memoria?
No será mediante sucesivas reformas tributarias, que vuelven a exprimir al mismo anémico sector productivo, y a las clases medias; no puede ser mediante soluciones que se han probado y fracasado a lo largo de las décadas. Lo que vemos es que a todos los gobiernos solo se les ocurre lo mismo; que vuelven a inventar las mismas soluciones, los mismos impuestos, y nunca se atreven a cortar de raíz el mal de la corrupción, porque para hacerlo hay que incomodar a los políticos, que son los que viven de eso, hay que hacer reformas profundas, combatiendo el legalismo tramposo con una legalidad verdadera, y asumiendo los temas centrales de la responsabilidad del Estado.
El presupuesto nacional es de $400 billones. ¿Cómo es posible que para recaudar 30 o 40 que necesitan, no se atrevan a tocar la burocracia ni el despilfarro ni el goteo de recursos perdidos en miles de contratos mal vigilados; que no se atrevan a alterar los gastos de funcionamiento de los ministerios, del Congreso, de los entes de control, del cuerpo diplomático, donde habría de sobra recursos, sino que tengan que recurrir a meterles la mano al bolsillo a los ciudadanos y a las empresas después de una pandemia, y afectar hasta las tiendas de barrio, para que los burócratas y los políticos no se incomoden ni vean peligrar la opulencia de sus vidas de príncipes?
Colombia sigue necesitando sobre todo esas grandes directrices y esas grandes soluciones; para que cada comunidad y cada individuo puedan, con reglas de juego claras, participar en la construcción de una sociedad renovada, productiva, donde la agricultura y la agroindustria funcionen, donde enfrentar el tema de la tierra no sea insistir en la antigua confrontación entre dueños de la tierra y campesinos o colonos, sino que se diseñen proyectos compartidos que permitan a todos aportar, y recibir los beneficios.
Que se genere riqueza para los individuos, y bienestar para las comunidades, y una fuente de ingresos suficientes para un Estado responsable, porque si no, tendrán que recurrir a una reforma tributaria que más o menos fracase, y después a otra, y después a otra, como siempre, y al final al eterno endeudamiento que es el que saca a los gobiernos de apuros, castigando cada vez más al país entero e hipotecando su futuro.
Es una tentación, ante el océano de necesidades, prometer que se le va a ayudar a este, que se le va a ayudar a aquel, que se va a repartir este subsidio, que como hay criminalidad se va a brindar perdón aquí, se va a brindar plata allá, para que la gente no delinca, pero por medio de esos tratos particulares lo que se posterga y a lo que se renuncia es a la creación de verdaderas oportunidades para millones.
El desafío está vivo. Luchar contra la corrupción, no apenas para castigarla sino sobre todo para evitarla, es la tarea de la política. Pero para ello hay que confrontar poderes, y el principal es el de un Estado burocrático, extorsionador e ineficiente, el paraíso de los políticos, que nunca produce cambios históricos, sino que cada vez que necesita resolver un problema simplemente piensa a quién hay que quitarle para poderle dar a otro.