Durante tres años he criticado a este gobierno por no cumplir sus promesas de cambio, por no haber sido capaz de emprender las tareas que Colombia requiere con urgencia para pasar la página de un siglo de violencias.
Lo he criticado por no echar a andar el proyecto gigante de una economía legal que sí está en sus manos convocar: no tanto porque la ley se lo permita sino porque la ley no se lo impide, porque todo lo que no está expresamente prohibido por la ley está permitido, y porque el poder de la presidencia es también un poder simbólico, confiere la capacidad de convocar a cosas grandes, necesarias, uniendo fuerzas, algo siempre posible si se buscan la unión y la reconciliación.
Pero lo he criticado precisamente por ser un gobierno divisivo y confrontativo, que sabe que hay que industrializar el país pero desconfía de los empresarios, que sabe que el Congreso es corrupto (sobre todo por su manera clientelista y manipuladora de hacerse elegir) y sin embargo persiste en el juego inútil de fingir que ese Congreso le va a aprobar sus reformas. Del mismo modo la democracia colombiana no es falsa por su teoría sino por el modo como tiene diseñada la reelección eterna de los mismos gamonales y politiqueros, y por el modo como mantiene mediante abusos y trampas a la mayoría de la población en la ignorancia y en la indigencia, para que venda barato su voto.
Le he criticado a Petro gobernar con espíritu de secta, cohonestar con la corrupción, mantener en su seno a personajes muy dudosos, que son el símbolo visible de todos los vicios del establecimiento, desalentar los liderazgos de su propia gente y no ser capaz ni de orientar ni de agradecer a quienes trabajan con él.
Pero también he dicho desde el comienzo que Colombia en 2022 votó masivamente por el cambio, que en la primera vuelta tanto los votantes de Petro como los de Rodolfo Hernández votaron contra las maquinarias, contra la corrupción y por un cambio en grande para nuestro país.
Siempre me pareció un error político de gran magnitud que, siendo evidente esa votación masiva del electorado contra el modelo corrupto y politiquero de nuestra sociedad, Petro no haya acogido con respeto las banderas de Rodolfo Hernández contra la corrupción y por la construcción de una economía eficiente, de una industria y una agroindustria dignas de este suelo y de esta nación, para que no tengan los gobiernos que eternizarse en la locura suicida de seguir ahorcando con impuestos al pequeño sector productivo, perpetrando incesantes reformas tributarias y persistiendo en un régimen insostenible de endeudamiento.
No digo que llamaran a Rodolfo a hacer alianzas burocráticas ni a ofrecerle puestos, sino que el gobierno asumiera el mandato visible contra la corrupción y contra el legalismo tramposo de los politiqueros. En eso sí se habría visto la grandeza de este gobierno y su verdadera voluntad de cambiar el país.
Desde el primer momento he dicho que el cambio no llegaría si Petro ponía a depender las reformas de un Congreso corrupto, si ponía a depender la modernización del campo de pactos oscuros con los terratenientes, y si ponía como principales protagonistas de la paz a las guerrillas y a las bandas criminales, cuando los protagonistas de la paz tienen que ser los millones de ciudadanos pacíficos que llevan décadas esperando del Estado no limosnas sino empleo, no prebendas y contratos sino oportunidades, estímulos, reconocimiento y promoción.
El de Petro me ha parecido un gobierno vanidoso y extraviado, que maneja un listado de cambios de cartilla, que cree que podemos detener el calentamiento global dejando de producir un poco de petróleo en un país que no tiene ni industria, ni agricultura, ni carreteras, y cuya emisión de gases dañinos para el clima es computable en cero. Así, un discurso ambientalista verdadero se vuelve demagógico y estéril; porque si bien la China contamina en grande, por lo menos está desarrollando su país de un modo tan acelerado que no solo ha sacado en 40 años de la pobreza a 800 millones de personas, sino que pronto podrá liderar en el mundo, de un modo efectivo, la lucha por reducir las emisiones de gases y por detener el cambio climático. Una cosa es hacer demagogia y otra cosa es obrar cambios reales.
Durante tres años le he criticado al gobierno su estilo quejoso y belicoso, que exhibe su indolencia y atribuye a sus enemigos (que existen, pero que simplemente se han sentado a esperar que Petro se destruya a sí mismo) su propia incoherencia y su falta de un rumbo claro para los cambios que tal vez sinceramente sueña.
Porque nadie ignora que la política de Petro se basta para enredarse en sus propios cordones, y porque la falta de visión, de generosidad y de perspectiva histórica hace naufragar en un mar de pequeñeces hasta los más nobles ideales.
Pero ahora, por primera vez en tres años, cuando parecería que su proyecto está a punto de naufragar, de repente Petro parece haber descubierto que tiene en sus manos una propuesta que el país comprende y necesita, un pequeño cambio real, y que con él podría demostrarle a una sociedad desorientada a qué abismo de intolerancia hemos llegado: el modo como los políticos arteramente quieren cerrarle el paso hasta a las cosas más elementales que benefician a la población.
Por primera vez en tres años, Petro se ha aproximado a la posibilidad de un cambio real, que no es solo la aprobación de una necesaria y apenas justa reforma laboral, sino demostrarle al país, tal vez para siempre, que la vieja politiquería corrupta solo existe para impedir cualquier transformación.
Todas mis críticas han sido hechas con respeto y pensando en el país, y estoy a punto de publicar un libro que se llama “No llegó el cambio y hacia atrás asustan”. Porque es verdad que hacia atrás asustan.
Pero con ojos incrédulos estoy viendo que por primera vez en mucho tiempo podría triunfar el pueblo sobre la inercia de un establecimiento paralizante en el que nada es posible. De modo que yo apoyo la consulta popular. Porque puede favorecer a mucha gente, y porque podría incluso cambiar la composición del Congreso que está próximo a ser elegido. Y si eso beneficia a Petro, se lo merece.