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¿Cuándo levantarán los Estados Unidos el embargo que le aplican a Cuba desde hace medio siglo?
¿Cuándo aceptarán que Cuba ya logró sobrevivir con orgullo a ese bloqueo, con el que pretendieron ahogar su experimento político, y que los pueblos tienen derecho a su autodeterminación? ¿Cuándo entenderán que su embargo contribuyó a prolongar en la isla el régimen nacido de la revolución mucho más de lo que duraron todos los regímenes comunistas de Europa Oriental? ¿Cuándo dejarán de jugar a la doble moral de rechazar en Cuba lo que aceptan en China o en Arabia Saudita?
¿Cuándo reconocerán los Estados Unidos que la estrategia de la prohibición ha sido el principal combustible del tráfico de drogas y de la extensión del consumo? ¿Cuándo percibirán el fracaso de esa estrategia, a medias moralista y a medias cínica, de tratar como un problema de tribunales y de policía un asunto de salud pública? ¿Cuándo dejarán de enfrentar como una guerra fuera de sus fronteras lo que toleran en la práctica dentro de ellas como un derecho de los ciudadanos? ¿Cuándo advertirán que es mucho más fácil comprar en las calles drogas prohibidas que comprar en una farmacia sustancias controladas? ¿Cuándo comprenderán que la estrategia que hay que aplicar con las drogas es la misma que aplicaron con el alcohol cuando las mafias de traficantes ponían en peligro la estabilidad de la Unión Americana, a comienzos del siglo XX? ¿Cuándo se darán cuenta de que una política equivocada ha desangrado países enteros, ha llevado al envilecimiento de las sociedades, al fracaso de varias generaciones de ciudadanos y al deterioro gradual de la institucionalidad, minada por la corrupción y por la violencia?
¿Cuándo aceptará Inglaterra que terminó la era del colonialismo, que las islas Malvinas le pertenecen a la República Argentina? ¿Cuándo entenderán las petroleras y las compañías mineras que su aspiración de explotar los yacimientos y las reservas de minerales en todo el mundo tiene que estar condicionada por el derecho de los pueblos al bienestar y a la salud, por el deber de la humanidad de proteger los recursos naturales, las fuentes de agua y de oxígeno, un espacio natural favorable a la vida?
¿Cuándo aceptarán los vecinos de Bolivia que este querido país merece tener una salida al mar, y que en tiempos como estos eso es posible como una alianza generosa entre hermanos que no tiene que perjudicar a nadie?
Terminada la Cumbre de las Américas los países latinoamericanos tienen todo el derecho de sentarse a contar sus ganancias; porque aunque no se llegue a acuerdos definitivos sobre los grandes temas del debate, ya es un cambio considerable el haberse animado a ser ellos quienes plantearan las preguntas, quienes pusieran sobre la mesa los temas angustiosos de su vida diaria, los asuntos que desafían el saber de los estadistas.
Tal vez el logro más importante se puede expresar en pocas palabras. Doscientos años después de sus guerras de independencia frente a Europa, los países latinoamericanos han empezado a descubrir que las llamadas Cumbres de las Américas pueden ser reuniones de gobiernos que deliberan en condiciones de igualdad. Nadie dirá que es un descubrimiento demasiado prematuro.
Por eso lo más interesante de la cumbre de Cartagena es que, por primera vez, la agenda parece responder más a las inquietudes de la mayoría de los países que a los intereses previsibles de unos cuantos.
Acostumbrados a cumbres en las que el debate sobre la política antidrogas se limitaba a la eterna solicitud de ayuda económica y militar por parte de los países productores para combatir, sin ningún éxito real, a las mafias de traficantes; o a los discursos arrogantes de los voceros de un imperio que marca en el mundo la pauta del consumo, y lo tolera en la práctica, pero que se pretendió siempre con derecho a calificar a los otros y su grado de compromiso, extraña ver cada vez más países proponiendo un replanteamiento de esa política, considerando incluso la despenalización o la legalización.
Acostumbrados a aceptar que Cuba estuviera excluida de las reuniones continentales porque a dos o tres países no les agrada su régimen político, es saludable ver que surge una nueva conciencia de que tales foros son precisamente para debatir estos temas, y que la exclusión sirve muy poco para corregir los males o atenuar sus consecuencias. Al contrario, nada como la exclusión despierta en los pueblos ese sentimiento de orgullo herido que reafirma sus posiciones.
Hoy sabremos si la cumbre arrojó algún resultado positivo respecto a las demandas de los países asistentes. Pero ya sabemos que un clima distinto se respira en el continente, que hay un gesto nuevo de dignidad, que los Estados Unidos no pueden seguir mirando al hemisferio desde el trono imperial, y que tal vez son también los pasos de animal grande del dragón chino lo que les está enseñando a asistir a la cena común, a dormir de vez en cuando bajo el techo de sus vecinos.
