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Colombia sigue esperando

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William Ospina
16 de noviembre de 2025 - 05:05 a. m.
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Alguien ha puesto a circular en TikTok un mensaje en el cual yo parezco estar aconsejando a los petristas que se arrepientan, es decir, que abandonen su causa y a su líder.

No sé quién lo ha hecho, ni con qué intenciones, pero para mí es importante aclarar que no he autorizado a nadie para hablar en mi nombre, que lo que tengo por decir sobre el gobierno lo he dicho con detalle en mis columnas y mis libros, que no hago piezas de publicidad para dar consejos políticos, y que no me siento en el derecho de aconsejar a nadie que abandone la causa en la que milita.

He escrito continuamente sobre lo que pasa en Colombia desde hace más de treinta años, pero solo para expresar sincera y libremente mi opinión, no para darles instrucciones a los lectores ni para violentar sus convicciones.

Recuerdo que hace once años, en otra víspera electoral, expresé mi convicción de que una paz sin Uribe era como una mesa de dos patas, y dije que los viejos dueños del país me parecían más dañinos que los nuevos. Muchos amigos interpretaron eso como una adhesión a la causa de Uribe, o como una renuncia a los ideales que siempre he defendido, pero sigo pensando que Colombia lleva demasiado tiempo cobrando deudas viejas, fermentándose en odios fríos como los llama Gonzalo España, buscando culpables exclusivos de sus males, y gastándose en discordias que nunca resuelven ningún problema.

En mi libro “No llegó el cambio y hacia atrás asustan” he dicho con insistencia que no creo que Petro sea el causante de los males de hoy padece nuestro país: que su defecto es no haber obrado las transformaciones que prometía, enredarse y persistir en los vicios de la politiquería, y haberse dejado atrapar en los pantanos de la corrupción que no cesa.

Pero no me interesa ser instrumento de esos odios estériles. Ahora los que hacen del antipetrismo su causa quieren hacerle creer a Colombia que la solución es volver a abrazar con entusiasmo las banderas de la vieja república bipartidista que fue el origen de casi todos nuestros males. Hay que ver a Uribe, a Gaviria, a Pastrana y a Santos pretendiendo ser ahora los esperados salvadores de la patria.

La politiquería y la corrupción hicieron del Estado colombiano un aparato irresponsable y extorsivo que exprime al ciudadano y abusa de él sin darle nada de lo que un estado moderno debe dar, ni seguridad, ni bienestar, ni salud adecuada y oportuna, ni educación pertinente, ni justicia, y ahora les conviene decir que Petro es el culpable de todos nuestros males, que basta abandonar a Petro y arrepentirse de haberlo apoyado para que todo sea distinto.

Yo no quiero formar parte de esa manera sesgada y oportunista de mirar las cosas. En todo lo que he escrito hay un deseo sincero de que las cosas cambien, no la intención malsana de hacer que un gobierno fracase. Más bien hice siempre un llamado para que Petro cumpliera sus promesas y buscara los cambios de un modo acertado.

Porque Colombia necesita una economía legal en grande; necesita corregir los vicios de un Estado aparatoso, tramposamente legalista, lleno de trámites paralizantes, que desconfía del ciudadano y lo maltrata; necesita una paz que nazca de la confianza, de la inclusión y el empleo, no de la complicidad o la maquinación. Y todo el tiempo le he dicho al gobierno que los cambios que se requieren no son tanto unas leyes, en un país lleno de leyes que no se cumplen, sino unas obras en grande, una convocatoria generosa a la unidad y a la reconciliación, no apenas en el discurso sino a partir de proyectos incluyentes y ambiciosos.

Le he criticado hacerse elegir gastando turbiamente fortunas, calumniando y matoneando a los opositores, y que maneje el país solo con un listado de agravios y un fichero de culpables, porque gobernar así es una miseria. Petro, que abandonó la lucha armada, que aceptó un indulto del Estado, que se acogió a la legalidad de nuestra precaria democracia, y prometió ser fiel a la Constitución que su movimiento contribuyó a redactar, no puede seguir comportándose como un guerrillero, no puede apelar solo a la asonada, no puede ver en las instituciones apenas un obstáculo para sus proyectos, no tiene derecho a abandonar el papel de jefe de Estado solo porque le gusta más el papel de agitador callejero y de jefe de la oposición.

Petro es desleal con su gente, es contradictorio, es vanidoso y arrogante, pero evidentemente no es un narcotraficante como lo pretende ahora el gobierno de Estados Unidos, y sobre todo no es el causante de los males que Colombia arrastra desde hace muchas décadas. Petro no inventó el problema de la droga, ni la política idiota de convertir ese asunto de salud pública en un problema judicial y militar; Petro no inventó nuestro subdesarrollo, el sometimiento a un modelo económico que nunca nos permitió desarrollarnos y que más bien nos condenó a un capitalismo primitivo, dependiente y mafioso.

Petro simplemente no tiene una solución para esas cosas. No está de acuerdo con la prohibición, pero un día la denuncia y otro día finge acogerse a su lógica de guerra contra el narcotráfico, decomisos y cooperación; no tiene alternativas contra la violencia, y por eso hoy negocia y mañana bombardea, hoy reprime y mañana abre los brazos; no diseñó un proyecto grande de transformaciones que tuviera en cuenta a todas las fuerzas vivas y los poderes que hay en el territorio, por eso improvisa con el gobierno y con el gasto, derrocha por un lado y crea escasez por el otro, trata de demostrar que no es un peligro para el statu quo y acata las exigencias de la banca internacional mientras rumia amarguras contra ella.

Y por eso cuando lo acusan de crear inestabilidad sale ufano a mostrar como méritos los beneficios enormes que sigue obteniendo el modelo monopolístico e injusto de nuestra sociedad. A Petro lo que le gusta es quejarse: en un régimen presidencialista como el nuestro se lamenta de no tener poder alguno, en lugar de aprovechar el poder que realmente tiene para tomar iniciativas profundas.

Y en una sociedad donde todo el mundo padece, y donde nadie tiene siquiera cómo quejarse, Petro termina exhibiéndose como la principal víctima del sistema, más comprometido con su propia imagen que con la suerte del país, y respondiendo más a su vanidoso sueño de liderazgo mundial que a su deber de mejorar la vida de los colombianos.

Pero eso no hace que los otros sean mejores, ni que los que gestaron el desastre sean los que pueden arreglarlo. Yo no les digo a los partidarios de Petro que traicionen a su jefe o que se arrepientan de su causa: les digo que sean valientes y críticos, que le exijan a su jefe que cumpla con las tareas que la historia puso en sus manos, que diseñen un proyecto de cambio que sea convincente y posible, para que no tengan que seguir quejándose de que no los dejaron cambiar nada.

Más bien les pido que persistan en su vocación de cambio, pero que no desperdicien más las oportunidades con el cuento indignante de que querían hacer muchas cosas pero no los dejaron. Y que se apliquen a echar a andar su proyecto y no a agredir a los demás por no tener la fe de carboneros que ellos tienen; que dejen de tratar la política como un artículo de fe y a su jefe como a un pobre mesías maltratado, cuando ha tenido en sus manos el presupuesto nacional, una burocracia enorme y un poder simbólico que ya solo usa para aureolarse a sí mismo.

La ineptitud de Petro y la falta de coherencia de su movimiento no pueden mejorarle la cara a este viejo régimen mezquino y conformista que se empeñó en hacer de Colombia un país mediocre que solo sabe odiarse a sí mismo. El cambio tiene que llegar, pero ya está probado que nadie tiene la franquicia del cambio; que esa transformación tan necesaria no está en las manos de unas sectas excluyentes y rencorosas, de todos los bandos, que pretenden ser dueñas de la historia, que se atacan y se denuncian, pero no han sido capaces de mostrar ni eficacia verdadera ni grandeza histórica.

Colombia sigue esperando una propuesta generosa, hecha de ideas y no de calumnias, de proyectos y no de rencores de aldea. Porque aquí siempre nos encuentra el siglo siguiente pasando las cuentas de cobro del siglo anterior.

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