Darío. Estas no son unas palabras para despedirte, sino mi primer intento para seguir hablando contigo después de tu partida. Porque de los amigos no podemos despedirnos, ni siquiera por esa breve tiranía de la ausencia. Tenemos que seguir una conversación que, una vez comenzada, no tiene fin.
Son tantas cosas, amigo de mi alma. Aquellos días de Cali en los años 70, cuando volviste de Londres a la ciudad de tu infancia. A los diez años ya recorrías solo media ciudad, el barrio Obrero, San Nicolás, y estabas ya instalado en el debate político porque tu padre era el principal líder popular del principal movimiento de aquel tiempo, el MRL.
Alfonso Barberena había sido alcalde de Cali, y había visto de qué modo las multitudes de campesinos expulsados por la Violencia estaban buscando refugio en las ciudades. El mayor desafío de entonces era la vivienda, y tu padre se convirtió en el gran impulsor de la lucha, ya entonces, de los desplazados. Las élites caleñas lo llamaron “invasor”, y no perdonaron que un hombre brotado de ellas mismas se identificara con la causa del pueblo, pero esa lucha no era por tierras privadas, sino por algo tan noble como lograr que los ejidos y las tierras baldías cumplieran con su función social e hicieran de Cali un hogar para los desterrados. Solo por esa lucha la ciudad, que se duplicaba y que nos recibía a todos, pudo ser feliz en las décadas siguientes. Porque la verdad es que lo fue.
Y entre los luchadores estaba esa aguerrida y hermosa maestra, Balvaneda Álvarez, más fogosa todavía en la lucha por los desprotegidos, valerosa, elocuente. Se enamoraron, y sus nombres siguen juntos en labios de la gente humilde. Y de ese amor forjado en las calles y en las plazas, en la lucha de un pueblo por su suelo y su techo, naciste tú, y los recuerdos de tu infancia eran de asambleas populares en esa casa de San Fernando que les entregó el municipio cuando a tu padre, que iba a ser el gran protagonista de la historia siguiente, se le rompió el corazón tan temprano.
Así que el amor por el país y el conocimiento detallado de sus riquezas y de sus necesidades era algo que te corría por las venas, y la certeza de que aquí no había que traer esquemas y soluciones de Europa o de los Estados Unidos sino escuchar la voz de esos negros y negras valientes y de esos indios llenos de dignidad y de este mundo mestizo que era forjador de su propia mitología y de su aristocracia espiritual. Se me viene el recuerdo no solo de tu pasión política sino de tu amor por el arte, sobre todo del arte que no se detiene en los museos y en los libros sino que inunda la vida cotidiana, que llena a los seres humanos de un deseo de vivir cada vez más refinado y más bello.
No creías en los frutos del odio en la política, solo en los frutos de la dignidad y del respeto, lejos de los fanatismos y exaltando el hondo pasado de las comunidades y de los territorios. Casi todo lo que he escrito es el resultado de mis conversaciones con Mario y contigo. Pudiste haberte dedicado como tantos a vivir de la gloria de tus padres, del prestigio de sus nombres, porque aquí en Cali tus nombres los llevan las autopistas y los barrios, pero tenías otra idea de la política y de quienes deben ser sus protagonistas. Y no querías dejar de ser, en medio del tumulto, ese soñador solitario que somos todos y que no puede dejarse diluir en la marejada colectiva. Sabías ser tú mismo sin dejar de sentirte parte de un todo, y dedicaste la vida entera a las luchas de la gente y a sus sueños.
Cuando te conocí acababas de volver, y ya estabas otra vez familiarizándote con los nuevos vientos de Colombia. Por esos tiempos conociste a Mario y comenzó la historia de esa amistad larga y fecunda que a tantos nos ha hecho tanto bien y que ha iluminado nuestras vidas. Pasaría años reconstruyendo todo lo que hemos vivido. Porque la vida es breve, pero cuando la miramos en detalle resulta también infinita. Sobre todo, una vida como la tuya, llena a la vez de voluntad y de sueños, de aprendizajes y de luchas, de altas utopías y de precisas realizaciones.
Los jefes liberales te buscaban, pero tú no acababas de creer en la conveniencia de ese mundo político que se fue desintegrando y corrompiendo desde los tiempos del Frente Nacional, y que terminó hundiendo al país en la degradación y la desesperanza. Qué extraño fue que cuando se derrumbó el proyecto de los liberales en 1982, en el que tenías alguna ilusión, haya sido el adversario triunfador el que te llamó con generosidad precisamente para que incorporaras a su gobierno esa pasión popular que venía con tu alma. Fue Belisario Betancur el último presidente que despertó alguna esperanza en los pobres de Colombia, y tú estuviste ahí, recorriendo el país de un lado a otro, advirtiendo cada vez con más alarma hasta qué punto este Estado había faltado a sus deberes y la comunidad seguía invisible para el poder, paralizada por las burocracias y manipulada por los políticos.
Digo estas cosas aquí, porque esas reflexiones te acompañaron hasta los últimos días. Pero la vida es mucho más, es el amor por la naturaleza y sobre todo ese amor por los animales que en ti no era una idea ni una filosofía sino una cordialidad espontánea, una comunicación conmovedora que hacía que ellos fueran para ti los seres más cercanos, con los que más dulcemente compartías la vida. Duran menos que nosotros y por eso tu vida estuvo llena de duelos.
Y también está tu pasión por el conocimiento. En alguna época Mario decía que eras una Enciclopedia de pequeñas cosas, pero es que comprendías que todo lo grande se resuelve en lo pequeño. Tenías en tu cabeza los mapas y las cifras del mundo, detalles significativos de muchos momentos de la historia; tú me hiciste entender de qué modo buena parte de nuestras desdichas nacionales se debieron al orden de la posguerra; fuiste tú el que nos enseñó que lo que llamamos pobreza no es más que una riqueza escondida, que hay una aristocracia moral y estética en lo más anónimo y en lo más colectivo.
Invitaste a Estanislao Zuleta a trabajar contigo, y con él, al final de su vida te unió una amistad que fue una larga y provechosa conversación. En esos tiempos nació una de las obras más luminosas de Estanislao, su discurso ante los guerrilleros del M-19 en proceso de desmovilización, cuando les dijo que no todas las revoluciones son insurrecciones armadas, que una de las revoluciones más importantes y duraderas había sido el Renacimiento.
Sé que fuiste de los primeros en llegar a Armero y en llevar asistencia, y que los días previos te habías extenuado advirtiendo ante oídos sordos la inminencia de la catástrofe. Soy testigo de cómo Mario y tú se esforzaban a finales de los años 80 en hacer sonar las alarmas preventivas ante las primeras masacres, cuando se estaba desatando el paramilitarismo, que otros solo condenaron mucho después. Sé que nadie se esforzó como ustedes desde Naciones Unidas, con Álvaro Leyva y con Franco Vincenti, por abrirle camino a una negociación de Paz que fuera mucho más que un forcejeo de élites y una desmovilización de guerreros, que fuera un proyecto de reconstrucción del campo colombiano, un proyecto agrario protagonizado por la gente y aliado con la modernidad. Sé toda la ayuda que prestaste en Nicaragua junto al gobierno generoso y sereno de Violeta Barros de Chamorro, y cómo después en Colombia volcaste todo tu entusiasmo en el esfuerzo de la Legión del Afecto por arrebatarle jóvenes a la guerra abriendo para ellos horizontes de civilización.
Me falta tanto por decirte, tanto por agradecerte, ¡hay tantos días y noches de mi vida en que tú eras la presencia más cercana y el amigo más comprensivo! Pero aunque queremos llorar, y tenemos que llorar, yo no quiero que triunfen las lágrimas. Tengo que hablar de tu espíritu firme y festivo, de tu gracia verbal, de tu talento de actor. Porque la nuestra ha sido también una vida de fiestas y de viajes, de polémicas y de reflexiones, y el destino de nuestro país y de nuestro continente, por los que seguiremos luchando en tu nombre cada vez con más fuerza a medida que el tiempo se hace breve, no podría enfrentarse si no fuéramos también capaces de reír y de ironizar, y tú sabrás todavía enseñarnos a ser valientes en la adversidad y festivos en la desgracia. No nombro aquí a tus amigos porque son muchos y no acabaría. Quisiera seguir hablando sin fin, y que este día de tu entrada al misterio no terminara, pero aquí nos quedamos un tiempo más con tu ejemplo y con tus palabras, y tú, donde quiera que estés, no nos olvides.