EN LAS ÚLTIMAS TRES SEMANAS DE esta campaña electoral sería un error pensar que el problema de la elección es de mera estrategia publicitaria, y no de actitudes y debate de ideas.
Si a estas alturas de la contienda las principales preocupaciones del candidato Santos son el logotipo, los colores de la publicidad y los asesores de comunicación, se diría que no entiende con quién está compitiendo: precisamente con alguien que no ha caído nunca en la trampa de creer que una cosa es la política y otra cosa la comunicación de esa política.
Ya desde su primera campaña, si algo demostró brillantemente Antanas Mockus es que sabía hacerse conocer sin recurrir a los métodos convencionales de la publicidad. Un gesto, una frase, una acción inesperada pero coherente con su pensamiento, bastaban para sacarlo del paisaje de los candidatos que andan haciendo promesas y recitando programas. Hasta la falta de publicidad se convertía en su caso en un poderoso instrumento de comunicación. Con ello tal vez Antanas no demostraba aún que podía ser un buen gobernante, eso vino después, pero mostraba de sobra ser un candidato inteligente, pertenecer a una época en la que se abren camino la imaginación, la originalidad y una hábil combinación de honestidad, gracia e irreverencia.
Nunca fueron de mi agrado ciertos gestos desafiantes de Mockus, como el de arrojar vasos de agua a la cara de los contendores, o exhibir su desnudez de buen salvaje, pero en un país donde se mataba y se masacraba por razones políticas, donde se cometen asesinatos con las armas del Estado, donde se utilizan los organismos estatales para hacer sombrías operaciones de espionaje y donde prolifera la corrupción, es verdad que esos desplantes no pasaban de ser molestas infracciones a la etiqueta. A cambio de ello Mockus lograba no sólo hacerse muy visible, sino denunciar la pobreza de imaginación que reina en el mundo político convencional, y atraer la atención de muchos jóvenes que ahora han llegado a la edad de votar y entienden que Mockus es el único candidato a la vista que sabe recurrir al lenguaje creador como instrumento de comunicación, y también uno de los pocos candidatos que anhelan un futuro distinto para Colombia, que no están encadenados a una interminable repetición de fórmulas y de hábitos.
No sé si advierte Juan Manuel que la campaña de Mockus les está dando ejemplo a los demás candidatos de que hay otros caminos para destacarse, para debatir y para hacerse conocer. Es tarde ya para que Santos arroje algún limpio vaso de agua en las barbas del candidato del Partido Verde, porque la originalidad es lo que importa, pero quién quita que su candidato a asesor, J.J. Rendón, quien según dicen es un hombre ingenioso, aprenda también algo de lenguajes alternativos no maliciosos ni protervos, y a lo mejor la campaña se vuelve para todos una fiesta de agudeza y de imaginación.
Mucho se avanzaría con ello en un país donde los foros de los diarios muestran a veces lastimosos ejemplos de indigencia mental y verbal, donde harta falta nos hacen buenos pedagogos de la polémica, elocuentes expositores, mujeres y hombres radicales en sus posiciones pero leales con el adversario en términos de alta política, de verdadera civilización.
No me hago muchas ilusiones al respecto, porque oigo decir que la principal hazaña del posible asesor Rendón consistió en llevar al poder al incierto presidente de Honduras, señor Porfirio Lobo, por quien podría fracasar de antemano en Madrid la cumbre Unión Europea-América Latina, ya que diez gobiernos del continente rechazan su presencia en ese foro. El señor Lobo, gracias al asesor publicitario, fue escogido en unas elecciones que pretendieron hacerle olvidar al mundo, que lo había visto con sus ojos, el vergonzoso golpe de Estado previo que vició de nulidad todo el proceso.
Esa maniobra que alejó del poder al presidente legítimo Manuel Zelaya, y lo mantuvo al margen mientras se cocinaban las elecciones destinadas a legitimar el golpe, esa ostentosa violación de la ley hondureña, fue secundada con torpeza por dos gobiernos suramericanos, uno de los cuales es el del presidente Uribe, cuyo respeto por la legalidad internacional no es exagerado. Pero también, y es una mancha para el gobierno de Barack Obama, por los Estados Unidos, y por buena parte de los gobernantes europeos, que predican legalidad y civilización para su entorno, pero cierran los ojos ante casos como este, como si Honduras fuera Marte, olvidadizos de que en la era de internet Tegucigalpa y Madrid quedan ya en el mismo vecindario.
Aquí, por fortuna, las elecciones son legítimas, y todos los candidatos lo son también. El nuevo asesor no necesitará hacernos olvidar, como en Honduras, que hay trampa en el juego: tiene la redentora oportunidad de jugar limpiamente.