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El destino de Colombia

William Ospina

26 de octubre de 2025 - 12:06 a. m.

Los políticos derechistas piensan que el principal enemigo de los colombianos es la izquierda. Los políticos izquierdistas piensan que el principal enemigo de los colombianos es la derecha. Yo me temo que el principal enemigo de Colombia son los políticos. Todos. Los que se dedicaron a vivir de eso, a vivir como reyes, y tienen a todos los demás no solo viviendo como parias sino obligados a odiar a los supuestos contrarios.

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¡Qué irrisión! No saben arreglar nada, pero con qué furia señalan a los adversarios, con qué impetuosa retórica los fustigan, con qué saña nos ordenan unos y otros odiarlos y odiarnos. Y en el fondo son los mismos que antes se llamaban liberales y conservadores, que con sus trapos rojos y azules nos hicieron cortarnos las cabezas y vaciarnos las entrañas.

Algún día Colombia aprenderá a decirles no a esos vividores que solo codician el poder y lo disfrazan con las mejores intenciones, que cuando llegan al poder siempre se quejan de todavía no tenerlo, porque invariablemente quieren más, pero solo para ellos. Y los más visibles son la punta del iceberg de los otros, que en los departamentos y los municipios mantienen a la gente en la ignorancia y en la indigencia para poder pagarles bien baratos los votos cada cuatro años, a la alcaldía, a la gobernación, a la Cámara, al Senado y a la Presidencia.

Definitivamente, mientras sea el dinero el que otorgue el poder, el principal instrumento para conservarlo será tener en las manos al Estado y a los empresarios, porque de allí provienen los recursos. Las campañas cuestan millones y millones, y se pagan siempre, tarde o temprano, con los impuestos de los ciudadanos, aunque el poder se utilice al cabo contra ellos.

Colombia solo cambiará cuando las campañas se hagan solo por voluntariado social, sin que sea el dinero el que decida, y cuando los candidatos se preocupen más por el país que quieren construir que por el partido al que quieren derrotar.

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El país está deshecho, y nadie quiere utilizar los ladrillos para construirlo de nuevo, sino para lapidar a los adversarios. Y muestran como prueba de su eficacia unas cifras en unos papeles, cuando aquí todos sabemos cómo vivimos: unos en el hambre, otros en el desempleo, otros en la angustia, otros en la amenaza, unos extorsionados, otros asaltados, otros robados por un Estado infame, todos en el rebusque.

¿De qué se envanecen los políticos? ¿De esos centros comerciales lujosos, y llenos de gente que no puede comprar nada, porque son apenas la evidencia de un esplendor subterráneo, de unos capitales ocultos? Todos sabemos que aquí son muy pocos los que pueden comprar, y una de las mercancías que más caro se venden es la educación, que solo sirve, porque no hay economía legal, para irse a trabajar a otro país o para emplearse por el salario mínimo. Y las únicas historias que nos cuentan los medios son las de los exclusivos protagonistas de la realidad del país: los políticos, los bandidos, y alguna que otra celebridad. Todo lo demás, por desgracia, es la crónica roja.

¿Y ese es el país que tienen para mostrarnos los políticos de todas las banderas? ¿Esta cosa triste y angustiada que sembraron ellos en uno de los territorios más hermosos del mundo? ¿Y es por esto que tenemos que matarnos otra vez, porque a los enemigos de ellos hay que atajarlos antes de que les quiten el botín del Estado? ¡Qué miseria!

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Ni siquiera si hubieran hecho algo grande por Colombia habría que escucharles sus discursos de odio. No ve uno, en los países que sí tienen algo qué mostrar, gente tan celosa de su poder y tan agresiva con los adversarios.

¿Cuándo llegará alguien que no nos prometa obras, sino que nos permita hacerlas? ¿Que no nos regale nada, sino que siquiera nos deje emprender? ¿Que tenga alguna idea de cómo el país podría reconciliarse y trabajar unido en alguna tarea generosa con la humanidad y con el mundo? ¿O que por lo menos no llegue diciéndonos en primer lugar a quién hay que odiar y a quién hay que ponerle palos en la rueda?

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Seguimos perdidos en una niebla de odios. Ojalá, cuando se despeje, no sea para empezar otra vez la carnicería. Porque ese ha sido el destino de Colombia en el último siglo. Unos días de esperanza, seguidos por unos años de desesperación.

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