Publicidad

El largo rastro del virus

Sigue a El Espectador en Discover: los temas que te gustan, directo y al instante.
William Ospina
11 de diciembre de 2022 - 05:00 a. m.
Resume e infórmame rápido

Escucha este artículo

Audio generado con IA de Google

0:00

/

0:00

Metrópolis sin gente, cielos sin aviones, la lógica implacable de la realidad detenida bruscamente por una ansiosa alarma planetaria… no dejó de ser un alivio en medio de la angustia y aun del pánico descubrir que el mundo puede cambiar de la noche a la mañana, que hay cosas sorprendentes e imprevisibles que pueden ocurrirle de pronto, no a los individuos como es costumbre, sino a la humanidad.

Ese invento antiguo y creciente, la globalización, nunca se había hecho sentir de un modo tan vasto y unánime. Es verdad que vivimos ya una cultura mundial, unas costumbres harto homogéneas, pero la mezquindad de los poderes y la arbitrariedad de los Estados siguen manteniendo bien trazadas sus fronteras para los débiles y sus murallas para los desesperados. Esas fronteras por las que pasan con la misma libertad los pájaros y los capitales, siguen cerradas para los seres humanos cuando no los lleva la opulencia sino la necesidad.

Pero cuanto más pequeño es el viajero más fácilmente pasa las barreras, y el virus se filtró por todas partes con una eficiencia que les hace honor a todos nuestros avances: el de la velocidad, el de la comunicación, el de la igualdad, el de la globalidad. El virus mostró sus credenciales modernas: veloz, omnipresente, igualitario, “viral” y universal.

Nos recordó que esta civilización es un gigante de pies de barro, nos separó físicamente y nos unió de un modo fantasmal, nos recordó, como decía el poeta, que “la muerte a todos nos saluda sin cortesía”. Por unos días logró que el mundo dejara de ser la feria de vanidades de la especie humana, y hasta insinuó una edad en que volvían a ser libres y visibles los ciervos y los osos, todas esas criaturas que hace siglos viven a la defensiva, escondidas y sitiadas por eso que llamaba Álvaro Fernández Suárez “la terrible mirada del hombre”.

En algunos sitios despertó la solidaridad, en algunas sociedades avivó la gratitud. No es fácil que un accidente pueda hacernos mejores, pero hay experiencias que no pueden dejar de enseñar. Algún día sabremos con claridad qué hicimos bien y qué hicimos mal. Antiguamente en tiempos de epidemias se confinaba a los enfermos, esta fue acaso la primera vez en que se confinó a los sanos, no con la ilusión de que escaparan al contagio, sino con el propósito, creo que acertado, de demorar su expansión para que las salas de urgencias no colapsaran.

Pero a la larga es inútil pretender impedir, en estos tiempos, que la humanidad se contagie: tarde o temprano todos los seres humanos teníamos que estar en contacto con el virus, muchos incluso más de una vez, y aunque se temía que en su recorrido por el organismo de la especie pudiera mutar de un modo catastrófico, lo que ocurrió más bien, al menos hasta ahora, fue su modificación en variedades menos letales. El paso del “Delta” al “Omicron”, que todos vivimos conteniendo el aliento, significó más intensidad de contagio, pero menos poder mortífero.

Claro que también la resonancia “viral” del virus en las redes sociales mostró cuán capaces somos de alarma, de superstición, de docilidad frente al poder y al rumor, y de rebeldía incluso ante el sentido común. El accidente sabe potenciar por igual nuestros defectos y nuestras virtudes, y yo confieso con humildad que pertenezco al bando de los insensatos que creen en las vacunas y no de los insensatos que se burlan de ellas.

Porque no dudo de que fue la llegada un poco forzada de las vacunas lo que le quitó a la pandemia su sombra de juicio final y nos devolvió lentamente la confianza en el aire, en el tacto, en el contacto. Felices los afortunados que nunca sintieron angustia, pero felices los que por haberse angustiado sobrevivieron. Todos sabemos de casos reales y cercanos de seres que no estaban en la fase terminal de sus vidas, que no habrían tenido que morir tan temprano, a los que la vacuna a tiempo pudo haber salvado.

Pero es importante detenerse en otros rastros de esta singular pandemia, mucho menos severa, hay que decirlo, que otras que ha padecido la humanidad; muchísimo menos catastrófica, hasta ahora, que la gripe española o que la “peste negra” de la Edad Media europea, esa plaga aterradora por la que muchos pueblos pueden decir que para ellos el Apocalipsis es un hecho del pasado.

Una de las consecuencias históricas de esta pandemia fue la derrota de Donald Trump, y por muchas razones fue bueno celebrarla, aunque no podamos estar convencidos de que quienes lo reemplazaron sean mejores. Quién sabe si con Trump habría ocurrido la guerra de Ucrania. Y si fue amargo ante la invasión a Irak saber que la familia Bush desde mucho antes tenía negocios en ese país, hoy es amargo saber que mucho antes de esta guerra la familia Biden tenía negocios en Ucrania. En el tiempo de la omnipresencia de las comunicaciones, los ciudadanos sabemos poco y lo sabemos mal. Y con frecuencia los profesionales de la opinión tienen agenda secreta.

Pero esta semana la pandemia del covid dio un coletazo asombroso en el propio país donde tuvo su origen. Ver que en la China, donde impera tal vez el régimen más autoritario y controlador del planeta, donde el poderío del Estado lo es todo y la voluntad de los ciudadanos está sujeta a toda clase de vigilancias y controles, mecanismos pavlovianos de sometimiento, libretas de puntajes, estímulos y extorsiones legales; ver que en esa sociedad una ola de descontento ciudadano ha puesto freno a las imposiciones del Estado y ha echado atrás la abusiva política de cero covid, produce una mezcla saludable de asombro y de esperanza.

Igual el covid agudizó en Colombia la exasperación ciudadana. Y también para eso puede servir una pandemia, para poner a prueba nuestro valor civil.

Conoce más

 

Sin comentarios aún. Suscríbete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.