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El único cambio es que ahora muchos creen que se puede

William Ospina

03 de agosto de 2025 - 12:06 a. m.

La lista de hazañas que exhibe este gobierno solo demuestra que el petrismo se conforma con cualquier cosa: con haber devuelto la pobreza monetaria y extrema a los niveles que tenían en 2012, con actos de gobierno que todos los mediocres gobernantes de Colombia han hecho, cosas ni siquiera comparables al programa de electrificación del campo de hace 50 años, a los programas de vivienda popular del Frente Nacional, al tendido de los ferrocarriles de hace un siglo, a la creación de la zona cafetera de hace siglo y medio. Y todo eso ya era modesto frente a lo que Colombia verdaderamente puede y necesita.

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Es una lástima que Petro se haya mostrado incapaz de orientar y engrandecer a su equipo, que parezca decidido a descargar la responsabilidad del rumbo en todos los demás menos en sí mismo, y que siga nombrando gentes con las que no sabe conversar. Sus entusiastas miran al país y lo ven milagrosamente cambiado, pero el propio Petro declara que su equipo no le ha permitido cumplir con su programa, que el cambio está pendiente.

Y sin embargo Petro ha dejado abierta la puerta, aunque no la abrió él solo, ni su movimiento, sino ese momento de indignación y de sed de cambio de las elecciones del 2022 que Rodolfo Hernández contribuyó como nadie a despertar y a movilizar.

La todavía posible transformación de Colombia comenzó en ese momento, cuando las dos propuestas electorales que se abrieron camino fueron propuestas de cambio. Y el gran factor transformador fue Rodolfo, a quien la izquierda facciosa, no la reflexiva, sigue calumniando y descalificando, olvidando que fue él quien permitió que se aislara de la segunda vuelta a las maquinarias del establecimiento, y cautivó al electorado campesino y suburbano de la Colombia central con su poderoso discurso contra la corrupción, el robo, la politiquería, la ineficiencia estatal y el burocratismo.

Quién sabe si Petro habría ganado si no hubiera aparecido Rodolfo para denunciar desde la sociedad no militante el desprestigio de la vieja política, y mover el péndulo hacia la indignación y la renovación. Por esa grieta de impaciencia ciudadana el proyecto de Petro se abrió camino, pero como Petro es su propio enemigo el sentimiento de frustración de muchos y la sensación de desperdicio han sido enormes.

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Sin embargo, en ese discurso copioso y a menudo incoherente son muchas las cosas valiosas que Petro dice. Es soberbio pero lúcido, es más audaz que propositivo, más vehemente que analítico, y como no escucha más que a su terquedad, trabaja mucho en asfaltar de buenas intenciones un camino al infierno que podría no ser el suyo sino el de todos nosotros. Nadie puede negar la importancia de la lucha contra el cambio climático, pero nadie entiende que lo vayamos a detener renunciando a las pequeñas reservas de petróleo de Colombia, que en nada afectan al mundo porque no tenemos industria, ni carros, porque no tenemos siquiera carreteras.

Es un error de ingenuidad atribuirle el mal a las cosas, al petróleo, que es un don de la tierra, o a los plásticos, que son un gran invento de la industria, y no a este modelo de sociedad de consumo que nos hace convertir ese petróleo tan valioso en carbono que arrojamos a la atmósfera, porque vamos desbocados en transportes privados hacia ninguna parte; y tampoco son los plásticos los culpables, sino nuestra estúpida manera de consumirlos sin prudencia y de arrojarlos por todas partes sin vergüenza. El que se equivoca con el diagnóstico también se equivoca siempre con el remedio.

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Los sectarios miran con indignación a todo el que critique al gobierno, como si los recursos que utiliza tan arbitrariamente fueran de ellos, y no fruto del trabajo de toda la nación. Hay que ver con qué soberbia se instalan en sus puestos los nuevos burócratas, con los salarios que la sociedad entera les paga, y preguntándose con qué derecho se atreven a criticarlos los que no son de su bando.

Los que han ganado arrasadoramente unas elecciones pueden creer que por ello las mayorías les pertenecen para siempre. Pero sería absurdo que lo piensen los que llegaron al poder en un apretado pulso de dos mayorías a las que separó apenas medio millón de votos. Quién sabe si habrían aceptado el resultado si el medio millón de votos hubiera favorecido a su oponente.

Porque para obtener once millones de votos Petro tuvo que gastar, mal contados, 47.000 millones de pesos, mientras para obtener casi la misma cifra Rodolfo gastó 7.500. Ahí sí el que no juegue con la verdad tiene que preguntarse dónde hubo más iniciativa popular, entusiasmo de los electores y autogestión, dónde hubo menos votos comprados y abrumadoramente más votos de opinión.

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Cerrando los ojos al inesperado rechazo de ese voto de opinión al establecimiento, dicen entonces que a Rodolfo le llegaron los votos de Uribe. Pero, aunque a Rodolfo lo apoyaron al final los que odian a las guerrillas, Uribe nunca obtuvo, ni en sus buenos tiempos, los diez millones de votos que ahora quisieran regalarle sus enemigos.

Los votos son la expresión de un momento, mucho más si son votos de opinión. Rodolfo, lleno de defectos personales (no es el único) y de virtudes republicanas, espontáneo, sincero, buen comunicador y hombre de indignaciones contagiosas, fue el que inclinó el péndulo de medio país hacia el cambio, dejando sin poder de influencia a las maquinarias, y Petro fue beneficiado a la larga, porque nos salvamos de quedar a merced otra vez del viejo establecimiento, que no vacila en comprar las elecciones en el último minuto.

Si Rodolfo no lo considerara una indignidad, le habría metido más plata a esa campaña en la recta final, y a lo mejor hoy nos estaría gobernando, porque lo que lo mató fueron las calumnias. Prefirió perder con honradez, y le sembraron una condena en la tumba. Pero el que sí metió plata fue Petro. Así son nuestras elecciones y nadie duda de que Petro ganó, y a diferencia de lo que habrían hecho otros, de la derecha y de la izquierda, Rodolfo aceptó democráticamente que había perdido y se fue a su casa a descansar de una campaña memorable.

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Una campaña que nadie olvidará, que dio ejemplo de independencia y de austeridad, y que sin duda marcará el comienzo de la verdadera transformación de Colombia, porque aquí todos pensaban que el país tenía dueños y ahora parece que todo el mundo piensa que se puede, que es posible participar: solo eso explica que en semejante maremágnum haya casi 80 candidatos. Y no es del todo un mal síntoma que tanta gente piense que ahora se puede, aunque nadie diga todavía qué es lo que piensa hacer.

Ahora los seguidores de Petro, si quieren sostener la bandera, tendrán que corregir audazmente su rumbo, sin sacrificar su lealtad, pero atreviéndose a criticarlo, que es lo que hace el amigo leal de verdad. Y lo que llaman el centro tendrá que hacer también propuestas audaces, y aprender de Rodolfo a hablar con gracia y con convicción. Todos ellos tienen que saber que se van a necesitar más adelante.

Porque el viejo modelo politiquero y corrupto va a intentar convencernos de algo que es falso: que todo lo malo que pasa en Colombia es obra de Petro, cuando fueron ellos los que década tras década fabricaron el desastre. El gran error de Petro es no haberlo cambiado, o habernos dicho falsamente que sabía cómo. Colombia tiene que persistir en una voluntad de cambio más profunda, más capaz de convocar al país entero. Porque es verdad lo que venimos diciendo, y es que hacia atrás asustan.

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