Un gobierno. Un gobierno que piense en el país y no en su secta. Que se dedique a crear riqueza y no solo a administrarla. Que sienta gratitud y respeto por los que crean riqueza y se esfuerce en aumentarlos. Que conozca el país, sus tierras, sus climas, su historia, sus capacidades.
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Un gobierno que sepa que la mayor riqueza de un país no es su oro ni su petróleo ni su industria ni su agricultura sino su gente. Que vea a la gente como un tesoro y no como una legión de víctimas y de victimarios.
Un gobierno dispuesto a hablar con cada ciudadano, a resolver problemas y no a crearlos. Un gobierno que no se sienta superior a sus gobernados. Que sepa que gobernar es mucho más que hacer leyes, mucho más que nombrar funcionarios, mucho más que hacer discursos y mucho más que administrar presupuestos.
Un gobierno que sepa que cada vía que falta es una comunidad bloqueada, que el Estado tiene que hacer presencia en todo el territorio, y que esa presencia debe ser generosa y no arbitraria, debe ser respetuosa y no violenta.
Un gobierno que sepa que es una infamia bombardear el propio territorio, con cualquier pretexto, porque cada conflicto no es más que una necesidad que no se resolvió a tiempo. Un gobierno que sea capaz de diseñar en grande un proyecto para sus jóvenes, que les ofrezca un destino distinto al de las armas legales e ilegales.
Un gobierno que haga el territorio accesible para todos. Un gobierno lúcido, que sepa que no se puede gobernar el Chocó como se gobierna el Meta, ni el Amazonas como se gobierna la Guajira.
Un gobierno que escuche la voz de los litorales y de las cordilleras, de los glaciares y de las selvas. Que sepa de sequías y de inundaciones, de terremotos y de avalanchas, de lluvias y de vientos, al que no tomen por sorpresa cada día los climas y las geografías.
Un gobierno que controle al Estado y lo dirija para proteger a la comunidad y no para intimidarla. Un gobierno que se dedique a preparar el próximo siglo y no la próxima elección.
Un gobierno con el que pueda hablar todo el país y no solo los políticos, que tenga canales de interlocución con cada ciudadano. Que no funcione como una mafia acaparadora de puestos. Que estimule talentos, que abra créditos, que brinde oportunidades. Que no eternice a la gente en la necesidad y la pasividad.
Un gobierno capaz de enseñar y de aprender, que no desdeñe los saberes, que no deje sin reconocimiento los méritos, que no deje sin recompensa los logros, que no ahonde las discordias, que no descargue culpas, que asuma con madurez sus errores, que haga a cada quién capaz de trazarse un destino.
Un gobierno que no deje en el abandono los sitios sagrados de la memoria, que abra los museos y las galerías al público y a los creadores, las imprentas a los escritores, los talleres a los inventores, los escenarios a los artistas, los laboratorios a los investigadores, los caminos a todo el mundo.
Un gobierno que sepa que dar vivienda a cada persona es tan importante como hacer de los espacios públicos una morada común de confianza y disfrute. Un gobierno que estimule, un gobierno que no paralice, un gobierno que no polarice, cuyos discursos se parezcan de verdad a sus acciones, que utilice las palabras para nombrar la realidad y no para disfrazarla.
Un gobierno que se pregunte por qué en la mayoría de los países no hay guerrillas ni bandas criminales; que se pregunte por qué sólo aquí todo el mundo vive bajo extorsión. Un gobierno que crea en el trabajo, en la planificación, en una industria responsable y en grande.
Un gobierno que no satanice la riqueza mientras derrocha a manos llenas la riqueza que otros produjeron. Que limpie los ríos, que aproveche los mares, que no haga tratos secretos con los dineros públicos, que no se gaste los recursos en hacerse publicidad y en alabarse a sí mismo.
Un gobierno que no quiera cosechar antes de haber sembrado. Que haga libros para todos, música para todos, cine para todos. Que nos haga sentir parte apreciada de un país generoso, y no exprimidos y apenas tolerados por un país mezquino.
Un gobierno que irradie alegría y no rezume resentimiento. Que no nos vuelva siempre el objeto de su desconfianza. Que no nos haga sentir que solo somos contraventores y contribuyentes. Que dé ejemplo de previsión, de claridad, de cordialidad y de firmeza.
Un gobierno que engrandezca el país y que lo abra civilizadamente al mundo. Que sepa que Colombia es un país más grande que su mapa: que el norte es el Caribe, que no solo es un mar sino una cultura; que el occidente es la cuenca del Pacífico, la más grande del planeta; que el oriente es el país del Orinoco, con sus tesoros milenarios; que el centro es la cordillera de los Andes, la columna central de un continente; que el sur es la cuenca del Amazonas, cada región un mundo. Un gobierno que sepa que esa riqueza es para protegerla, para engrandecerla, y no solo para envanecerse de ella y presumir.
Un gobierno que sepa que aquí hay que celebrar nuevos pactos: de productividad, de legalidad, de justicia; una revolución educativa, un gran acuerdo de convivencia, un plan para poner de verdad al país en el mundo y no solo a sus líderes vanidosos.
Un gobierno de la creatividad, un gobierno del cuidado, un gobierno del conocimiento, un gobierno de la técnica, un gobierno de la sensibilidad, un gobierno de la imaginación. Un gobierno que comprenda estas tremendas palabras de Estanislao Zuleta: “El crimen es falta de patria para la acción, la perversidad es falta de patria para el deseo, la locura es falta de patria para la imaginación”.
Un gobierno para el que la política sea solo una parte de la vida y no la vida entera. Que le deje su lugar a la iniciativa, a la originalidad, a la memoria, a la fantasía, al poder de los relatos, a la libertad, a la música.
Un gobierno que se parezca a Colombia en su recursividad, en su diversidad, en su fecundidad, en su vitalidad, en su talento creativo, en su espíritu festivo, en su sencillez del vivir.
Un gobierno que respetando nuestra libertad nos enseñe a estar juntos. Que supere esa política facciosa de aldea, el principal mal de nuestra historia, que nos enseñó que el peor enemigo de un colombiano solo puede ser otro colombiano.
Un gobierno que despierte alegría, que una voluntades, que dialogue con el mundo.
Un gobierno.