Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.

La avalancha

William Ospina

07 de junio de 2020 - 12:00 a. m.

Después de cuarenta jornadas por el desierto ya empezamos a ver la tierra prometida.

PUBLICIDAD

Antes se pensaba en derribar a los poderes y ocupar su lugar. Ahora sabemos que ese lugar es el problema, que los pueblos no pueden ser reemplazados por los gobiernos y menos por los dirigentes.

Que el poder delegado muy fácilmente se vuelve contra sus electores, firma tratados a espaldas del pueblo, entrega los recursos de las comunidades, exprime a los ciudadanos y después se roba sus impuestos, pretende que los está salvando robándoles su libertad y sus derechos, utiliza la majestad de la voluntad de las mayorías para beneficiar a unos pocos y tomar decisiones mezquinas, no se cree el administrador sino el dueño de los países, declara venenos los bienes de la naturaleza, sataniza a los pobres que cultivan la tierra, convierte los problemas de salud en guerras costosas e inútiles, se permite a su vez envenenar el mundo pretendiendo salvarlo, trafica con la soberanía de las naciones, no se convierte en el servidor sino en el amo arrogante de las sociedades, y finalmente les pone la rodilla en la nuca y los oprime sin piedad hasta la muerte.

Pero todo mal tiene un límite, y cuando las sociedades advierten que no pueden respirar, que el poder les está robando el aliento, descubren que el poder es poca cosa, que ante la marea incontrolable de las multitudes que necesitan respeto y futuro, el aparente poderío de las castas y de los Estados puestos a su servicio se desmorona.

Entonces llega la edad de las revoluciones, y los pueblos son como el agua, que puede ser mansa y benéfica, luminosa y cantarina, que lava las impurezas y alivia la sed, pero que cuando rompe las represas y se desborda es arrasadora e incontenible.

Hace pocas semanas el mundo entró en una suerte de quietud asombrada. La historia parecía haberse detenido. Un extraño enemigo invisible parecía capaz de silenciar los países, derrumbar las economías, paralizar las empresas, vaciar las ciudades, poner a miles de millones de seres humanos a esperar en silencio, como si una voz estuviera a punto de resonar en las nubes, como si esos cielos cuyo silencio aterraba a Pascal estuvieran a punto de hablar. Pero el clamor se escondía en otra parte.

Read more!

¿Estábamos de verdad escondidos por miedo? ¿Una especie cuyas lenguas y cuyos sueños han sobrevivido a 50.000 años de adversidades y desastres, guerras de príncipes y cruzadas de religiones, al asedio de las hordas y a la molicie de los adormecedores de conciencias, estaba paralizada por el terror de lo invisible?

Esta semana, de repente, el mundo pareció despertar. Y no es el pequeño y recursivo virus que sigue asediándonos y enseñándonos cosas el principal motivo de preocupación. Sólo hacía falta una pausa para que empezáramos a comprender en qué abismo de pasividad habíamos caído. El mundo milagroso bajo el astuto poder del mercado. La fuerza prodigiosa de la humanidad bajo la más inepta generación de dirigentes de toda su historia. La multitud callando y consumiendo mientras las laboriosas corporaciones se apoderaban del mundo solo para saquearlo y destruirlo. Todos los humanos arrojando un poco de leña ritual en el pavoroso incendio planetario. Y bajo el triunfo irrisorio de una edad de vanidad y de codicia, la muerte de los sueños, el desprestigio de las utopías, el empobrecimiento de las ideas y la impotencia de la humanidad.

Read more!

Ahora los poderes van a empezar a preguntarse, con el ceño fruncido, qué irá a pasar cuando terminen las cuarentenas. ¿Será que los jóvenes solo quieren volver a las terrazas a celebrar la fiesta de los encuentros? ¿Será que las gentes que tienen trabajo, que en nuestros países son muy pocas, van a encontrar felices el camino de retorno a sus oficinas y sus fábricas? ¿Esta insidiosa vecindad de la muerte no nos habrá enseñado que merecemos algo más que pasividad y obediencia, algo más que un trabajo extenuante por un salario mezquino? Es una nueva indignación lo que empieza a recorrer el mundo.

La indignación que ya venía creciendo, alimentada por estos meses de reflexión, de impaciencia, de comunicación, de creatividad global, de miedos que se van transformando en otra cosa, podría convertirse en una avalancha; y del pensamiento, de la imaginación y del arte depende que se convierta en una hermosa avalancha, y no en una mera tempestad destructora.

No ad for you

Aunque inevitablemente muchas cosas caerán a su paso.

Conoce más
Ver todas las noticias
Read more!
Read more!
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.