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La dama que viene del frío

William Ospina

12 de septiembre de 2008 - 10:47 p. m.

ALGUNA VEZ GEORGE W. BUSH SE acercó al entonces presidente del Brasil Fernando Henrique Cardoso y le dijo con curiosidad: ¿Ustedes también tienen negros? No podría haber mejor retrato de los conocimientos y de las cualidades intelectuales de uno de los gobernantes más catastróficos que hayan tenido los Estados Unidos.

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Hasta hace dos semanas la balanza electoral de ese país se inclinaba por Barack Obama, un hombre sensato y lleno de saludables ideas liberales, y la proclamación multitudinaria de su candidatura en la Convención Nacional de Denver, Colorado, fue uno de los hechos políticos y mediáticos más divulgados del mundo. El candidato republicano, John McCain, que había acusado en vano a Obama de no ser un estadista sino un icono mediático, por el éxito de sus giras por el mundo, y que se había atrevido a compararlo con la rica heredera Paris Hilton, seguramente comprendió que necesitaría hechos sorprendentes para contrariar el ascenso de Obama.

Fue así como apareció Sarah Palin. De 44 años, gobernadora del estado de Alaska, periodista, deportista, madre de cinco hijos y encarnación aparente del ama de casa de la clase media americana, Palin se ha convertido en dos semanas en uno de los personajes más nombrados del mundo y le ha dado aliento a una candidatura que estaba a punto de desfallecer.

John McCain no lograba formarse una imagen ni configurar un símbolo reconocible. Representa irremediablemente a los republicanos, que han usado y abusado del poder en los últimos ocho años, y no puede apartarse demasiado de la política oficial en Irak y de todas las atrocidades y corruptelas que ampara esa guerra. Por su edad, por su falta de propuestas originales, por su innegable continuismo, McCain era una suerte de George Bush en versión diluida e incolora, un partidario del salto tímido al abismo.

Viendo que Barack Obama no se animó a escoger a su antigua rival y ahora aliada Hillary Clinton como compañera de fórmula, McCain dio el paso audaz de nombrar a una mujer como su candidata a la vicepresidencia, y la escogió atractiva, elocuente, casi joven, procedente de la provincia y ferozmente conservadora: Sarah.

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Algunos cazadores de escándalos y adversarios en la gran prensa descubrieron enseguida ciertas circunstancias humanas de la candidata y creyeron que podrían aprovecharse de ellas: su hija adolescente embarazada les pareció un talón vulnerable, pero la clase media no sólo perdona sino que simpatiza con esos tropiezos que ponen a prueba la unidad familiar; y había además un hijo menor con síndrome de Down, al que la candidata, vehemente antiabortista, se negó a renunciar. Nada menos repudiable que una persona que sabe ser fiel a sus convicciones, aunque ello le suponga sacrificios.

Pero detrás de esa Sarah Palin, espejo de las madres de America, está otra, que empieza a convertir la campaña en lo que realmente será: un forcejeo tremendo entre dos posiciones radicalmente diferentes acerca del papel que cumplen los Estados Unidos en el mundo. Esta dama que viene del hielo es muestra viva de la paradójica humanidad de los conservadores: enemigos del aborto, aun cuando se trate de prevenir situaciones dolorosas o atroces, y a la vez miembros y defensores de la NRA, la Asociación Nacional del Rifle, punta de lanza del armamentismo ciudadano, defensores del libre porte de armas y activos cazadores, en el país más armado del mundo.

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La designación de Sarah Palin como candidata empieza a mostrar las inconsistencias de la política de John McCain. Cuando le pareció ventajoso acusar a Obama de frivolidad y de liviandad mediática, no vaciló en hacerlo, pero cuando consideró útil buscarse una figura seductora, una ex candidata a Miss Alaska, desconocida en el mundo político nacional e internacional, y de quien han dicho en Hollywood que tiene “atractivo de estrella”, esas consideraciones no tuvieron ninguna importancia.

La verdad es que Palin ha comenzado a dar golpes de ciego en uno de los campos en que está más enredada la política norteamericana. Hablando desde el país que invadió injustificadamente a Irak, en contra de la legalidad internacional, Palin ha sugerido en una entrevista que le declararía la guerra a Rusia por intervenir militarmente en Georgia; se está mostrando más partidaria de la guerra de Irak que el propio McCain, y recoge justificaciones de la guerra que hasta Bush había abandonado, como la tesis de una alianza entre Al Qaeda y Sadam Hussein. Finalmente ha sugerido, al despedir a su hijo que marchaba rumbo a la guerra, que esta es una guerra religiosa; que ellos, como los musulmanes, van a la guerra por voluntad de Dios.

Esta persona que habla con tanto ímpetu y tan poco tacto de conflictos internacionales que tienen honda gravedad para el mundo, no tiene problema en confesar que ha sacado por primera vez pasaporte este año, y que nunca ha visto personalmente a un gobernante de otro país. En esas manos a la vez ignorantes y temerarias parece que estaría dispuesto John McCain a dejar el destino de los Estados Unidos, en caso de ausencia.

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Tenemos derecho a preocuparnos porque, muy a nuestro pesar, los Estados Unidos determinan demasiado la temperatura política y emocional del mundo. Y esta heroína temperamental que, una vez, con tal de lucirse y triunfar en un partido de baloncesto, fue capaz de correr y saltar con un tobillo roto, no parece nuestro más sereno pasaporte al futuro.

Ante el desangre económico de la guerra, la crisis energética, la recesión y el hondo malestar en la cultura que han vivido en estos ocho años, la política de los Estados Unidos necesita un cambio profundo, y éste parece insinuarse por igual en el color de la piel de Barack Obama o en el pintalabios de Sarah Palin. Quién sabe si el país será capaz de ir más allá de las apariencias, detenerse en las políticas que estos candidatos representan y escapar de verdad al pozo en que los han hundido tanto la amenaza del terrorismo, como la peligrosa actitud de responder al terror con el terror, a la barbarie con la barbarie.

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