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Los que quieren salvarte contra tu voluntad

William Ospina
12 de enero de 2025 - 05:05 a. m.
“Yo apoyé a Chávez en sus primeros tiempos, y hoy me siento traicionado por los que dicen ser sus herederos”: William Ospina.
“Yo apoyé a Chávez en sus primeros tiempos, y hoy me siento traicionado por los que dicen ser sus herederos”: William Ospina.
Foto: AFP - FEDERICO PARRA
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Lo mejor de nuestro continente siempre le apostó a la democracia. Fueron procesos electorales indudables los que permitieron la llegada al poder de Jacobo Arbenz en Guatemala, de Joao Goulart en Brasil, de Juan Bosch en República Dominicana y de Salvador Allende en Chile, pero esa democracia fue traicionada por los golpes militares y las invasiones imperialistas.

Teníamos sin embargo el deber de fortalecer la democracia, de seguir creyendo en ella a pesar de los reveses y las traiciones, porque de lo contrario el camino de América Latina tendría que ser para siempre el de las insurrecciones y las dictaduras, y merecemos un destino más sereno y civilizado.

Persistir en la vocación democrática permitió la llegada al poder de los peronistas en Argentina, de Chávez en Venezuela, de Evo Morales en Bolivia, de Lula da Silva en Brasil, de José Mujica en Uruguay, de Rafael Correa en Ecuador, de López Obrador en México y de Gustavo Petro en Colombia. Pero tan dañina como los golpes de Estado de las fuerzas tradicionales es la tentación de algunos gobiernos alternativos de romper las reglas de juego y negar por la fuerza la democracia que les dio su triunfo en las urnas.

Hace un cuarto de siglo la llegada de Chávez al poder fue consecuencia del abandono en que se tuvo al pueblo en el país más rico del continente, y vino a darles a las élites tradicionales una lección de lo que puede pasar si persisten en su egoísmo, su estupidez y su falta de grandeza. Un continente tan rico, tan importante y tan espléndido no puede mantener indefinidamente a sus gentes en la miseria, en la marginalidad y en la irrelevancia física y mental.

Yo apoyé a Chávez en sus primeros tiempos, sigo creyendo que hizo cosas muy importantes por su pueblo y por la dignidad de América Latina, y hoy me siento traicionado por los que dicen ser sus herederos. No olvido el entusiasmo que despertó en vastos sectores populares, y la tremenda oposición de grupos poderosos que alentaron no solo un gran paro empresarial sino un golpe de Estado antidemocrático, que fue conjurado enseguida por el pueblo. Pero también expresé mi desacuerdo con algunas posiciones de Chávez, como pensar que las FARC tenían igual legitimidad que el gobierno bolivariano. “Las FARC no fueron elegidas por nadie”, le dije desde esta tribuna, “y le deben muchos muertos al pueblo colombiano”.

Siempre sentí que el primer deber de Chávez, como de todo gobierno salido de las urnas, era respetar la democracia. Y no solo estoy seguro de que todas las elecciones que se dieron en tiempos de Chávez fueron limpias, sino de que bajo su liderazgo la democracia se amplió de tal manera que la participación popular pasó de menos del 50 a más del 80 por ciento del censo electoral. Sé que hubo una campaña calumniosa contra él, que negaba por principio la validez de sus elecciones y la legitimidad de sus triunfos, pero si de algo pudo sentirse siempre orgulloso Chávez es de que nunca hizo fraude.

Con la muerte de Chávez cambiaron muchas cosas. Ya Uslar Pietri había predicho que, a pesar de su enorme riqueza, bastaría una caída brusca en los precios del petróleo para que Venezuela cayera en la indigencia. Una cosa fue el liderazgo recursivo y pintoresco de Chávez, que despertaba no solo el entusiasmo popular sino la lealtad incondicional de las Fuerzas Armadas, y otra cosa el gobierno de Maduro, desangelado y hecho apenas de vanas intenciones, que debió consumir cada vez más los recursos menguantes del Estado en burocracia y en pagar en efectivo la lealtad antes irrestricta de las fuerzas armadas.

Entonces supimos que el proceso bolivariano le debía mucho más a la pasión inspirada de Chávez que a la mística creadora del pueblo, y la revolución se fue apagando a medida que aumentaban la crisis, el desencanto y la diáspora. Un proceso que necesitaba reinventarse nutriéndose de savia popular, de respeto por la oposición, de libertad y de creatividad, empezó a enmohecerse, a defender privilegios, a ahondar la discordia, y a perderse por los pasadizos de la burocracia y de la corrupción.

Yo que he criticado siempre los corruptos procesos electorales colombianos, donde los votos se compran con descaro, no puedo aprobar que un proceso como el bolivariano, que le debió su legitimidad a la democracia y al respeto por las reglas de juego, opte por la usurpación y por la arbitrariedad. Esa idea de que si los otros hacen trampa uno también tiene que hacerla significaría el fin de toda esperanza de transformación verdadera.

Al comienzo, sin duda con los mejores propósitos, empiezan a incumplir sus deberes con la democracia, muy pronto ceden a la tentación de inhabilitar a los adversarios y de gobernar con la represión y con la cárcel, y la vieja sentencia de que el poder corrompe se va volviendo una realidad día tras día.

Hoy en su corazón nadie duda de que Nicolás Maduro perdió abrumadoramente las elecciones del 28 de julio. Pero ya desde antes su régimen había perdido su legitimidad, cuando empezó a inhabilitar a los candidatos que tenían alguna opción de ganar y terminó inhabilitando a María Corina Machado cuando era evidente que llegaría a la presidencia. Su deber era afrontar la decisión de las urnas, tener el valor civil de entregar el gobierno y pasar a la oposición si ese era el mandato de la ciudadanía, pero prefirieron darle la espalda a la democracia a la que le debían todo, no confesando que ya no creen en ella, sino convocando a unas elecciones y fingiendo descaradamente que ganaron sin mostrar la menor prueba.

No sé si creen de verdad que usurpar el poder puede ayudar a su causa. Pero en un continente tan necesitado de democracia real como la América Latina, la única causa digna de defensa es respetar las reglas del juego. Lo único que puede garantizar un mínimo de verdadera libertad es inclinarse ante la democracia, esforzarse por corregirla y ampliarla, y no burlarse cínicamente de la voluntad popular. Basta comparar la alegre fiesta chavista de hace 20 años con el rictus autoritario y fúnebre de los discursos de Maduro y de sus generales, para entender que ese régimen ya no tiene futuro.

Tanto las élites tradicionales como los políticos que quieran reemplazarlas deben aprender por igual que nadie tiene derecho a manipular ni a traicionar la voluntad popular, que la suerte y la prosperidad del continente solo dependen de que tengamos por fin pueblos dignos y altivos, a los que nadie pretenda una vez y otra vez salvar contra su voluntad. Maduro podrá alzar la voz todo lo que quiera, pero es la propia voz de Chávez la que le repetirá para siempre que esta posesión es un fraude.

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Jorge(85047)14 de enero de 2025 - 01:45 p. m.
Siempre hubo un fondo populista en el proyecto Bolivariano. Por eso nació muerto.
Carlos(74366)14 de enero de 2025 - 09:29 a. m.
Buen análisis.
Daniel(41805)13 de enero de 2025 - 02:56 p. m.
Esperamos que pronto pueda Venezuela liberarse de la dictadura.
Ramon(78770)13 de enero de 2025 - 01:27 a. m.
Para Chávez estaba claro q debia expandirse y tomar el poder en Colombia para rehacer la Gran Colombia.Por eso le aposto a las Farc y al narco, con el apoyo de Correa, como quedó claro en Sucumbios.La respuesta contundente en el gobierno Uribe freno está arremetida va Chávez veía cercana al poder
Ramon(78770)13 de enero de 2025 - 01:16 a. m.
El chavismo es un proyecto ideado para imponerse y expandirse más allá de V/zuela,Maduro es el legado de Chávez q hábilmente utilizo la situación y los mecanismos electorales para imponer el modelo totalitario cubano,lo q implicaba acabar con la división e independencia de poderes y apelar al nacionalismo bolivariano con el uso del nombre de Bolivar para imponerlo con una clara política populista derivada de los r cursos del petróleo y la persecucion a la empresa aprivada. Colombia est
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