Petro quiere cambiar a Colombia, es una lástima que no lo haga. Es una lástima que no convoque ya a los empresarios, a los trabajadores, al sector solidario, a la academia y a los dueños de la tierra a una revolución productiva. Es una lástima que siga pensando que los empresarios son los enemigos; que quiera desarrollar el capitalismo pero odie y satanice la riqueza; que siga pensando que gobernar es hacer discursos y no tomar decisiones.
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Petro quiere cambiar a Colombia, pero cree más en los políticos que en la gente; no entiende que el gobernante que no combate la politiquería se convierte enseguida en un politiquero. No entiende que la burocracia es un mal, aunque los burócratas sean sus amigos; y que toda concesión que les haga a los viejos vicios de la república, las componendas, los compadrazgos, los acuerdos por debajo de la mesa, el gobierno de secta, los resentimientos, eterniza lo que vino a cambiar.
Petro quiere cambiar a Colombia, pero es un gobernante tradicional en el estilo, en el tono, en la idea del poder que maneja: accede al poder con dinero, se deja asesorar por el viejo establecimiento de los roy barreras, de los benedettis, del chantaje parlamentario. Cree en la eficacia de los discursos del odio y la venganza.
Petro quiere cambiar a Colombia, pero está perpetuando el viejo estilo personalista del poder colombiano, no sabe que lo peor es gobernar contra alguien, gobernar solo para una ideología, para un grupo, para un esquema de país.
Petro cree que gobernar es gastar, pero gobernar es producir. Petro cree que lo más importante es el Estado, pero lo más importante es la sociedad. Petro cree que todavía está en campaña y solo habla para prometer futuros. Petro cree que pronto va a llegar, pero ya se está yendo. Petro cree que tiene el futuro en sus manos, pero se le está escapando el presente, con la prisa de los granos en el reloj de arena.
Petro cree más en el M-19 que en el país, pero el M-19 es el pasado, la conspiración, la guerra, el sacrificio, la crispación, y eso han debido dejarlo atrás hace mucho tiempo. Petro no ha podido comprar 300.000 hectáreas y cree que va a comprar 3 millones, y que las va a repartir, y que además, después de darles 60 billones, que no tiene, a los latifundistas, va a tener con qué habilitarlas, integrarlas a la economía, volverlas productivas.
Petro tiene todavía hoy mucho en sus manos, y las esperanzas de un país necesitado y postergado, pero en un año, cuando comience la carrera electoral, podría no tener casi nada.
Petro convocó al comienzo a un supuesto acuerdo nacional, pero a un acuerdo politiquero, de partidos, de figuras de la política, de voceros del viejo país, por eso el castillo de naipes se le deshizo. Después creyó que debía atrincherarse entre sus viejos camaradas, pero ahí tampoco está toda la complejidad del país. Ahora cree que puede convocar la fuerza de las barriadas, de las orillas. No sabe que la verdadera fortaleza está en no segmentar, en no dividir, en no agravar la fragmentación.
Hay que convocar a todas las fuerzas productivas, hay que fortalecer al Estado, no con burocracia sino con austeridad, hay que darle protagonismo a la sociedad quitándoles protagonismo a los políticos y a los guerreros. Hay que crear de verdad, y en grande, una economía productiva legal que disminuya los trámites y reduzca las formalidades y combata las trabas burocráticas. Esa es la única manera posible de hacer la paz.
Qué ironía que alguien que viene de las viejas confrontaciones, y sabe de sus dinámicas, haya llegado creyendo que iba a lograr la paz enseguida y negociando, y ahora se descubra convertido en el mismo viejo presidente que declara la guerra y ordena cercos implacables. ¡El M-19 persiguiendo guerrilleros y haciendo la vieja guerra en el viejo estilo colombiano! Petro quiere cambiar a Colombia, pero Colombia lo está cambiando.
Petro ha debido convocar desde el primer día a toda la Colombia que votó por el cambio, más de quince millones de personas, a una lucha sin concesiones contra la corrupción, contra el derroche, contra el burocratismo, contra los abusos del Estado. Petro no ignora que sin una nueva economía productiva tendrá que hacer lo que hicieron todos: recurrir a reformas tributarias cada vez más asfixiantes, y a un endeudamiento cada vez más insostenible. Ha debido gobernar sin espíritu de secta, dándole cabida al país postergado desde los tiempos de Gaitán, pero no en la burocracia ni en el dirigismo de camarilla, sino en la iniciativa, en el emprendimiento y en la creación.
Petro ha dejado pasar dos años, pero es lo único que tenemos. Porque quiere cambiar a Colombia aunque no sabe cómo; por eso sigue gobernando como si fuera el jefe de la oposición. Y el país no ve los cambios, porque los cambios profundos no son las obras en las que habrá tenido que invertir los 950 billones del presupuesto de estos dos años. El cambio tenía que ser un cambio de tendencias, un cambio de espíritu, un cambio de protagonistas de nuestra historia, de ritmo vital, no de consignas sino de dinámicas, y lo que vemos es el mismo país agobiado y postrado recibiendo limosnas y aplaudiendo a veces discursos, pero no transfigurado en un pueblo de dignos voceros de la nación frente al mundo. Lo que vemos es a un hombre que se siente solo, y a sus huestes haciéndolo sentir que no es más que una víctima.
Pero lo que Petro tenía que liderar no era una insurrección sino una resurrección. No una saga del M-19 sino una hazaña de la Colombia increíblemente talentosa a la que no se le abren las puertas, que lo que necesita no es meramente plata sino oxígeno, no oír discursos sino hacer cosas, no tener apenas un presidente sino tener un país.
Y ahí van apareciendo en el escenario una legión de nulidades a las que les interesa menos cambiar el país que ser su presidente; que quieren que empecemos ya a hablar, como de costumbre, no de proyectos sino de personas. Y por este camino Petro les va a facilitar la tarea tristísima de reemplazar a alguien que quiso cambiar el país por alguien que estará feliz de que no lo haya cambiado. Y que vendrá a devorarse las sobras.