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Claro que los terratenientes estaban dispuestos a bailar al son que les tocara Petro, porque las campanas eran de oro: 60 billones por tres millones de hectáreas. Claro que las guerrillas y las bandas criminales estaban listas para sentarse a negociar la paz total: en guerra larga toda tregua es oxígeno. Claro que el Congreso estaba listo para entregarse al regateo: los gobiernos con agenda legislativa copiosa suelen venir llenos de mermelada. Claro que los puestos abundantes generan la ilusión de un gran poder transformador: pero por caminos tan espesos de miel no hay reforma que avance.
El poder vivido como una embriaguez es excitante, pero la resaca es tormentosa. No han pasado tres años desde que comenzó el gobierno y ya el castillo de naipes de Petro empieza a desbaratarse. Los terratenientes empiezan a buscar un salvador. El Congreso comienza a mirar hacia otra parte, porque se están abriendo las compuertas de una nueva elección, y el gobierno con el que forcejeaba pronto pasará de moda. Y los protagonistas de la paz total empiezan un nuevo capítulo de su guerra sin fin.
El tema de la paz ha sido manejado con una mezcla alarmante de ingenuidad y de voluntarismo, y el nombre de la Paz Total es buena muestra de ese frenesí publicitario en que este gobierno se relame, y del que forman parte también “El país de la belleza” y “La potencia mundial de la vida”. Pero el ELN, y en eso es coherente, solo estaba dispuesto a desmovilizarse y entregar las armas si el gobierno realizaba, punto por punto, la revolución por la que guerrean desde 1964. Y las guerrillas disidentes del proceso anterior se mueven entre la mística revolucionaria que las hizo nacer y el negocio de la droga que les permitió sobrevivir. Desmovilizada la guerrilla grande, lo que les queda, ante la ausencia del Estado, es disputarse los territorios que se habían convertido en tierra de nadie. Y es que la llamada Paz Total pretendió hacerle creer a la opinión pública que el M-19 tiene algo que ofrecerles a los que se desmovilicen. ¡El M-19 negociando el modelo de sociedad con los insurgentes, en representación de las instituciones!
Ahora empieza Petro a cosechar las tempestades de su estilo de gobierno: las guerrillas y las bandas criminales acabarán por lanzarse a la guerra total, y el propio Petro terminará de camuflado; los terratenientes vendrán hasta por la tierra que les compraron; los funcionarios se aferrarán a sus puestos con más tenacidad que los viejos burócratas; los que van a verse privados de sus subsidios le darán la espalda con indignación, y ya imaginamos cómo va a tratarlo el gobierno vecino por no haberle dado su apoyo irrestricto.
Los mejores colaboradores del Gobierno han ido quedando tirados por el camino, porque para gobernantes como Petro los funcionarios son apenas piezas desechables de un engranaje sublime. Casi todo ministro que pasa por este gabinete queda a la vez usado y desprestigiado, porque el jefe, así como casi no les dirige la palabra, casi no les da ni siquiera las gracias.
Y desde el momento en que Laura Sarabia y Armando Benedetti se volvieron incompatibles, ya se podía presentir que para que ella estuviera cerca y pudiera gobernar, él tenía que estar lejos, pero que si la necesidad imponía la presencia de él, ella tendría que irse. Lo malo es que Petro, que no puede vivir sin ella, no puede sobrevivir sin él. Falta todavía, Dios no lo quiera, que el Pacto Histórico se fragmente movido por la sed de poder de cada uno de los bandos, porque entonces veríamos en átomos volando al partido unificado que el gobierno propone.
Pero la llamada oposición, que por ahora no es más que el nudo de rencores de la vieja oligarquía, sumada a un enjambre de apetitos personales, estará mirando con júbilo el modo como el barco de Petro se acerca peligrosamente a los arrecifes, celebrando cada batalla de las guerras que recomienzan y preparándose para reinar sobre el naufragio.
Creer que habrá paz sin una nueva economía es la locura de los gobernantes colombianos. Creer que a Colombia se la cambia con leyes es el santanderismo más puro y más rancio. Creer que la solución económica del país está en las pequeñas parcelas tiene la belleza y la ingenuidad de un viejo bambuco. Pero es curioso que Petro, que desconfía del campesinado porque piensa que es una fuerza reaccionaria, haya terminado acunando el sueño de una improbable Arcadia campesina. Y sobre todo no entendió que el error culpable de Santos fue asumir que para hacer la paz con 30.000 guerrilleros había que enemistarse con siete millones de ciudadanos, y precisamente con aquellos que le habían dado su primer triunfo.
Siempre fue la estrategia facciosa y fratricida del establecimiento colombiano pretender que se puede hacer la paz con los adversarios de la ley fracturando al país pacífico que respeta las leyes. Y Petro ha sido el vanidoso heredero de todas esas incoherencias. Pero nadie puede alegrarse de que a Petro le empiecen a llegar las cuentas de cobro, porque no es Petro sino el país el que las pagará.
Esa es la realidad actual de Colombia: Petro no avanza, y hacia atrás asustan.
