Ingeniero Rodolfo Hernández: usted ha propuesto esta semana construir una ciudad para presos en los llanos orientales y convertirla en un centro de trabajo para los más de 100.000 presos peligrosos que tiene Colombia. Sé que es una idea que les gustará a muchos, pero hay que tener en cuenta no solo sus ventajas sino sus peligros.
A mí me recuerda una de las pesadillas de mi infancia, la Colonia penal y agrícola de Araracuara, en los límites entre el Caquetá y el Amazonas, que permitió construir la leyenda siniestra de que la Amazonía era un infierno verde, y donde se cometieron todas las atrocidades que uno pueda imaginar.
Torturas, castigos permanentes, crucifixiones, ese penal nos dejaba una idea desalentadora de la condición humana y también de la inhumanidad de las instituciones. Estoy seguro de que lo que usted se propone es distinto, pero no puedo impedirme mirarlo con cautela, pensando en esa parte de nuestra historia.
No fueron los gobiernos conservadores, que no eran menos crueles, sino curiosamente los gobiernos liberales de la llamada “Revolución en marcha”, los que concibieron la idea de convertir algunos paraísos naturales de Colombia, Malpelo, Gorgona, Araracuara, en centros penitenciarios que unían a la idea del castigo la idea del destierro en lugares remotos, semejantes a Alcatraz, a la Cayena de Papillón y a las prisiones mortales del Conde de Montecristo.
Fueron Enrique Olaya Herrera y después Lleras Camargo, supuestos humanistas, los que engendraron esos horrores, y Colombia no puede arriesgarse a añadir a su historial de violencias y de violaciones de los derechos humanos nuevos capítulos de crueldad y de dureza de corazón.
Sé que nuestras cárceles hoy son atroces, y nadie que las conozca puede censurar que se busquen alternativas. Conozco las valerosas denuncias de Jineth Bedoya sobre las carnicerías de la cárcel Modelo en tiempos del gobierno de Andrés Pastrana; sé que el hacinamiento y el tiempo muerto hacen de nuestras cárceles escuelas del mal, que eternizan la delincuencia y la marginalidad, y creo que los tiempos que corren exigen de nosotros ideas nuevas sobre la justicia y la resocialización de los presos.
Pero es que la idea de una ciudad en la altillanura, que sea un laboratorio de una nueva manera de vivir, de trabajar y de aliarse con la naturaleza, es tan buena, que no debería desperdiciarse reduciéndola solo a una colonia penal, que además nos trae malos recuerdos. Debería ser más bien el rescate de una idea de Belisario Betancur, Marandúa, que no prosperó tal vez porque no había llegado un momento en que se necesitara tanto la invención de nuevos modelos urbanos, una búsqueda audaz de soluciones a los problemas de la ciudad moderna.
Imagino una ciudad verde, movida exclusivamente por energías limpias que avancen en el cambio de la matriz energética, una ecoaldea dedicada al cuidado del agua, que sea una barrera ante los avances del desarrollo depredador que quiere arrasar el último pulmón del planeta, donde se coordinen enormes esfuerzos de reforestación, donde se haga un inmenso laboratorio de agricultura orgánica adecuada a los suelos y los climas, donde se ponga en diálogo el saber occidental con los saberes ancestrales de los pueblos nativos, donde se experimente con los sistemas de transporte limpios, y donde jóvenes de todas las edades, de todo el país y el continente, hagan pasantías con expediciones por la naturaleza, conocimiento de la diversidad, ejercicios artísticos, laboratorios de ciencia aplicada y eliminación total de basuras y de residuos tóxicos: un experimento de vida para el mundo.
Sólo en ese contexto entendería yo, como un ejercicio generoso de resocialización, que se admitiera allí a personas que viniendo voluntariamente del sistema carcelario quisieran trabajar y cambiar el horizonte de sus vidas. En tiempos en que se les hacen tantas concesiones a los criminales atroces, es lo mínimo que se debe hacer con muchas personas que delinquieron acorraladas por la fatalidad. También porque sé que solo el contacto con otro orden de oportunidades y otro clima de respeto y de convivencia, puede verdaderamente cambiar el destino de tantos seres a los que esta sociedad egoísta e inhumana muchas veces ha forzado al delito.
Sé que usted está buscando un nuevo modelo de justicia. Pero está claro que cuanto más justas son las sociedades menos cárceles necesitan, y acabo de ver en un documental que en Holanda han tenido que cerrar 19 cárceles por física falta de reclusos. Es hora de que dejemos de asociar nuestra generosa y espléndida naturaleza con el infierno y el castigo. Ya es hora de que nuestra idea de la justicia empiece a creer más en las oportunidades que redimen que en las rejas que castigan.
Si a usted le pareciera buena esta idea, cuente conmigo para colaborar con entusiasmo en ella, no en ningún puesto oficial, que poco me atraen, sino como divulgador y acompañante en las fascinantes tareas que con proyectos como este podemos proponerle al mundo entero.