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Un gran hombre en peligro

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William Ospina
26 de febrero de 2012 - 01:00 a. m.
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Hace mucho conozco a Luis Carlos Restrepo y sé que es un hombre generoso y bien intencionado, cuyas acciones han estado gobernadas por el deseo de servir al país y de contribuir a la paz de Colombia. Por eso suena tan desproporcionada la decisión de la Fiscalía General de la Nación de ordenar su captura y acusarlo de una inconcebible lista de crímenes.

Nadie se esforzó tanto por abrirle camino al Mandato Ciudadano por la Paz, que propició el intento de negociación del conflicto durante el gobierno de Andrés Pastrana. Ese proceso fracasó por la intransigencia criminal de la guerrilla y por la falta de voluntad política de ambas partes, pero el Mandato Ciudadano expresaba un sentir profundo de la sociedad.

Luis Carlos Restrepo no abandonó su vocación ciudadana. Aceptó el cargo de alto comisionado para la Paz del gobierno de Álvaro Uribe y lideró la necesaria desmovilización de los ejércitos paramilitares. Mucho se puede discutir sobre la eficacia de ese proceso, pero no soy capaz de negar que la desmovilización de esos grupos sanguinarios, aun con las inevitables irregularidades que haya podido presentar, era una urgencia del país, si quería mostrar al mundo un mínimo de estructura civilizada, y harto contribuyó a la tranquilidad general, aunque sabemos que sin la despenalización de la droga, que desmonte los poderes del narcotráfico, la violencia de las bandas criminales no desaparecerá de nuestra tierra.

Sería largo enumerar todas las cosas que yo como ciudadano rechazo de la manera de gobernar de Álvaro Uribe, pero no ignoro que la guerra sin cuartel contra una guerrilla hundida en el secuestro y el narcotráfico, y cada vez más desentendida de sus viejos ideales políticos, y por otro lado el desmonte de las estructuras paramilitares, le dieron un aire nuevo a la sociedad colombiana, que estaba al borde de la desintegración. Siempre he sido partidario de la negociación del conflicto como única manera de terminarlo definitivamente, pero no ignoro que para ello es necesaria la voluntad de las partes y ésta no ha aparecido todavía.

No hay manuales para entender a Colombia. Luis Carlos Restrepo está metido en la centrífuga de una lucha típicamente colombiana de todos contra todos, la extraña fuente de todas las violencias que en Colombia han sido. Ahora dos de los pilares de ese precario proceso de recuperación de la legitimidad institucional, Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos, se están trenzando en un conflicto que podría desencadenar la nueva violencia colombiana. No porque cualquiera de los dos pretenda desatar un baño de sangre, sino porque en Colombia es muy fácil que los desacuerdos de las élites se conviertan en desangre de las multitudes humildes.

No es difícil ver que Uribe representa nuevos poderes económicos y políticos que se han formado en Colombia en los últimos cuarenta años, y Santos a la vieja élite que manejó el país durante más de un siglo. Después del gobierno de Uribe, que de tantas maneras confrontó la vieja estructura de poder e impulsó fuerzas nuevas, este gobierno representa un esfuerzo de restauración de la vieja aristocracia y de su manera de gobernar, y hasta los marxistas saben que esos dos sectores no son los buenos y los malos, sino dos fuerzas históricas midiendo su influencia en todos los campos de la realidad. Lo que parece a nuestros ojos un caos es la lucha de dos poderosos sectores que se están midiendo en lo económico, en lo político, en lo mediático, en lo legal y en lo institucional.

Hace setenta años el liberalismo ascendente y el conservatismo hegemónico eran también dos fuerzas históricas tratando de imponerse en el país y, para nuestra desgracia, antes de que ese conflicto encontrara su expresión política en el Frente Nacional, se manifestó en un caos de intolerancia y violencia que marcó sombríamente nuestra historia, y el pueblo, que no tenía allí nada que ganar, fue sin embargo su instrumento.

Vivimos el peligro de entrar de nuevo en ese vórtice. Una ley de restitución de tierras sin verdadera proyección en la economía contemporánea, amenaza con desencadenar un nuevo baño de sangre en Colombia. Los campesinos pobres serán otra vez las primeras víctimas, sacrificadas igual por la violencia criminal de los poderosos y por un manejo irresponsable desde las instituciones de un asunto que exigiría toda la inteligencia y toda la sensibilidad.

Luis Carlos Restrepo, sin formar parte de esas élites egoístas, milita sin embargo en uno de los bandos en pugna. Nadie como él estaría llamado a representar con muchos otros a esa tercera fuerza que Colombia necesita tanto, para evitar el caos de una polarización entre los grandes poderes. Por su vocación humanista y por su espíritu generoso, Luis Carlos no logra encarnar el espíritu faccioso del bloque uribista al que pertenece, pero se ve convertido, por su buena voluntad y por su sinceridad política, en la víctima propiciatoria de los que quieren hundir al uribismo.

Y a todas estas, ¿qué representará la Fiscalía? ¿El espíritu desinteresado de la justicia, en un país donde, a despecho de la abnegación de algunos jueces beneméritos, la justicia está tan invadida por la corrupción y por el espíritu faccioso como todo lo demás? Cuánta falta le hace a Colombia una fuerza civilizada que imponga la cordura entre poderes tan notables, tan industriosos, tan emprendedores, y tan faltos de grandeza.

Claro que hace falta una nueva Constituyente: pero no para hacer las paces entre el uribismo y el santismo, sino para abrirle camino a la sensatez en una vorágine de irracionalidad, a la generosidad en un vértigo de ambición y prepotencia y al interés de las mayorías en el país más injusto y más desigual del continente.

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fernando(14827)24 de agosto de 2021 - 12:36 a. m.
Me acuerdo cuando respetaba a este escritor...mucho antes que defendiera bandidos del Uribismo
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