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“ESTÁIS ESPERANDO MIS PALABRAS. Me conocéis bien y sabéis que soy incapaz de permanecer en silencio. A veces, quedarse callado equivale a mentir. Porque el silencio puede ser interpretado como aquiescencia”.
Con estas palabras comenzó don Miguel de Unamuno, Rector Magnífico de la Universidad de Salamanca, una pequeña oración de respuesta a las duras palabras que ese 26 de septiembre de 1936 habían pronunciado algunos fascistas contra los académicos en el Paraninfo mismo de ese centro universitario: “Mueran los intelectuales”, acababa de gritar el general Millán Astray, quien luego fuera jefe de propagada de Francisco Franco.
“Este es el templo de la inteligencia”, respondió Unamuno. “Y yo soy su sumo sacerdote. Estáis profanando su sagrado recinto. Venceréis, porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir. Y para persuadir necesitaríais algo que os falta: razón y derecho en la lucha”. Esta última oposición de “la fuerza de la razón frente a la razón de la fuerza” le costó al Rector de Salamanca su cargo, pues su dimisión le fue solicitada por la Junta de la Universidad ese mismo año.
Sir Bertrand Russell no pudo impartir clase en la Universidad de Nueva York, porque las ideas liberales que pregonaba resultaban incómodas para un sector de la clase dominante, que se las ingenió para conseguir la revocatoria de su designación como catedrático; es uno de los más vergonzosos actos de que se tenga noticia en contra de la libertad de cátedra.
El propio Sócrates fue condenado a muerte por corromper a sus jóvenes discípulos con ideas que se apartaban de las imperantes en aquella época; el filósofo, que podría haber evitado su sacrificio admitiendo cambiar su línea de pensamiento, prefirió morir en defensa de sus ideas.
Mucha polémica han despertado las intervenciones del rector de la Universidad Jorge Tadeo Lozano y de otros dos profesores en desarrollo de un foro al que asistió el Presidente de la República. Se les censura el matiz político de su discurso, como si la labor de un académico fuera la irreflexiva reiteración de conocimientos previamente adquiridos y no el permanente cuestionamiento del mismo, con absoluta independencia de si esa postura crítica se orienta a aspectos de naturaleza puramente científica o a actuaciones o decisiones de quienes forman parte de un gobierno.
Los académicos pueden optar por pronunciarse a través de enigmáticas frases abiertas a varias interpretaciones, como cuando el rector Fernando Hinestrosa declaró estar “a favor del fortalecimiento de las instituciones y de los principios democráticos”, o por medio de cuestionamientos directos como los planteados por el rector Isaza. Lo realmente importante es que se les permita expresarse con libertad, que se controviertan sus opiniones en el mismo plano intelectual en el que ellas se formulan (como tuvo oportunidad de hacerlo el presidente Uribe en esa ocasión). Si se despreciara menos el trabajo y la importancia de la universidad, hoy no estaría el país presenciando cómo se cae a pedazos una reforma al sistema de salud que no ha resistido las críticas de unos académicos cuya opinión debería haberse consultado antes y no después de la expedición de las controvertidas normas.
