*Invitamos a nuestros columnistas a contarnos de las ideas que defendieron y que, ahora, perciben de manera diferente. Esta columna es parte del especial #CambiéDeOpinión.
No una sino varias veces he cambiado de opinión sobre cuál es la mejor manera de hacer periodismo, el oficio que escogí para vivir y que, para mí, va más allá de una manera de ganarse la vida por el papel que tiene en la sociedad. El primer cambio de opinión fue entender en terreno, cuando empecé a hacer reportería, que la objetividad de la que tanto nos hablaron en clase, y que nos siguen reclamando muchos, no existe. Sí hay, y nos deben exigir siempre, rigor y responsabilidad al informar. El otro cambio de opinión tiene que ver con la mezcla de periodismo y activismo. Durante mucho tiempo consideré que eran incompatibles.
Nada tan alejado de la realidad del periodista como la objetividad. Aunque los hechos sean claros y reales, las interpretaciones son múltiples, la elección misma de los temas que se van a cubrir tiene una carga de subjetividad, como la tienen las palabras, sonidos o imágenes que se usan al relatar. Dos periodistas enfrentados al mismo asunto lo contarán de maneras distintas. No hay forma de que en una actividad humana tan cargada de matices y posibilidades como el periodismo se pueda hacer un trabajo ajeno a nuestra fragilidad de seres humanos. Desde ahí hacemos periodismo y lo importante es reconocer los sesgos, los prejuicios, las creencias que tenemos para intentar tomar distancia de ellos y entender que siempre hay otras formas de ver el mundo. Apenas comenzando la labor entendí que era imposible ser objetiva, aunque en los albores de mi carrera estuve tan convencida de ello como muchas personas.
A pesar de haber entendido eso muy pronto, faltaba otro cambio importante. Durante mucho tiempo, hasta hace apenas unos años, creía que, si alguien intentaba hacer periodismo desde una causa, desde el activismo, eso lo distanciaba del oficio porque inclinaba la balanza y resultaba imposible hacer un buen trabajo con el equilibrio necesario. En debates, textos y foros defendí la clara incompatibilidad entre el periodismo y el activismo porque los consideraba excluyentes: creía que, si se hacía activismo, no se podía hacer buen periodismo.
Sin embargo, grandes colegas que hacen periodismo desde el feminismo, el ambientalismo, la defensa de derechos humanos y muchas otras causas valiosas, me convencieron, con sus trabajos serios y con periodismo de gran calidad, de que no hay incompatibilidad entre la defensa de una causa justa y el oficio de informar a la sociedad.
Así como hay una línea editorial en todo medio, grande o pequeño, tradicional o nativo digital, así también el periodista o el medio se pueden parar desde una orilla y lo honesto es decirlo de frente para que la audiencia sepa lo qué está leyendo, viendo o escuchando. Lo importante, por otra parte, es que ese periodismo se haga respetando las normas éticas del oficio. Entendí que el problema no es tener una causa que mueva el trabajo, el problema es no hacer bien la tarea que corresponde al periodismo, no cumplir los requisitos que nos deben exigir a quienes hacemos este trabajo. Ninguna bandera, por buena que sea, admite la mentira, la tergiversación, la falta de contexto o de confirmación, mientras que cualquier bandera justa puede servir para hacer buen periodismo si se hace con el rigor debido.
Esos medios y colegas que hacen periodismo desde el activismo han permitido avanzar como nunca en temas fundamentales que son difíciles de cubrir a fondo y con la dedicación que se requiere desde los medios masivos generalistas siempre cargados de mil asuntos que requieren atención. Hay que agradecer a los colegas que se han empeñado en ayudarnos a todos a ver y a entender sus causas, muchas de las cuales son de todos. Gracias por hacerme cambiar de opinión. El buen periodismo no tiene que ver con ser activista o no, tiene que ver con la calidad de lo que se hace, con saber contar las historias con seriedad y responsabilidad.