En dos años de gobierno el presidente Gustavo Petro ha tenido al país en una montaña rusa política por acontecimientos vertiginosos en los cuales su polifacético liderazgo no permite entender del todo lo que quiere hacer o lo que ha hecho. Cuesta entender su estilo cambiante y errático por momentos que genera incertidumbre cuando el país agradecería certezas.
Al presidente Petro se le odia o se le idolatra. No parece quedar espacio para poner en la balanza sus aciertos y sus errores. Hay de lo uno y de lo otro en este gobierno de izquierda que hasta el momento tiene muchos pendientes en las promesas de cambio que hizo, pero que en muchos sentidos ha representado, para bien o para mal, un cambio en las formas de actuar y en las prioridades del Estado.
Vale destacar la importancia de la alternancia en el poder en una democracia. Que lleguen otros, venidos de distintos lugares y con ideas diferentes es valioso aunque traigan consigo el reto de la inexperiencia y las dificultades inmensas para ejecutar. A la izquierda le ha quedado difícil gobernar por los problemas de liderazgo de un presidente con vocación de caudillo y poca capacidad gerencial, pero también por la falta de otros líderes preparados para asumir las riendas del poder y por la inercia de algunos sectores de la sociedad que se resisten a los cambios. Mover al Estado paquidérmico no es tarea menor y se requieren muchas personas que entiendan bien la complejidad de los asuntos públicos.
Hay que abonarle al presidente su vocación reformista y haberle puesto cara a problemas que anteriores gobiernos aplazaron una y otra vez como la reforma pensional, la de salud, la judicial y otras más. Sin embargo, la dificultades para sumar en la diferencia, para ceder y concertar, han sido obstáculos para lograr cambios efectivos que no pueden hacerse a la medida de las obsesiones presidenciales. Si hacer oposición es decir no, gobernar es siempre el arte de conciliar para buscar el sí a los proyectos, a las propuestas y reformas.
Sorprende, por otra parte, que un líder que se pasó media vida denunciando la corrupción no le haya presentado al país un plan claro para frenarla y que su gobierno se haya visto envuelto en grandes escándalos tan similares a los que denunció. Como él mismo dijo, la corrupción no es asunto de ideología y por eso mismo había que estar preparados para atajarla.
En los activos hay que señalar la reducción en las cifras de pobreza, la batalla contra la deforestación, la nueva política antidrogas, la jurisdicción agraria, los intentos por responder a las poblaciones más vulnerables con vías terciarias, conectividad, acueductos y escuelas. Destacables las alianzas público privadas con algunos de los grupos económicos en regiones puntuales. Eso mientras les casa pelea a los ricos en la cuenta de X. La economía, a pesar del estancamiento y los errores en materia de planeación tributaria y ejecución presupuestal, se ha manejado con mucha más ortodoxia de la esperada por quienes pronosticaban expropiaciones y todo tipo de desastres. Veremos si se logra mantener el equilibrio.
La paz total no despega, la seguridad es un inmenso pendiente y las relaciones diplomáticas se hacen a la medida del contendor o del aliado. Con la crisis de Venezuela vemos a un presidente Petro que puede ser mesurado, lo que lleva a concluir que sus desaforadas batallas de trinos no surgen por calentura, sino por decisiones políticas. Más allá de los justos reclamos por no condenar la represión contra los manifestantes en Venezuela y defender con mayor claridad la democracia, la diplomacia se debe mover con sensatez para dejar puertas abiertas, más en una crisis en la cual Colombia tiene mucho que perder. Esa mesura diplomática debería ser aplicada siempre. Un presidente con muchas facetas que marca agenda en Colombia y no pasa desapercibido en el entorno internacional.