¡Es la ética, estúpido!

Yolanda Ruiz
22 de noviembre de 2018 - 05:00 a. m.

Como en la famosa frase sobre la mujer del César, se podría decir que lo ideal es que un funcionario público de alto nivel no solo debe ser sino parecer. Algunos dicen que el fiscal pudo haber violado la ley cuando, en su condición de abogado y antes de tener el cargo que hoy tiene, se enteró de delitos que no denunció. Por lo menos uno, el lavado de activos, aparece en la lista de los que están obligados a denunciar los particulares. Dirá la justicia si cometió el delito de omisión de denuncia. No me corresponde a mí juzgarlo, pero lo que sí es evidente y claro es que en materia ética Néstor Humberto Martínez, el abogado, nos deja muchas dudas.

Si se trata de ser y parecer, hoy el fiscal no parece transparente y genera desconfianza, porque los indicios apuntan a que miró para otro lado (en el mejor de los casos) mientras delante de sus ojos pasaba uno de los episodios de corrupción más grandes de nuestra historia. Después de que lo escuchamos en esas grabaciones hablando de unas irregularidades evidentes, el fiscal habla de conspiración y asegura que al declararse impedido hizo lo suficiente y muestra los resultados de lo que ha hecho la Fiscalía en el caso Odebrecht. Sí pero no. Declararse impedido es lo mínimo ante semejante conflicto de intereses e investigar un caso de este tamaño es la obligación de la Fiscalía y falta todavía más.

El problema, más que legal, es de obligación ética y moral de un abogado que para la época de las grabaciones ya había tenido varios de los cargos más importantes de este país. No estamos hablando de un personaje común, de un ciudadano de a pie para quien era poco claro lo que pasaba. Reta nuestra inteligencia cuando pretende hacernos creer que fue un simple “mensajero” de un amigo que le pidió un favor. Esta versión, que repitió hasta la saciedad en carrusel de entrevistas con un libreto muy bien armado, se cayó por su propio peso cuando se conoció en el periódico El Espectador la segunda grabación en la cual es evidente que no solo llevó un mensaje, sino que conoció con detalles lo que pasó en esa maraña de contratos, facturas, pagos raros, nombre repetidos, aguas turbias.

El amigo-abogado en su momento no denunció y el fiscal al asumir el cargo no vio necesario reportar el conocimiento que tenía de esos hechos, porque cuando se le preguntó en estos días si había ofrecido su declaración en el caso Odebrecht en calidad de testigo aseguró que estaba listo para acudir si lo llamaban. ¿Debe el fiscal esperar a que lo llamen o debería haber ofrecido su testimonio desde el día uno, cuando asumió la responsabilidad de investigar los hechos criminales en Colombia? Por momentos habla de su derecho a la reserva en su condición de abogado, y en eso tiene razón, pero como él mismo se ha quitado esa camiseta para decir que era un amigo haciendo un favor, es claro que pudo haber alertado y no lo hizo.

Estamos tan acostumbrados a caminar en el borde del precipicio legal y a ver pasar los contratos raros, las coimas, que a nadie se le ocurrió denunciar a las autoridades en su momento. Eso, por supuesto, pasa todos los días, porque si cada quien cumpliera con su función ciudadana y tuviera un comportamiento ético tendríamos menos problemas, pero es usual que se vean los hechos oscuros y de una u otra manera la mayoría prefiere no meterse. Pero no hablamos de la mayoría, sino del fiscal general de la Nación, la persona que encarna la institución que batalla contra el crimen. Si en alguien tenemos que poder confiar es en el fiscal. Pero no confiaba en él ni ese amigo que decidió grabarlo ante algún temor que debió asaltarlo en su momento.

Si ha hecho carrera la famosa frase sobre la economía, es tiempo de repetir una y otra vez a ver si lo entendemos: cuando hablamos de aquello que nos puede salvar como sociedad debemos decir: ¡es la ética, estúpido!

 

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