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Comenzó la carrera para la Presidencia y hay decenas de aspirantes en el partidor. La mayoría no llegará a la recta final, pero hacer campaña es una manera de hacerse visible y destacarse para retos futuros. Es la política que se mueve todo el tiempo y se convierte en estrategia electoral cada cuatro años. Lo llamativo es que a veces es mal visto que alguien haga política electoral si viene de otras toldas que no sean las de los clanes que se han tomado las regiones y la contratación pública. Está bien si se heredan por derecho de familia las curules, pero se convierte en sospechoso un dirigente sindical con aspiraciones políticas. Está bien si se nombran a dedo candidatos que no están preparados, pero algunos miran con desdén al académico que se lanza al ruedo, al joven tuitero que quiere ir al Congreso o al líder regional que desafía el poder establecido en su tierra.
Como si la política fuera un derecho exclusivo de manzanillos, clientelistas y personajes de ciertos apellidos. Ellos pueden y los otros a quienes acusan de “hacer política” con esto o aquello. Es una descalificación. Como si política fuera una “mala palabra”. Absurdo, porque cuando los ciudadanos participan en asuntos públicos se trata justamente de eso: de hacer política por la vía electoral o por otras. Mientras ponía en orden estas ideas busqué detalles de la palabra y su sentido. En dos acepciones en el Diccionario de la RAE aparecen estas definiciones de política: “Actividad de quienes rigen o aspiran a regir los asuntos públicos”, “Actividad del ciudadano cuando interviene en los asuntos públicos con su opinión, con su voto o de cualquier otro modo”. Entonces eso es: intervenir en los asuntos públicos. ¿Quiénes pueden hacerlo? Todos.
Más allá de la campaña electoral, son acciones políticas también los manifiestos de individuos o grupos, el activismo por una causa, los paros, los debates en concejos, asambleas, Congreso y en otros foros como universidades o calles. Son acciones políticas muchos debates en las redes sociales que son ahora otro espacio de participación con sus ventajas y demonios. Se hace política con intención y a veces sin ella. Hay política en el arte y en la literatura porque resulta difícil ser “neutral”, para usar la desafortunada palabra que empleó el embajador en España, Luis Guillermo Plata, al explicar el criterio para seleccionar escritores invitados a la Feria del Libro de Madrid. Retomo aquí las palabras del escritor Juan Esteban Constaín: “... la literatura es, por definición, la ausencia misma de toda neutralidad”.
La Política con mayúscula está y debe estar en todas las aguas de la vida pública y debe ser abierta, pluralista, cambiante, como lo necesita una democracia. Sin embargo, se ve como una mala palabra tal vez porque la confundimos con otra que quiere disfrazarse de ella sin llegar a serlo: politiquería. Esa sí que es mezquina y dañina. Esa es la que convierte en mercancía el voto de los ciudadanos y las decisiones de las entidades públicas en un tráfico de favores. Esa se toma el poder del Estado para usar en beneficio individual lo que es de todos.
No es lo mismo Política y politiquería. Necesitamos más de la primera y ojalá erradicar la segunda (no cuesta soñar). Si lo logramos, tal vez se entienda también que sí existe algo que se llama Responsabilidad Política y va más allá de fallos disciplinarios o penales: tiene que ver con la dignidad de llevar un cargo público y entender el peso de la responsabilidad que se asume al aceptarlo. No basta con decir “no me robé un peso”, se trata de proteger de los corruptos aquello que se le encomienda y mantener el respeto a la función pública. Es una decisión de Política con mayúscula apartarse de un cargo cuando la corrupción ensombrece la actuación de una entidad. Necesitamos un poco más de esa “mala palabra” que empieza con P.
