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He visto a muchos hombres desconcertados, desubicados o francamente asustados ante unas mujeres empoderadas, reclamando derechos, hablando duro y sacando de la oscuridad realidades de discriminación, abuso, violencia física o sicológica, que permanecieron silenciadas o que se aceptaron durante años como parte del paisaje. He hablado en otras oportunidades de esta ola de neofeminismo que se tomó el mundo. Hoy me detengo en la manera como ese poder femenino desconcierta a una sociedad machista que no está acostumbrada a escuchar a sus mujeres.
Un joven de unos treinta y tantos comenta con perplejidad que en ocasiones se siente atacado cuando sus amigas reclaman por la discriminación de las mujeres: “yo no tengo la culpa ni soy machista y me miran a veces como si fuera un monstruo”. Otro que pasa de los 60, que marchó con las feministas para reclamar derechos, dice que respalda la batalla pero siente que las jóvenes de hoy se pasan y van al otro extremo. Otro hombre de 28 años con su acento costeño se pregunta: ¿ya no se puede ser galante con una mujer porque todo es machismo? Y aparece el dirigente político que no sabe leer el momento y le da su respaldo a un candidato que tiene cuestionamientos de género. Esto va más allá de una denuncia, es un asunto político, no judicial. Es tolerancia cero ante la más mínima sospecha de violencia de género o discriminación.
Los ejemplos están por todas partes. Aquí se sacudió hace unos meses el universo del fútbol, terreno sagrado de los varones, con las palabras de unas talentosas jugadoras que pedían algo sencillo: dignidad para poder jugar en una naciente liga femenina con el respeto que se merecen. La liga se salvó gracias al escándalo y al respaldo que recibieron las deportistas.
Algunos todavía consideran temeraria la exigencia de las jugadoras de fútbol de Estados Unidos que reclaman equidad salarial. Son las campeonas del mundo, llenan estadios, atraen audiencias y están lejos, muy lejos, de lo que reciben sus pares masculinos. “No se puede comparar”, comentan los expertos aterrados ante la posibilidad de que el juego de las mujeres, que era una curiosidad, sea ya un deporte de primer nivel. La capitana de la selección campeona es una figura de talla mundial que le planta cara a Donald Trump. Ya las actrices plantearon también su reclamo: mismo trabajo, mismo salario porque en el glamour del cine también hay discriminación.
Desde los jóvenes que titubean ante sus parejas cuando ellas deciden sobre sus vidas sin esperar a los príncipes azules, hasta los líderes del mundo que han hecho del machismo una vulgar estrategia política para atraer incautos, son muchos los hombres preocupados que no se hallan en este escenario. Novios, maridos, amigos, padres y abuelos que se quedan cortos para entender lo que dicen las millennials que no piden permiso para existir, para hablar ni para tomar las riendas de su destino y del mundo. No faltan insultos en las redes cuando hablamos de estos temas.
Señores, las mujeres están descubriendo su poder y sus voces se levantan para quedarse. Al feminismo debemos las mujeres todos los derechos que hoy tenemos, conquistados con sangre y sacrificio. Ahora el reto de todos es que lo consignado en las normas se haga realidad en un mundo que sigue siendo machista de mil maneras. En el camino habrá terremotos, debates, discusiones y se pueden asustar los que tuvieron el poder durante siglos. Se les mueve el piso. No se asusten, caballeros, lo que viene es mejor para todos, para ustedes también, para sus hijos. Todos vamos a ganar cuando se acabe la discriminación y ustedes puedan vivir a plenitud una nueva masculinidad. Espero que la vida me alcance para verlo. Por ahora, respiren y vivan el momento: está cambiando la historia.
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