Las palabras tienen poder y, cuando se trata de narrar las guerras, pueden ayudar a incendiar o a calmar los ánimos. El debate que ha surgido en torno a una política editorial de la BBC, que no es de ahora sino de vieja data, da cuenta de lo que representa ese poder. Este medio de comunicación plantea evitar el uso de la palabra “terrorista” salvo en los casos en que sea atribuida a una fuente porque considera que “en sí misma puede ser un obstáculo, más que una ayuda para entender las cosas”. En medio del cubrimiento de los ataques de Hamás a Israel, se ha desatado una tormenta a pesar del buen trabajo que ha hecho la cadena en esta guerra.
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En la polémica han intervenido desde el primer ministro hasta voceros de distintos partidos y cientos de ciudadanos que se han acercado a la sede de la BBC en Londres para exigir que se califique a Hamás como grupo terrorista. Además, cuatro abogados prestigiosos escribieron una carta en la que denuncian lo que consideran “falta de imparcialidad” de la BBC. Los abogados plantean que la posición oficial de Reino Unido considera al grupo Hamás como terrorista y la cadena, recordemos que es un medio público, debe acoger esa definición porque así lo establecen las leyes.
La respuesta de la BBC nos plantea reflexiones sobre el oficio de informar. John Simpson, editor internacional de la BBC, citado por el periódico El País, dijo que “llamar a alguien terrorista supone tomar partido y dejar de tratar cualquier situación con la imparcialidad debida. El trabajo de la BBC es exponer los hechos ante la audiencia y permitirle decidir por sí sola lo que piensa al respecto, de manera honesta y sin vociferar”.
Vale la pena destacar la independencia de la BBC en la defensa de su línea editorial. Se trata de entender que un medio público no es un medio oficial. Una diferencia que en muchos países, incluido Colombia, cuesta comprender porque algunos consideran que los medios públicos deben transmitir la visión del gobierno de turno cuando en realidad su labor va más allá y les corresponde brindar información de calidad que recoja la diversidad que hay en la realidad. Eso implica, en no pocas ocasiones, pararse en una orilla distinta a la del Gobierno como hace hoy la BBC.
Por otra parte, esto nos lleva a pensar en las decisiones que tomamos medios y periodistas al informar en cualquier situación y más en una guerra. Conviene recordar que la ligereza puede tener graves consecuencias. En nuestro trabajo debe haber un mínimo de reflexión ética y también mesura y rigor, en especial en situaciones extremas. Eso deberían tenerlo en cuenta también los líderes políticos que opinan, analizan y pelean a la velocidad de una red social, sin meditar en las consecuencias.
Cabe preguntarse, ya en el caso concreto, si la decisión de no calificar a Hamás como terrorista significa, como argumentan algunos, tomar partido para dar a los militantes el trato que ellos consideran justo o si se trata de mantener la distancia frente a una guerra en la que los civiles de los dos lados han tenido sufrimiento inadmisible y en la que se ha violado de parte y parte el derecho internacional humanitario.
Considero que el ataque de Hamás fue terrorista, pero este debate es valioso porque obliga a pensar. La duda es una herramienta clave del periodismo y un arma contra el fanatismo. La palabra terrorista va más allá del significado en el diccionario y tiene una connotación política. Dependiendo de quién los cometa o de quiénes sean las víctimas, los mismos hechos (por ejemplo, violencia contra civiles) son considerados en algunos casos como terrorismo y en otros no. También dependiendo del devenir histórico de las guerras, el terrorista puede ser llamado rebelde o hasta héroe, o el rebelde puede convertirse en terrorista. Esto tiene fondo y siempre es mejor un periodismo que invite a reflexionar.