Cuando en Bogotá cada uno en su casa abra la llave y no salga ni una gota de agua, tal vez sea un buen momento para pensar en que ya es hora de plantarle cara a una nueva realidad: los recursos no son infinitos y si queremos que haya futuro hay que usarlos de mejor manera. Miles de personas han llenado baldes y ollas en los últimos días en la capital y en más de ochenta municipios del país. Un racionamiento de agua no es algo habitual, pero los pronósticos indican que eso puede convertirse en una práctica recurrente.
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En las ciudades nos hemos acostumbrado a tener el agua al alcance de la mano y no valoramos el privilegio que significa tener ese servicio hasta que un racionamiento nos recuerda que dependemos totalmente de ella para sobrevivir. No tenemos que caminar kilómetros para conseguir un poco, como ocurre en algunas comunidades de La Guajira, no dependemos de una frágil manguera conectada a una quebrada, como pasa en muchas veredas del país, y por eso no entendemos el enorme reto que tenemos por delante: cuidar el agua para que haya vida. Para los citadinos el agua está ahí siempre. Es momento de ver más allá, de entender de dónde viene, cómo se “siembra”, cómo se pierde, cómo se ahorra.
Esa sensación de tener el agua a un grifo de distancia nos impide ver que sin bosques no hay agua, si no paramos la deforestación no hay agua, si no paramos de calentar el planeta no habrá agua. No vemos que el cambio climático, con sus picos de calor y frío extremos, está modificando los ciclos naturales que hacían que los embalses se llenaran y vaciaran con ritmos más o menos estables. La Organización Meteorológica Mundial advirtió hace meses que la mezcla de la crisis climática y el Fenómeno del Niño de este año iba a generar temperaturas y sequías inéditas. ¿Nos preparamos adecuadamente? Tal vez las campañas de ahorro debieron empezar hace tiempo y tal vez deberíamos comenzar a discutir cómo parar el despilfarro para garantizar que habrá agua en el futuro.
En este momento lo importante es cerrar la llave y aportar a la reducción del consumo. Primero lo urgente, pero el debate de mediano y largo plazo debemos darlo, aunque pase la crisis inmediata de escasez, porque en breve vendrán más. Un camino obligado es trabajar en la cultura ciudadana del ahorro y, otro, mejorar los sistemas de acumulación para recoger en tiempos de lluvia. También se deben estudiar las mejores fórmulas para promover el ahorro con incentivos económicos o castigar por la misma vía el despilfarro. Y no se trata de hacerlo solamente ahora por el momento de crisis, como ya se ha anunciado, se trata de usar esa medida para llevarnos a comportamientos distintos con el agua de manera permanente. Cuando nos pega en el bolsillo tendemos a asimilar más los cambios que por la vía de la persuasión y la responsabilidad ética con el planeta y la sociedad. Y como todavía hay negacionistas que creen que es invento el cambio climático, va a ser difícil llegar al comportamiento colectivo que se requiere para mitigar lo que se ha hecho.
En la agenda de funcionarios locales y nacionales deberían estar en primer lugar la protección del agua y los proyectos para cambiar la pésima cultura que tenemos sobre su uso. Esta etapa de escasez es buen momento para discutir y poner en marcha alternativas que serán más entendidas ahora que en los momentos de lluvias intensas cuando se baje la guardia. Si no modificamos comportamientos estamos condenados y cada día que pasa sin acciones de fondo nos acerca más al desastre que empezamos a vislumbrar cuando del grifo no sale agua. El racionamiento es apenas una muestra de lo que viene si no cambiamos.