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El equilibrio de poderes en el mundo se mueve. La estructura que se generó en buena parte tras la Segunda Guerra Mundial se está desarmando desde hace varios años y vale entender ese contexto para analizar con sus más y sus menos los intentos del Gobierno de buscar otros aliados comerciales… y políticos, porque acercarse a China, a Estados Unidos o a Europa no es solo un asunto de mercados. Por eso el debate es tan difícil y por eso cuesta mirar lo que más conviene a Colombia.
En el fondo, el motor para mover todas las decisiones en las relaciones internacionales debería ser ese objetivo: qué le conviene al país y cómo nos podemos insertar de mejor manera en un mundo multipolar. No se trata entonces de lo que le sirve al Gobierno de turno ni a sus intereses políticos. Es por eso que las decisiones sobre acuerdos y acercamientos con un país o con otro y los conflictos con los vecinos eran asuntos de Estado en los cuales la Comisión Asesora de Relaciones Internacionales tuvo alguna importancia en otra época. Se consideraba que, a la hora de enfrentar retos exteriores, las diferencias políticas se debían dejar de lado.
Esa Comisión, sin embargo, se fue desintegrando en la práctica. Varios expresidentes y excancilleres, miembros claves de ese mecanismo, siguieron en la política activa metidos en la menuda de las batallas del día a día y se convirtieron en defensores u opositores de los gobiernos de turno. El espacio de los debates serios en medio de la diferencia se perdió y por eso llegamos al punto crítico de una canciller convocando a la Comisión y un presidente desautorizando la invitación. Cabe preguntarse si la convocatoria la hizo la Canciller Laura Sarabia por su cuenta y sin consultar.
En cualquier caso, sin pedir asesoría, el presidente Petro busca a China como alternativa de acuerdos. Teniendo como fondo la Gran Muralla, anunció que Colombia entrará a la llamada Ruta de la Seda. Aún no es claro hasta dónde llega el anuncio, lo que significa en la práctica y qué de bueno le traería al país. Es un momento particular el que vive el mundo y por eso es positivo que Colombia busque otros aliados, otros mercados, otras relaciones. Mejor si no se pasa de una órbita a otra y si se logran relaciones variadas con Europa, con países asiáticos, con los árabes y con los vecinos de América Latina.
Estamos en una de las coyunturas más críticas de los tiempos modernos en las relaciones comerciales en el mundo porque desde Estados Unidos el presidente Donald Trump decidió desconocer normas, acuerdos y organismos multilaterales. Ya lo habían hecho antes Vladímir Putin y Benjamín Netanyahu, quienes también se pasan por la faja toda norma sin que el mundo pueda frenar sus abusos. En ese escenario de jungla, en el que prima la ley del más fuerte, hay que caminar con paso firme y con mucho cuidado porque los países con economías más pequeñas serán los mayores damnificados. Por eso, apuntar a los acuerdos colectivos puede ser lo mejor.
Sería bueno que el Gobierno respondiera a inquietudes sobre el acercamiento con China que son válidas y pertinentes: ¿corre riesgo la industria local ante una mayor avalancha de productos baratos? ¿Tenemos cómo aprovechar ese mercado gigante para llevar lo nuestro? ¿Los apoyos en desarrollo de infraestructura que vendrían en el paquete se lograrían a qué costo? ¿Cómo nos afecta un eventual castigo comercial de Estados Unidos? ¿Podemos mirar para otro lado ante las pésimas condiciones laborales de los trabajadores en China? ¿Cómo se pone en la balanza lo que se tiene y lo que se puede ganar o perder para tomar la decisión más adecuada? El Gobierno Petro no es el primero que pone el ojo en China. Otros han hecho acuerdos y han buscado oportunidades. No hay que satanizar la opción, pero sí caminar con sumo cuidado en el campo minado sobre el que se mueven hoy las relaciones internacionales.
