Hace casi un año me preguntaba en este espacio dónde estaban los dioses para frenar la masacre que comenzaba en Gaza después de los ataques de Hamás en Israel. El olvido de esos dioses es total porque, a punto de cumplirse un año del atentado terrorista que desató un genocidio, la guerra se extiende por la región como un reguero de pólvora, literalmente. Mientras los líderes de los bandos ordenan operativos, lanzamientos de misiles y ataques de todo tipo, los civiles huyen despavoridos de las zonas de bombardeos. Se quedan algunos para sacar de los escombros a los muertos, enterrarlos y ser testigos de la degradación humana que toca fondo antes los ojos y las cámaras del mundo.
La guerra convertida en espectáculo, en tema de videos breves para compartir en Instagram, sin que parezca doler ni conmover. ¿Quién protege a los civiles en las guerras? Niños, mujeres y hombres desarmados se convierten en daños colaterales que interesan más bien poco en los análisis de la geopolítica internacional sacudida por el terrorismo y el autoritarismo. Mientras haya manera de justificar la orden de bombardear enemigos, los civiles muertos, heridos o desplazados son consecuencias menores frente a un objetivo que siempre se considera superior.
No quiero hablar hoy de las vidas de los combatientes, que ameritarían alguna defensa porque los soldados muertos serán llorados y extrañados por los suyos. Tienen madres, hijos, abuelos, amigos, vecinos, entornos que se quiebran por completo ante una muerte violenta. Esas vidas nunca serán lo mismo. Sin embargo, no hablo de ellos, de los guerreros que están armados en la contienda: clamo aquí por los civiles.
Hablo de las familias israelíes que estaban disfrutando de un día normal el 7 de octubre cuando les cayó encima una violencia de terror. Hablo de los que esperan todavía a los secuestrados. Hablo de los gazatíes que mueren bombardeados o de hambre por el cerco inhumano que se ha usado en esta guerra. Hablo de los libaneses que llevan días huyendo sin destino claro, de los iraníes a quienes también les comienza a caer el peso de la guerra… otra vez. Se sabe cómo y cuándo empieza pero jamás cómo termina ni quienes vivirán para contarla. Las guerras tan persistentes en nuestra historia, tan atroces, tan estúpidas, tan inciertas.
Hablo también de los civiles que aún no saben que el coletazo de lo que pasa hoy los tocará, porque vendrán retaliaciones, respuestas cada vez peores, venganzas con toda la sevicia porque sevicia es lo que ha habido en cada paso. Están sembrando vientos y huracanes y lo que cosecharán no serán tempestades sino catástrofes de proporciones insospechadas para sus pueblos, para los suyos. Israel se siente poderoso porque mata civiles en Gaza y porque ataca con supuesta precisión a los líderes de Hezbollah aunque en cada ataque se lleve por delante docenas de civiles. Los de Hamás se sintieron poderosos el 7 de octubre y estaban abriendo las puertas del infierno.
¿Y si viene una venganza y otra más? ¿Qué pasará con los civiles? ¿Cuántos muertos se necesitan para parar? ¿Cuántas ciudades arrasadas son suficientes? ¿Cuántos misiles, cuántas bombas, cuántas municiones? La estupidez humana no tiene límites. Está demostrado de mil maneras en la historia y hoy lo vemos segundo a segundo, en una guerra que de una u otra manera nos va a tocar a todos. Ante los ojos del mundo, unas cuantas personas, unos líderes incapaces o perversos deciden matar a cientos, a miles y golpear de paso a millones. Y lo pueden hacer porque muchos, quién lo creyera, aplauden la matanza de civiles de un lado o del otro. Esto que pasa lo vivimos como especie. Se llamó Holocausto y nos dolió, nos horrorizó y pensamos que la lección se había aprendido, pero no. Aquí estamos otra vez.